Vahos en el espejo: La gente del palomar


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literalSe encuentra en temporada en la sala de teatro Manuel Galich, de la Universidad Popular (UP), la obra  La gente del palomar (1962), de la dramaturga guatemalteca María del Carmen Escobar (1934-2014), la cual ha ofrecido al público desde su estreno (en esa misma sala) una ventana-espejo que le obliga a ver de una manera muy directa lo que nos carcome y cómo nosotros nos dañamos a nosotros mismos colectivamente.

Muchos podrán repetir el discurso fácil: “Una pieza inspirada en la Guatemala de los años 60,  que, con humor, retrata la realidad de los estratos desfavorecidos y la exclusión social”, pero como afirma el investigador brasileño Gabriel Rodrigues Lopes: el problema de América Latina no es la pobreza, sino la riqueza y la tierra concentradas en pequeños grupos de poder. Pero bueno, este tema es para investigaciones y debates extensos sobre des-colonización, etcétera, etcétera.

A grandes rasgos, La gente del palomar coloca en escenas la trata y explotación de niños, la violencia contra la mujer, el machismo exacerbado e incluso practicado por las mismas mujeres, las piadosas hipocresías que entorpecen la comunicación y la comprensión del mundo, el alcoholismo, entre otros problemas que no son exclusivos de sectores de escasos recursos y que han llenado páginas de periódicos en los últimos años, en los últimos días y en las mejores familias.

Las risas alrededor de lo atroz (las carencias y las circunstancias de los personajes) tanto en la obra como en el público ante ella, nos podría motivar a reflexinar sobre si la idiosincracia guatemalteca preferirá siempre la comicidad al llanto para sobrellevarlo, o es un acto reflejo nervioso que no sabe qué hacer con la imagen que le devuelve el escenario.

Del artista se puede esperar que su obra dialogue entre sectores y puntos de vista para acercar a  a los expectadores a realidades diferentes que quizá tengan coincidencias o intersecciones con las suyas, y eso es lo que consigue María del Carmen Escobar, de una manera fluida, con un lenguaje oportuno y una visión crítica del acto cotidiano.

La puesta en escena que se presenta en la UP, a cargo de la Academia de Arte Dramático Rubén Morales Monroy y con la dirección de Flora Méndez, ofrece actuaciones profesionales, en un escenario simbólico y apegado a la tendencia minimalista. Aunque el trabajo final es satisfactorio, fueron reducidos dos temas fundamentales de la obra original: el racismo y el aborto. En la página 46 de la obra aparece un diálogo al que el público debería ponerle atención, pero que se “suavizó” en esta temporada:

                        “FIDELINA: Ah sí… usté sí tiene oficio de entrar al cartero a su cuarto siempre que viene. ¿A poco cree que no me he fijado…? Lo que pasa es que no me gusta hablar…

                        MARUCA: ¡Y usté con la envidia…!

                        FIDELINA: ¿Yo?… ja ja ja. Allá pitas. Yo tengo mi marido, no me meto con indios…

                        MARUCA: El que habla de la pera, comérsela quiere…

                        FIDELINA: Ja ja, no me haga reír… ya le dije que no me gustan los chajaleques…

                        MARUCA: ¿Entonces por qué vive con el señor Chico?… ¿A poco cree que no se le nota que es puro indio que se acaba de medio calzar…?

                        FIDELINA (furiosa): ¿Francisco? ¡Pues sépase que mi marido es de descendencia española…!

                        MARUCA: ¡Descendencia española!…¡Ya quisiera!… ¿cree que no he oído cuando dice: (imitando el hablado indígena) ‘Miré vos Fideline… andaite a ver por qué llore el muchichite…’  Ja ja ja…”.

Por otro lado, el aborto y la maternidad impuesta a niñas (Tancho, de 13 años, y Ofelia, de 15 a 18 años, según el texto de Escobar) son temas claros y descarnados. Entre el primer y el segundo actos, solo pasan dos meses, y del segundo al tercero, más de un año, así que las protagonistas aún no han salido de su adolescencia. Esto no entra en el carácter de anormalidad en nuestra cultura, son problématicas que se tratan en cifras y datos, pero no en la consciencia. En la obra de Escobar se desarrollan en contextos religiosos cristianos arraigados, son secretos a voces las violaciones contra menores y se rehúye del aborto voluntariamente para no entrar en polémica al asumir que la única realización de la mujer debe ser esposa y madre. ¿Ha cambiado eso en cuarenta años? En la puesta en escena esta reivindicación se aleja del dramático final del texto original, que se debate entre la culpa de la llorona que mató a “su hijo” y la exaltación de la divina madre. El teatro debería al menos presentarlo para abrir una discusión, y no atenuarlo, incluso con otros mensajes simbólicos confusos que ayudan al tradicional orden de las cosas. En mi opinión, no necesitamos finales felices donde no caben.

Para abrir estos debates, apoyemos primero al teatro asistiendo a las butacas. Las funciones de La gente del palomar se presentarán este domingo, a las 17 horas, el sábado 25 de octubre, a las 20 horas, y el domingo 26, a las 17 horas. Más información en http://www.upguatemala.org.

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