Sentidos para orbitar


Eynard_ Perfil Casi literal

Cuando un nombre no nombra, y se vacía,
desvanece también, destruye, mata
la realidad que intenta su designio.

Ángel González

Dormir parece que es como consumirse poco a poco en un sueño, vago a veces o profundo otras tantas; es decir que el sueño nos absorbe, nos conduce, nos maniatea (sic) en un camino lleno de flexibilidad y sinuosidad en donde bien podemos encontrarnos con nuestra verdadera conciencia, digo, con ese nosotros que intenta comunicarse en otro lenguaje —aquí hablo de una colectividad— y el yo —individualidad— que habla a partir de imágenes, inteligibles algunas e ininteligibles otras tantas, cómo no, pero también ocurre que el sueño puede ser la voz del recuerdo inolvidable que nuestra conciencia intenta desechar o el recuerdo pegajoso en donde las cosas no ser apartan de nosotros. Todo esto es otro asunto…

Regresemos cuando un cabezazo viene tras otro y el tercero parece que nos puede devolver la conciencia que a veces tanto anhelamos en algunas situaciones extremas que pueden definirnos en segundos: un mal movimiento o una flaqueza o un descuido nos pueden llevar a la ruina. Siempre creo que estas cosas son tan delicadas y están fuera de nuestro alcance, no podemos manejarlas porque de repente, cuando alguien menos se lo imagina, caemos como destrozados, aniquilados, nos derrumbamos ante lo inexorable aunque querramos (así, con dos erres como ejemplo de tantas desgracias guatemaltecas: parece que incluso lingüísticamente frente a los hechos más espantosos, este es nuestro sello de la desgracia. Lo digo muy en serio, no por casualidad) que nuestro cuerpo, con toda nuestra fuerza física y la voluntad de nuestro ser, soporte un momento más, no pedimos mucho algunas veces, solo un poquito y ya basta, te podés ir cuando te dé la gana. Como el Tano decía: no te pido veintitantos pases seguidos como el Barsa, solo dos o tres y cuatro si la vida nos da la oportunidad, nos regala esa ganancia que necesitamos de vez en cuando aunque ya sabemos el resultado: nada frente a nuestra expectación. Pero a mí me sorprende tanto ese instante en donde perdemos la conciencia total de las cosas, como cuando nos encontramos embebidos, la babia que siempre ha girado a nuestro alrededor por la inmensidad del cielo, del mar, de la tierra y el universo en su totalidad porque parece que así pasan las cosas: algo nos aplasta con toda su fuerza aunque «sientas que nadie te puede tocar». Y lo peor de lo peor es cuando la línea entre la vida y la muerte, la banalidad y la trascendencia sobre todas las cosas es tan delgada, casi invisible, y entonces creemos que somos seres inherentes a la fatalidad porque esto no cubre solamente ese manto negro en donde ya no sabemos qué hacer con la vida, no importa lo que se diga antes o después, lo mismo da. Estas acciones pueden parecer intrascendentes (el vaso que se cae en contra de todas nuestras suposiciones por ejemplo) y siempre quieren tomarnos de la manera de cualquier forma para que nos acerquemos a donde tengamos que hacerlo dentro del mundo en donde vinimos a parar: lo infranqueable de esas desgracias que siempre nos ven a la cara para que rompamos a llorar muertos de miedo… porque recordemos que somos el intento fallido de varios intentos de creación. Todo esto si no nos creemos el cuento de que somos hechos a semejanza de nuestro creador porque si no, imagínense, a dónde iremos a parar. Pero en fin, el nombre no nombra como con los cabezazos que nos desintegran y, creo, que son única función cuando nos quieren fulminar, digo, en una concepción de las cosas: nuestra desintegración frente a nuestra afirmación de lucha, incluso de acto, inútil y después la fatalidad que queremos ignorar pero que de la misma manera nos detona. Hacia dónde va nuestro designio quisiera saber yo.

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