¿Creer en el Nobel?


Carlos_ Perfil Casi literal

Corre uno el riesgo de responder que no, de tajo, y repetir argumentos trilladísimos que uno se sabe ya de memoria: que Borges, que Joyce, que Kafka, que Tolstoi. Aunque la persona que los diga no sepa cuál es el primer nombre que acompaña a ese Tolstoi ni haya leído de Borges más que ese trilladísimo poema que circula en Internet cuya autoría le atribuyen. Sin embargo, estos argumentos y la crítica de los móviles (evidentes) políticos del premio no nos dejan ver la relevancia del Nobel en la actualidad, que al parecer, va en desmedro con el tiempo.

Si vamos a argumentar a favor del Nobel, debemos decir que tuvo, en efecto, una época de oro. Se lo dieron a Faulkner, a Camus, a T. S. Elliot, a Hemingway, a Asturias y a Beckett. Aunque a ellos, como a Borges, a Kafka, a Joyce y a Tolstoi; el Nobel les sobra. Su legado y su obra trascienden cualquier premio y cualquier reconocimiento de actualidad. Pienso que la controversia que rodea hoy al premio es la misma que rodea al reconocimiento literario en vida, y a los premios literarios en general: Kafka no fue reconocido nunca como escritor. De hecho, salvo algunas publicaciones aisladas que incluían relatos y alguna novela corta, hubiera muerto inédito y fue gracias a una afortunada desobediencia que hoy podemos leer El proceso, El castillo, América. En algún momento, Kafka escribió “Soy literatura y no puedo ni quiero ser más que eso”. Y tal vez ese era el mayor castigo y a la vez el mayor reconocimiento al que un escritor puede aspirar en vida. Hoy no es posible pensar la literatura occidental sin Kafka, y esto es algo que él no sospechó.

Definitivamente el Nobel no es un tema que me quite el sueño, ni que me importe demasiado. Me desalienta un poco como lector que en octubre anuncien la entrega del Nobel a un escritor de apellido raro que no lo había leído nunca, ni escuchado mentar, ni nada (que es lo que ha pasado en un 99 por ciento de los casos, exceptuando las veces que se los dieron a Vargas-Llosa y a Alice Munro). Sin embargo, debo confesar que si no hubiera sido por el Nobel, no hubiera leído nunca a escritores excelentes de una calidad indiscutible: Coetzee (que se convirtió en uno de mis autores favoritos), Pamuk, Kertesz, Oé y Saramago, por ejemplo. Aunque también me he llevado decepciones (no resisto las ganas: Doris Lessing, por ejemplo).

Me llama la atención lo que pasó con la entrega de este último Nobel. Patrick Modiano es francés, y se ha publicado en español gracias al tino de Jorge Herralde y la editorial Anagrama, que dialoga con ese vertiginoso fenómeno al que llamamos literatura actual. Parte del desmedro que el Nobel ha sufrido se debe a que la literatura cada día es menos universal, más ecléctica, y cada vez se hace más difícil y menos válido reconocer a “un escritor en el mundo”. Pero dentro de esa heterogeneidad que hoy es nuestra literatura, resulta una buena recomendación lo que un grupo de académicos concluya luego de una deliberación. Este año, al salir la noticia del Nobel a Modiano, hordas de personas se levantaron defendiendo a Murakami, de donde surge mi conflicto: muchas de estas personas habían leído tanto a Murakami como a Modiano, es decir, nada. Murakami me parece un mal escritor, a secas. Es posible que algún día llegue a ganar el Nobel, con esas temáticas tan banales y esos argumentos tan planos con los que engatusa a la gente que quiere leer un autor con apellido raro. Pero antes que él, estaría un gran listado de autores que merecerían antes mi reconocimiento: Amos Oz, Nicanor Parra, Slawomir Mrozek y muchos más. Sin embargo, si llegara a ganarlo, tampoco despotricaría en contra del Nobel por no compartir mis criterios. Sí despotrico por la gente que, sin criterio, despotrica contra algo. Y no lo haría porque a la larga, como dije antes, no es algo que me quite el sueño.

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