Rumphlstilzkin


Juracán_Perfil Casi literal

«Es tiempo de que la piedra

se acostumbre a florecer

es tiempo de que te compadezcas

del desasosiego

es tiempo.»

Paul Celan

En este planeta, este país, esta ciudad, resulta cada vez más difícil mantenerse vivo. Y no lo digo por la dificultad física, como la injusticia, la falta de salud o la violencia, que a eso ya estamos acostumbrados. Es más bien otro tipo de dolor, un deseo inaprensible de tragedia colectiva, un deseo inmenso de disolver la conciencia entre los vicios y la moral absurda de un talk-show. Dejarse llevar por la televisión hasta el fin del mundo, o terminar de una vez por todas con todo lo que sustenta ésa manera de vivir.

Andando por la tarde, rodeando manzanas, máquinas herrumbradas, cielos grises y personas desoladas, queda una sensación de pesadez, como de un flujo imperturbable hacia la muerte, que subyace bajo la actividad de los cientos de miles que  transitan por la tierra. Es como si ya todo estuviera programado, como si cada acto fuera una ejecución inobjetable. Es como si alguien hubiera filmado con detalle los últimos días de la humanidad y nosotros fuéramos solo fantasmas en el celuloide, transcurriendo todos por la inercia de una máquina: desde el cadáver descuartizado en el noticiero de la mañana hasta la humillante competencia por el millón de quetzales en el programa de concursos, luego a la explotación irracional de algún tipo de combustible y nuevamente al cadáver destrozado ante un televisor. La vida se ha mezclado con la muerte como una visión del que agoniza.

Quizá sea que hasta hoy ha llegado a nosotros la sensación que alimentaba los extraños sueños de Europa a finales del siglo XIX, esa decadencia sombría, ese presentimiento de hecatombe que rodea al simbolismo, al post-romanticismo y al expresionismo, un indefinible olor a muerte en cada cosa.

Visto a la ligera no parece, pero cada día la realidad es más horrenda. Hay gente caminando por las calles, actividad en las empresas, comensales en todos los restaurantes, clientes en las clínicas de reducción de peso y vacacionistas en los sitios de recreo cada fin de semana. Sin embargo, cada día la gente se mata por las causas más banales que se pueda imaginar, gente que busca religiosamente un pretexto para la violencia. Por las noches hay ladrones en los barrios pobres, mendigos en los parques y en los atrios de las iglesias. Cualquiera diría fácilmente que esto es lo normal en todas las ciudades, pero debiera verse en ello un claro indicio de que hay algo aquí que no funciona. Aparte de esos detalles, las señales visibles no abundan.

Hay también hombres solitarios, mujeres anoréxicas, personas que aman sentir lástima de sí mismas, a quienes les resulta imposible tener amistades sinceras. Dicha «gente seria» es «emprendedora» nada más porque hace del resentimiento que tiene hacia los otros una inspiración para el trabajo monótono e irreflexivo que la maquinaria empresarial ofrece. Estallan en llanto cuando por casualidad, o porque un pastor evangélico los «motive», recuerdan lo solos que están.

También está la juventud, una miríada de estudiantes y adolescentes sin futuro, no porque tengan ya comprometida la sobrevivencia, sino porque nunca llegarán a siquiera saber lo que quisieran. Conscientes de esto, se les ve luego en las esquinas, los billares, las discotecas y los bares, perdiendo el tiempo. No debe considerarse esto como la «despreocupación de inmortal» característica de la juventud. Ahora hasta la diversión es parte de la inercia. Todos están seguros de que lanzan su vida a la basura, y aunque por ello no sean más felices, es cuando se destruyen cundo están más cerca de tocar la libertad.

Hay esposas que lloran, esposos que se masturban, personas prendidas a una pantalla por más de diez horas al día, y cuando no es una pantalla es cualquier otra cosa: Una radio, un aparato para ejercitarse, cualquier máquina que supla el contacto inevitable con la víctima, que para el caso, es uno mismo.

El arte se ha convertido en un perpetuo aullido, puesto sobre papel, sobre escenarios o soportes multimedia. Gritar es la única forma que hay de evocar alguna espiritualidad. También hay sacerdotes parasitando de la ignorancia, que al verse de frente al crimen que el ritual oculta, quisieran tener la fe de aquellas personas de las que se aprovechan. Y no hay camino de regreso. Los conceptos del siglo pasado que tan bien nos sustentaban han sido reemplazados por la aplicación práctica que de ellos se hace. La dignidad no es ya un estado de probidad moral, sino un estado de indolencia hacia el dolor o el crimen. El Honor ya no es un modelo de franzqueza y estabilidad psíquica, sino la excusa que nos permite dañar a otros conservando la conciencia limpia. El Respeto no es lo que nos debemos unos a otros, sino un tabú que penaliza o premia el poder adquisitivo. La Honradez no es el principio que hace obtener a cada quien lo que merece, sino el resentimiento disfrazado de justicia. Hasta el colmo de convertir la sensibilidad en un derecho hereditario, la responsabilidad en una molestia y la sabiduría en simple astucia maquiavélica.

Algo grave ha pasado con el concepto de lo que se solía llamar amor: ahora es un acuerdo para fijar los requisitos de la agresión mutua . Bodas que degeneran en crueles historias de tragedias familiares. Las parejas jóvenes no duran felices más de cinco años, luego andan por ahí, aburriendo a sus amigos con sus confesiones: el vicio por la pornografía, el sadismo psicológico, el orgullo sin dignidad, la evasión hacia los placebos de la masa por todas las frustraciones individuales. Para eso está la farándula, toda una constelación de superestrellas que a nadie hacen falta. Por cada vicio conocido hay una «estrella» luchando por llenar la imagen que de sí mismos han comercializado.

En medio de todo esto, están los inevitables ciclos de la biología: diariamente nacen cientos de niños, miles. Y ya no hay para qué mantener la vida. Hoy los hijos son la caja donde continuará resonando el eco de la conciencia frustrada de sus padres. “Mejor sería que no hubieras nacido.” “Jamás deseé parirte.” “Todo el tiempo, mientras crecías le rogaba a Dios para que murieras, así nos hubiéramos evitado el dolor, tanto para vos como para mí.” En las escuelas se les insulta, se les dice que están vivos por simple utilidad, que su vida está ya programada y a la menor falta habrá prisión o muerte. En caso de que alguien intente escapar, siempre se hallará manera de utilizarlo. Se canta la derrota, se glorifica la carroña. Con el estómago vacío, aplaudimos la glotonería. Para no seguir martirizándonos, nos contentamos con ser indiferentes al dolor ajeno.

Todo ha sido siempre así, pero decirlo ahora es necesario. Es necesario criar gente resentida para que la humanidad se autodestruya.

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