Sobre la cercanía entre la literatura y la muerte (II)


Gabriel García Guzmán_ Perfil Casi literal

Ah, qué delicioso ver la literatura desde afuera, y toda la parafernalia ridícula y estúpida que va asociada, escuchar argumentos como: leer es vivir, la vida es como un libro, lleva una vida de novela. Todos estos lugares comunes no hacen sino mostrarnos la poca de familiaridad de quien los emite con la literatura.

Cuando se capta la interioridad de la literatura, se comprende que es un juego macabro contra el tiempo, porque jamás se podrá leer todos los libros; y peor aún, es un juego macabro contra nuestras propias emociones, porque nunca se podrá comprender y sentir todo en todas las perspectivas imaginables, porque nunca seremos lectores ideales y lo que estamos destinados a dotar de significación es tan escaso que casi toda la literatura se vuelve ajena.

Ahora añadamos una pieza más a este rompecabezas delirante,  y es el idioma. Si bien hay quienes consideran que una obra maestra no puede echarse a perder con una traducción mediocre, no deja de tener esto su cuota notable de falsedad: ya que la literatura es, desapasionadamente, un sistema de signos lingüísticos, y, en consecuencia, está dotada de significado y monemas; y dentro de los monemas se encuentra la carga fónica, la cual, necesariamente influencia el significado. El hecho mismo de verter un documento a otro idioma transforma su significación, porque ya el sonido no puede operar sobre el contenido. Se rompe la unidad sonido-idea. Tan fácil como eso; no hablemos de aquellas traducciones pobres que deforman el sentido original gravemente, sin tomar en cuenta el aspecto sonoro.

Y, si de entre la multitud se levantara ahora mismo algún sujeto con la intención de lapidarme con sus apreciaciones, ¿no serían tan cuestionables como las mías? ¿No tardaríamos al menos buen rato discutiendo asuntos insignificantes mientras se nos escapan los días, las noches, los meses, en debates sobre temas sin importancia como: monemas y significantes? ¿Y si hiciéramos de la literatura nuestro oficio, no debiéramos encadenarnos a lecturas mientras pasan las deliciosas tardes de verano, mientras se pudren las vírgenes en flor?

Por muy apasionada que sea la descripción de un coito, por muy vívido que pueda pintarse un cuadro amoroso, no es lo mismo conocerlo por referencia que conocerlo de primera mano. La literatura es lo antónimo a la vida, como todas las ciencias, porque reduce al hombre a un idiota, a una bestia erudita que mastica latines e idiomas extranjeros. La literatura es la deshumanización del lector, la enervación de sus facultades, es el atolondramiento más abyecto e innecesario que puede sufrir un ser humano. La literatura, sin más, es morir. Morir de la peor manera: sepultado en vida, sin extrañar a nadie y sin ser extrañado.

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