Reflexiones sobre el buen gobierno (III)


Gabriel García Guzmán_ Perfil Casi literal

VI

Sobre la libertad. El ser humano es producto de su sociedad, de su ambiente. Somos el resultado de la estructura social y de nuestro contexto material. Nuestra voluntad (como la de cualquier ser humano) se ve reducida al mínimo, develándonos un determinismo casi inexorable en la naturaleza humana: nuestra vida está esbozada por las líneas sutiles de nuestra clase, historia, raza y herencia cultural.

El ser humano es como un dibujo para colorear donde solamente elegimos ciertos elementos, ciertas posibilidades limitadas para conformarnos a nosotros mismos; no existe libertad alguna cuando el hombre elige, ni existen posibilidades infinitas para elegir.

He observado que en la política burguesa este hecho se evidencia en sobremanera, pues la única libertad que existe está limitada de antemano por el tamiz del capital. Solo podemos elegir entre las posibilidades que la burguesía ofrece, y cualquier elección les beneficiará de una u otra manera, perjudicando al grueso social. Solamente los hombres ricos —o con el apoyo de éstos— pueden costear una elección. Queda en evidencia que, a excepción de ciertos países, la libertad posmoderna se confunde puerilmente con la plutocracia: solamente los que acumulan grandes capitales son libres y forman gobiernos de ricos, por los ricos y para los ricos, empeorando la calidad de vida del resto de la humanidad.

Es, pues, la libertad del capitalismo una ficción, que ha de ser sustituida y repudiada a través de la historia; ha de llamarse a este concepto de libertad un esclavismo disimulado que, como el medioeval, será destrozado por el progreso popular hacia la igualdad.

VII

Sobre el nuevo orden mundial. El fin de la Segunda Guerra Mundial estuvo lejos de romper con el colonialismo; al contrario, lo potenció de una manera global, generando imperios encubiertos que gozan de total legitimidad formal.

Las Naciones Unidas no es más que el corifeo de las hegemonías neocoloniales, las cuales, agotadas por su evidente desprestigio, prefirieron hacer un cambio nominal hacia eufemismos más agradables: potencias, países industrializados, países desarrollados, transnacionales, corporaciones, etcétera. Estos imperios adquirieron facultades planetarias para gobernar y cogobernar la Tierra sin entrar en contradicciones profundas que degeneraran en una nueva y última guerra mundial.

Ahora bien, este aparente orden de dominio y conquista enmascarada, bañada por la hipocresía cínica del puritanismo anglosajón, se ha resquebrajado con el ascenso económico de nuevos países en el mercado internacional: los BRICS, con China y Rusia a la cabeza. Este desequilibrio, con nuevos contendientes, ha hecho que Occidente emprenda una cruzada contra el terrorismo, inventándose nuevos enemigos hasta debajo de las piedras, para poder instaurar estados policiales y prevenir alzamientos populares motivados por sus propias depresiones económicas; así mismo, con el propósito de no perder sus antiguas y mermadas zonas de influencia.

Este escenario caótico de Occidente, amparado ya solamente en sus casi caducos poderes militares, no augura el fin del colonialismo si no una vana sustitución de unos imperios por otros. Económicamente, China ha apostado por una economía mixta, sirviendo como puente histórico entre un mercado internacional voraz y una urgente vuelta a valores socialistas y colectivistas.

VIII

Sobre los conflictos raciales y religiosos. Cada cosmogonía humana es equivalente entre sí; no existe, objetivamente, culturas superiores o inferiores, solamente diferentes formas de comprender el mundo. Así mismo, todas las razas develan la misma condición humana; la eugenesia no es más que una pseudo-disciplina que condujo hacia el nazismo y la barbarie, planteando ideologías supremacistas de ninguna validez científica.

Por otra parte, el hombre no desea más que legitimar el despojo que hace a los otros en el proceso de acumulación de capital. Ya sea desde el derecho divino, hasta la creencia ridícula de razas superiores; todo conflicto de religión y razas encubre el despojo, el avasallamiento del hombre por el hombre mismo: es la justificación ideal del latrocinio. El problema no es de razas o religión, el problema planetario actual es un conflicto de clases e imperios en declive, el ocaso de un Occidente que se aferra neciamente a su cetro carcomido y apolillado de deuda así como un conflicto de potencias coloniales que anhelan someterse mutuamente. Los chacales mordiéndose ferozmente en una cacería serían menos explícitos. Han construido la imagen pública de sus víctimas para poder despojarlos de sus bienes materiales y riquezas, así como lo hicieron sus ancestros con los negros de las plantaciones o los indígenas del continente americano desde Canadá hasta Argentina; de igual manera como los Nazis robaron y saquearon las fortunas judías en la Alemania fascista o como Israel desea hurtar el territorio palestino; de esa misma manera quieren despojar Oriente Medio de sus recursos petrolíferos e hídricos.

Donde un hombre apele a la religión y la raza para someter a un semejante, para robarle, ahí no habrá más que un conflicto económico. La raza y la religión son la excusa idónea del que no quiere admitir su crimen públicamente, su voracidad “secreta”.

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