Tacones y labios rojos


Jimena_ Perfil Casi literal

El viernes pasado mientras usaba tacones altos y mi boca estaba pintada de color rojo, me percaté de lo que para mí es un espejismo de aquella que quisieron que fuera pero no soy. Opté por la comodidad a muy temprana edad en vez de la estética casi obligatoria para la mujer. Tiempo más tarde, esa comodidad pasó a ser una forma de ver el mundo y de verme a mí misma, se convirtió en una forma de agilizar el paso, pero a la vez, en una forma de presentarme ante el grupo social que me rodeaba y se preguntaba —algunas veces de forma hostil— por qué no parecía interesarme el “arreglo femenino”.

Me gusta el maquillaje, y a pesar de que los tacones no son mis mejores amigos, son para mí piezas de gran belleza aunque lamentablemente son relacionados con la industria que comercializa sexualizando la imagen de la mujer colocándola como objeto del placer y no como un ser capaz de decidir sobre su propio cuerpo, sino como alguien necesitada de aceptación. El estereotipo que gira sobre la mujer actual está cargado de una belleza lejana a nuestra realidad: altura, delgadez, curvas estilizadas pero bien marcadas, todo esto acompañado de los accesorios necesarios para su realce, teniendo como una de sus finalidades colocar el producto en venta de forma vistosa y encantadora.

En casos cercanos he visto cómo a la niñas se les educa para ser buenas amas de casa, esposas entregadas, madres abnegadas; pero eso sí, hay que vender primero la mercancía a un buen postor y eso se hace por medio de los tacones, los jeans ajustados, los escotes pronunciados y el maquillaje impecable. Esto nos lleva a una feroz competencia entre amigas, hermanas y en general entre todas mujeres, que parecieran estar listas para atacar a su igual con tal de ganar la aprobación de un galán. Son mensajes a su vez contradictorios: se quiere a la mujer casta pero lista para verse provocadora en todo momento, nos llaman “putas” por decidir sobre nuestro cuerpo y a la vez nos llaman santas por dejar las decisiones fundamentales sobre el hacer o no hacer a los otros.

Lo único que quisiera hacer ver hoy en este desorden mental que me tiene ocupada en los últimos días, es cómo se nos ha marcado un “deber ser” totalmente ambiguo y contradictorio en esta sociedad doble moralista.

Considero que las elecciones son nuestras y que debemos educar así a las nuevas generaciones capaces de elegir por sí mismas, para que si un día elegimos los tacones altos de punta de aguja, las botas de montaña, los tenis deportivos, el labial rojo o los labios mate, al final la decisión será basada en el dominio y el conocimiento que tengamos sobre nuestras mentes y cuerpos. Sí, cuerpos de mujer únicamente para nosotras, no para entregarlos como trofeo, sino para cuidarlos y disfrutarlos por decisión personal.

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