Notas sobre La civilización del espectáculo


Gabriel García Guzmán_ Perfil Casi literal

Comentaré a continuación algunas ideas presentes en el último libro de Mario Vargas Llosa, publicado luego de ser galardonado con el Premio Nobel de Literatura.

Sugiero, antes de iniciar, la prudente desconfianza hacia los apologistas, y recomiendo la lectura del texto original para poder fundamentar las propias opiniones. Así mismo, deseo especificar que esto no es una reseña sino un texto donde se aceptan, se rechazan, discuten y complementan apreciaciones diversas; es decir, un ensayo.

Principiaré, pues, por los puntos fundamentales del contenido. La intención del libro consiste en esbozar el gran cuadro de la civilización occidental; Vargas Llosa nos presenta diferentes elementos de nuestra cultura, proporcionándonos una consistente posibilidad interpretativa de la cosmovisión posmoderna:

«¿Qué quiere decir civilización del espectáculo? La de un mundo donde el primer lugar en la tabla de valores vigentes lo ocupa el entretenimiento, y donde divertirse, escapar del aburrimiento, es la pasión universal». (p.33)

Este afán social de entretenimiento, este prurito por erradicar el aburrimiento surge, según el autor, por dos factores luego de la segunda guerra mundial:

1) « (…) evitar lo que perturba, preocupa y angustia (…)» (p.34).

2) «(…) una sociedad liberal y democrática tenía la obligación moral de poner la cultura al alcance de todos (…) donde cierto facilismo formal y la superficialidad del contenido de los productos culturales se justificaba en razón del propósito cívico de llegar al mayor número». (p. 35).

Es así como Mario Vargas Llosa  enumera (principalmente en su segundo argumento) los tres supuestos pilares ideológicos de la cultura occidental, refiriéndose a Europa y América del Norte: liberalismo, democracia, civismo.

De igual modo, admite cómo luego de la segunda guerra mundial los liberales han ido vaciando de contenido la educación popular, con el pretexto de llegar a la mayoría. Esta falacia es lamentablemente cínica, ya que es obligación de los estados el brindar una educación de calidad a las amplias masas sociales. De este modo se asienta este libro más sobre la sofística, que sobre la lógica; y se utiliza el descaro como un argumento para legitimar la violencia social de los liberales en Europa y América del Norte, al degradar la educación de sus propios pueblos.

Ahora bien, esta vaciedad de contenido, este agujero epistemológico descrito por Vargas Llosa, y creado por el liberalismo, provoca –a su vez- una degradación cultural generalizada. Y, cínicamente, el autor describe cada consecuencia; aquí solamente se enumeraran, para dejar una idea: 1) aparición de la literatura light; 2) desaparición de la crítica literaria; 3) predominio de la publicidad; 4) aparición de fiestas multitudinarias; 5) masificación de los individuos; 6) uso recreativo de las drogas; 7) predominio del laicismo sobre las religiones; 8) las figuras públicas usurpan el sitio del intelectual; 9) imposición de los medios audiovisuales; 10) conformismo del arte, enmascarado en el escándalo y el falso compromiso; 11) banalización de las artes; 12) banalización de la política; 13) desaparición del erotismo; 14) aparición de una prensa light (pp. 37-59).

Todos estos catorce rasgos son aspectos visibles de la sociedad occidental, propios de las relaciones evidentes de los individuos entre sí; no obstante, existe una estructura social profunda, que es la que va creando tales fenómenos de decadencia y agotamiento cultural. Dicha estructura está determinada por las relaciones económicas y (en consecuencia) políticas; las cuales, a su vez, se encuentran agotadas. Ambos aspectos se traslucen en el discurso de Vargas Llosa, y se analizan a continuación.

Agotamiento del modelo económico

El sistema económico capitalista ha llegado a un franco colapso, donde las economías nacionales y privadas han sido arrastradas al desastre por un sistema bancario avaricioso, el cual no genera riqueza, solamente dedicado a mantener un modelo de comercio de alta frecuencia y derivados; transacciones que solamente benefician a los directivos de las grandes casas bancarias. Es decir, no se está produciendo riqueza actualmente.

Así mismo, el colapso de las hipotecas Subprime en Estados Unidos ha producido una acelerada contracción de las economías Europeas y Norteamericanas, dejando en el desempleo a millones de ciudadanos; esto, a su vez, resta la capacidad adquisitiva de los consumidores, generando un círculo vicioso y una mayor contracción económica que repercute crudamente en la economía real.

Este fenómeno orilla a dos procesos interesantes: la impresión desmedida de divisas nacionales por parte de los bancos centrales (inflación); y la acumulación de grandes cantidades de reservas de oro, lo cual sugiere que los países se preparan para la eventual quiebra del dinero de papel, buscando nuevos valores para sustentar sus economías: el oro y la plata (guerra del oro).

En el anterior contexto económico ha sido escrito el libro de Vargas Llosa, La civilización del espectáculo. Como es evidente, debe haber indicios de este gran descalabro, catalogado por algunos como crisis; lo cual, en los días que corren parece ser insuficiente, pues debiera llamársele colapso sistémico, porque tanto la banca, como los estados y las empresas privadas son incapaces de producir beneficios económicos.

Veamos pues, cuál es la opinión de Vargas Llosa sobre la crisis iniciada en 2007.

«Retengamos un momento esta imagen en la memoria: una muchedumbre de fotógrafos, de paparazzi, avizorando las alturas, con las cámaras listas, para captar al primer suicida que dé encarnación gráfica, dramática y espectacular a la hecatombe financiera que ha volatilizado billones de dólares y hundido en la ruina a grandes empresas e innumerables ciudadanos». (p. 33).

«Ahora bien, es verdad que este sistema de economía libre acentúa las diferencias económicas y alienta el materialismo, el apetito consumista, la posesión de riquezas y una actitud agresiva, beligerante y egoísta que, si no encuentra freno alguno, puede llegar a provocar trastornos profundos y traumáticos en la sociedad. De hecho, la reciente crisis financiera internacional, que ha hecho tambalear a todo Occidente, tiene como origen la codicia desenfrenada de banqueros, inversores y financistas que, cegados por la sed de multiplicar sus ingresos, violentaron las reglas de juego del mercado, engañaron, estafaron y precipitaron un cataclismo económico que ha arruinado a millones de gentes en el mundo». (pp.  180-181).

Puede verse, pues, cómo Vargas Llosa evade sistemáticamente dar una dimensión social al descalabro económico de Occidente. Pareciera no vislumbrar las implicaciones que este derrumbe financiero ocasiona para la integridad de las naciones, minimizándolo. Se trata de una irresponsable atenuación que resta importancia los hechos truculentos, y se hace cómplice del desplome, pues se niega a mostrarlo en toda en su plenitud, en su dolor y su drama nacional. ¿Dónde está aquí el nacionalismo que tanto predicaba?  A la hora de deducir la magnitud del desastre económico liberal, enmudece; particularizando el problema y evitando aludir el caos financiero de los países afectados.

Agotamiento del modelo político

La política de los así llamados países occidentales (Europa y Estados Unidos) consiste en la democracia representativa, donde supuestamente cualquier ciudadano es libre de elegir y ser electo para un cargo público.

No obstante, esta falsa idea de democracia se viene abajo en la práctica, donde solamente los ciudadanos acaudalados (o en componendas con éstos) pueden financiar las multimillonarias campañas que implica presentarse a una elección; y, finalmente, los políticos terminan tan comprometidos que pasan a ser subordinados de los dueños de los medios de producción: títeres de los oligopolios.

Así mismo, ello va creando una falsa apariencia de participación popular; aunque, como es de esperarse, los intereses populares no se ven representados.

Por el contrario, en oposición a la democracia representativa, donde manda el mercado y la lógica que se sigue es la lógica del capitalismo, existe la democracia participativa, la cual consiste en la legítima intervención del pueblo respecto a las cosas públicas más importantes; su mayor expresión es la consulta popular y el referéndum. ¿Han llamado a votaciones alguna vez a las sociedades occidentales para consultarles si están de acuerdo sobre los paquetazos económicos y de austeridad? ¿Por qué no realizar un sencillo plebicito sobre la edad de jubilación y el rescate a los bancos? ¿Por qué no preguntar al pueblo sobre las decisiones que les conciernen directamente, como la posible nacionalización de la banca? Porque nos encontramos en la dictadura de las oligarquías liberales, que colocan presidentes a su gusto con el propósito de perpetuarse e incrementar sus rentas particulares. La democracia occidental, así como el civismo, son palabras vacías y sin valor.

En este sentido, es comprensible que los ciudadanos desconfíen de sus estados, de sus funcionarios, de sus instituciones, de sus leyes; el aparato público está desacreditado y deslegitimado, pues está al servicio de quien pueda pagarlo; de igual modo, los medios de comunicación, la oposición política, los mismos tribunales que deberían denunciarlo se benefician monetariamente de encubrir estos atropellos.

Tal fenómeno –una sociedad diseñada injustamente y sin posibilidad de réplica- invita por sí mismo a la desobediencia en todos los ámbitos. El mismo Vargas Llosa lo trasluce de esta manera:

«El desapego a la ley resulta de un desplome de esta confianza, de la sensación de que es el sistema mismo el que está podrido y que las malas leyes que produce no son excepciones sino consecuencia inevitable de la corrupción y los tráficos que constituyen su razón de ser». (p. 147).

Ahora, luego de haber analizado lo anterior, pueden tratarse dos aspectos dentro de la misma política decadente y corrupta de Occidente: la cruzada petrolera contra los países de Oriente Próximo.

Cruzada petrolera contra los países arábigos y persas

Ahora bien, inmediatamente después que termina la guerra fría, cuya expresión simbólico-política se dio con la caída del muro de Berlín (1989), Occidente comprende que carece de recursos energéticos y posa su mirada bélica en ciertos países de Oriente Próximo: Irak, Afganistán, Libia, Siria, Irán. Es así como ocurre la Guerra del Golfo Pérsico (1990), con el propósito de adueñarse sistemáticamente de las mayores reservas probadas               –hasta esa fecha- de petróleo.

La sed insaciable de crudo se incrementó cada vez más, hasta volverse un problema estructural que ha orillado a Occidente hacia un afán militar crónico, desencadenando una de las peores abominaciones en materia de derechos humanos después de la segunda guerra mundial.  Dicho afán militarista alcanzará su máxima expresión con la Guerra de Afganistán (2001), Guerra de Irak (2003),  Guerra de Libia (2011), Guerra Siria (2011). Lamentablemente, puede preverse una posible Guerra de Irán; suceso que podría desencadenar una escalada atómica sin precedentes.

Por su parte, ¿qué impresiones le merece a Vargas Llosa esta sed insaciable de Occidente por petróleo? Absolutamente ninguna, guarda un vergonzoso silencio, un silencio cómplice. Y lo enmascara a través de un idealismo de falsa democracia y civismo. Encubre uno de los mayores genocidios de la raza humana con una máscara de ideología  progresista e idealismo doctrinario.

«El alzamiento de los pueblos árabes contra las corrompidas satrapías que los explotaban y mantenían en el oscurantismo ha derribado ya a tres tiranos, el egipcio Mubarak, el tunecino Ben Ali y el libio Muamar el Gadafi. Todo el resto de regímenes autoritarios de la región, empezando por Siria, se encuentra amenazado por ese despertar de millones de hombres y mujeres que aspiran a salir del autoritarismo, la censura, el saqueo de las riquezas, a encontrar trabajo y vivir sin miedo, en paz y libertad, aprovechando la modernidad.

Éste es un movimiento generoso, idealista, antiautoritario, popular y profundamente democrático». (p p. 142-143).

Y tan generoso ha sido el movimiento libertario de la autonombrada Primavera Árabe que el gobierno instalado en Egipto, y encabezado por Mohamed Morsi, ha abolido los tres poderes del estado para constituirse él –el ejecutivo- en el único poder; es decir, se ha investido como dictador totalitario, contra las multitudinarias protestas de los genuinos hombres y mujeres progresistas que lo llevaron a la presidencia, con el riesgo de perder la propia vida.

Se nos muestra aquí un Vargas Llosa cínico, pragmático, cruel y –peor aún- silencioso ante la barbarie de su tiempo, cometida por los seguidores del liberalismo, quienes no buscan establecer principios democráticos sino saquear las reservas petroleras del planeta.

Epílogo

Se ha mostrado el transitar intelectual de la educación, que, degradada por el liberalismo luego de la segunda guerra mundial, con el pretexto de llegar a las grandes mayorías, comienza a degradar –a su vez- la cultura; convirtiéndola en lo que Vargas Llosa Llama la civilización del espectáculo.

Y como se vio anteriormente, este fenómeno no se asienta en las dos bases que propone, sino en la simultánea descomposición de las estructuras política y económica. Lo cual produce 1) crisis sistémica del capitalismo (inflación, mínima producción de riqueza, pérdida de confianza en el dinero de papel, guerra del oro); 2) pérdida de respeto a las leyes nacionales (debido a la falsedad de la democracia representativa); 3) cruzada petrolera contra los países árabes y persas.

Estos tres fenómenos son carentes de valor por sí mismos pero significan un gran drama humano, por el cual Vargas Llosa no siente ningún escrúpulo, pisoteándolo para dar legitimidad al poder liberal, que, bajo su falsa apariencia de libertad y civismo, se propone lucrar con el sufrimiento y muerte de millones de personas, tanto en Oriente Próximo como en el propio Occidente.

Bibliografía:

  • Vargas Llosa, Mario; La civiliazación del espectáculo. Primera Edición, quinta reimpresión. Alfaguara, S. A. México. 2013. 226 páginas.

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