Augusto Monterroso: La letra e


Carlos_ Perfil Casi literalAlguien que al publicar no lo hace con demasiada fe, sino articulando una respuesta lacónica o más bien tímida en un enorme diálogo, es alguien que ha entendido la dinámica perpetua de la literatura y la cercanía que guarda con el olvido. Uno de nuestros lectores más completos y de nuestros escritores más universales; y al decir nuestros, me pregunto a qué me refiero con ese nosotros con quien trato de identificar a Augusto Monterroso. Se trata de un nosotros vinculado a un país ajeno pero amado. Un país incluso desconocido, o conocido solo en ese lúcido nivel de intuición que nos instruye la cultura. Si fue, talvez fue él precisamente quien anticipó el abandono necesario de esos temas nacionales a los que tanto recurríamos, tratando de forzar una identidad que en realidad nunca llegamos a definir ni a reconocer del todo. Monterroso prefirió hablar desde lo universal, desde el desapego físico de una patria desconocida. Descubrió que la mejor forma de decir algo sobre Guatemala y de ser escritor desde esta orfandad de patria, era alejándose de ella. Alguien que sufrió de forma auténtica un exilio que condensa una ignominia, y a esa vergüenza es a la que se refiere talvez el nosotros desde el que lo llamo nuestro.

El libro La letra e fue publicado en 1987, luego haber publicado ya buena parte de su obra narrativa. Está compuesto de una serie de textos de tono reflexivo y autorreflexivo sobre temas diversos, entre los que sobresale el tema literario. El autor expresa sus opiniones sinceras sobre literatura, tradición, edición y escritura. Además de narrar, a manera de diario, acontecimientos de su vida literaria sucedidos entre 1983 y 1985. La postura del escritor al emitir juicios es siempre sensata, raras veces emite juicios categóricos sobre cosas que no se refieran a él mismo. Pareciera que se tratara de un texto en el que además de demostrar su amplio conocimiento sobre la tradición literaria universal y sobre el contexto literario de su actualidad, el autor habla siempre con educación y diplomacia.

El libro se abre con un comentario acerca de Kafka, a quien incluye en un listado posterior como uno de los 15 autores más importantes de la literatura del siglo XX. Desde este punto se traza más o menos su “genoma intelectual”: un amplio conocimiento de autores clásicos. Un lector de Píndaro, Lucrecio, Virgilio y Horacio. Bibliófilo, coleccionista de ediciones, un tipo de esos que comparan las variantes entre una y otra traducción.

El tono general del libro es bastante ameno. El estilo es sencillo y el lenguaje accesible. En varias ocasiones el autor se describe a sí mismo como alguien que sabe reír de las cosas que pasan. Confiesa reír sobre todo de él mismo. Así, en varias ocasiones se encuentran bromas sobre su timidez, su estatura e incluso parodias de su propia obra en las que su humor irónico característico surge a través de la minusvaloración exagerada o autodenigratoria: “Como mis libros son ya antologías de cuanto he escrito, reducirlos a ésta me fue fácil; y si de ésta se hace inteligentemente otra; y de esta otra, otra más, hasta convertir aquéllos en dos líneas o en ninguna, será siempre por dicha en beneficio de la literatura y del lector”.

Veo una fotografía de Monterroso y me pregunto si en verdad es posible que en la sencillez y la pasividad que emana de su imagen esté condensada toda la ironía, toda la sutil inteligencia y sabiduría con que está dotado su humor. En La letra e ese humor ácido no es tan evidente. El principal recurso humorístico utilizado es el del humor anecdótico. El autor ríe de acontecimientos que le sucedieron a él y que en el lector podrían provocar risa. Las anécdotas son fruto de la amistad y de relaciones humanas y personales. En varias ocasiones surge el tema escritural. Con esto se acerca hacia un tema posmoderno: la literatura sobre temas literarios.

Otro tema que predomina es el tema político desde la inefable sinceridad de su opinión. Considera que su obra es producto de dos vertientes principales: la tradición literaria que lo precede y la responsabilidad política que asume como escritor. Monterroso simpatizó con el movimiento revolucionario de la generación del cuarenta y con los gobiernos democráticos de Árbenz y de Arévalo, y fue tras la conclusión de este período que tuvo que salir exiliado.

En La letra e, también se dicen unas palabras acerca de la amistad. Un tipo de amistad que se vincula a los otros de forma auténtica. Sobre todo, la amistad literaria, que al parecer es una amistad que sobrepasa los límites de la simpatía, como diría Bolaño. Sin pretender hacerlo, Monterroso presume de caerle muy bien a todo el mundo (y es muy probable que así haya sido). Con este tema, pareciera condensar una de las máximas que para él fue vital: vivir de forma auténtica la literatura en todos los ámbitos de su vida. Ser un escritor auténtico. A raíz de esa vivencia surgen amistades, viajes, libros, lectores, y vida. Una vida literaria.

Augusto Monterroso es, sin duda, un punto cardinal de la literatura guatemalteca. Cuando habla sobre Guatemala, sobre esa Guatemala fatídica de los años 80, pareciera que lo hace desde una cierta ingenuidad política que continuaba creyendo en la lucha armada como una posibilidad para la reconstrucción de la democracia perdida. Hay una parte del texto donde pareciera condensar toda su autobiografía intelectual: “De esta manera, cuando escribo me considero producto de estas dos vertientes: el acontecer político, y el agua conciencia de que soy heredero de dos mil quinientos años de literatura occidental y, atávicamente, de otros tantos de nuestras culturas autóctonas. A veces, esta misma conciencia me intimida y me impide escribir, pero cuando logro hacerlo procuro no ser indigno de esta carga y de esta riqueza”. Hace poco leí un reportaje sobre Asturias que concluía preguntando si en realidad merecíamos a un escritor como él. Ojalá que como Monterroso procura ser digno de esa tradición y esa riqueza siendo escritor, podamos nosotros ser dignos de ese genial escritor siendo lectores y vincularlo finalmente a ese nosotros con el que abro el ensayo.

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