Las utopías del lector


Rubí_ Perfil Casi literalLos lectores somos personas de naturalezas estivales; nuestro hábito de lectura responde a una amalgama de apetitos de los cuales no todo el tiempo somos conscientes. Estos apetitos literarios se cocinan al mismo vapor que se cocinan nuestras utopías de la misma índole; por ejemplo, los lectores deseamos febrilmente que algunos libros en nuestro país no sean ridículamente costosos, como en ocasiones resulta. O bien, nos alegraría en sobremanera tener más bibliotecas públicas en nuestros barrios; bibliotecas que no se nutran solamente de donaciones de personas cuya alma se desgarraría al ver uno de sus antiquísimos libros en una torre de reciclaje. Queremos ver inversión en nuestra Biblioteca Nacional Luis Cardoza y Aragón año con año, queremos que deje de ser un mingitorio público, queremos llegar a nuestros autores en formato impreso, no en un formato digital por no poder pagar el libro físico. Algunos de nosotros aspiramos a tanto, que deliramos con la idea de que, en nuestros lugares de trabajo, se incluyan al menos quince minutos diarios de lectura para los colaboradores.

Sí, los lectores somos soñadores, y no es malo serlo; lo realmente malo es aceptar que soñamos demasiado y que volamos muy alto.  Es válido soñar y perderse páginas adentro e ignorar el correr del tiempo, el clima, las obligaciones, etcétera. Lo malo es venerar tanto a los libros, que olvidamos que también son un producto de consumo. En otras palabras, la realidad del libro es otra, y esta realidad que cosifica nuestras emociones lectoras en pastas duras, portadas seductoras, excepcionales traductores y ediciones selectas, es una realidad que nos pesa infinitamente aceptar. Los lectores no nos imaginamos a un equipo de trabajo editorial urdiendo una idea comercial para la venta explosiva de un ejemplar esperado, tal y como lo hicieran con un nuevo modelo de zapatos o un nuevo refresco de soda. La sola idea nos arrebata el objetivo de acunar un libro cerca de nosotros por motivos inherentes a nuestra esencia. Pero resulta que esto sí sucede; que, comercialmente, el criterio de buen o mal escritor se puede medir por la cantidad de copias que el público compre: si el autor no vende, en definitiva no existe. Y así es como magníficos escritores terminan en mesones de ofertas con letreros de papel neón, y escritores anodinos engalanan las estanterías de las librerías con sus best-sellers. Lo que acabo de señalar no es una regla totalmente, es uno de los muchos fenómenos de producción literaria que envician el mundo editorial.

¡Ah, los lectores! Somos personas a veces sagaces para descubrir antes de tiempo a los asesinos en las novelas de Agatha Christie o Conan Doyle, pero no somos sagaces para aterrizar a nuestra socioeconomía; lo somos  hasta que nos damos un portazo con ella. A mí misma me ha pasado, me pasó el mes pasado. De hecho, antes de darme el portazo, escribí en mi artículo anterior una de mis utopías. Encontré en una librería el libro Dictadoras, la contraportada del ejemplar que leí afirmaba que el libro fue escrito por Rosa Montero y la editorial lo vendía tal cual. Luego, un perspicaz colega me ayudó a descubrir que la editorial, cuyo nombre no viene al caso mencionar, usó el nombre de la escritora española para lanzar al mercado un libro que no lo escribió Rosa Montero y que fue producto de una serie de televisión argentina cuyo objeto fue biografiar a los cuatro dictadores de la Gran Guerra, desde la perspectiva de las mujeres de sus vidas. Rosa Montero colaboró con la serie de televisión en una labor periodística, mas no escribió el libro para venderlo; la editorial se tomó esa atribución.

En su red social de Twitter Rosa afirmó que le molestaba que tal editorial haya usado su nombre para vender entrevistas compendiadas para las cuales ella solo colaboró a favor de la serie de televisión; que no entendía la razón por la cual la editorial procedía de dicha forma.

Y así como los lectores veneramos a los libros, también veneramos a las editoriales; nos olvidamos que estos lugares, santuarios de la materialización de nuestros tesoros, necesitan subsistir, vender y venderse a los autores para que ellos puedan venderse a los lectores.

Fue entonces cuando un vendaval me arrastró a la realidad, a darme cuenta de que los libros, como los jeans, como la perfumería o los teléfonos celulares, son productos de consumo de masas, que son parte de un mercado y que ese mercado no lo entiendo del todo, o me rehúso a entenderlo tal cual es actualmente.

Sea como sea, que el libro sea un producto más que puede viajar en la carretilla del supermercado no es del todo malo; quizá es la mejor forma en la que los libros pueden llegar a más personas. O quizá pienso en esto porque necesito buscar la otra cara de la moneda para no seguir ahogándome en mis quimeras de lectora y despertar de una vez por todas.

¿Quién es Rubí Véliz Catalán?

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3 Respuestas a "Las utopías del lector"

  1. Eynardd dice:

    Es cierto, el libro necesita venderse para seguir viviendo él mismo y sus compatriotas, los demás libros publicados por tal editorial, por eso también es importante y considerable uno que otro artilugio publicitario para que se venda (hace unos años veía en unos canales que los escritores hablaban de su nuevo libro y que lo podían conseguir en tal y tal lugar y seguramente muchos han de ver feo o de mal gusto porque hace que el arte baje hacia las masas que ven televisión, es decir que se pierde la élite intelectual, pero creo que es lo mismo a lo que se hacía hace algunas décadas con el catálogo de libros de tal editorial para adquirirlos por correo). Bueno, eso pasa y así debe ser y es cierto que la mucha mara no lo entiende, digo lectores y escritores, lástima porque de todo hay que vender en esta vida para sobevivir y, en realidad, creo que esa lógica es la misma de todo aquel que piensa que no es meritorio pagarle a un escritor un cuento o una novela o a un poeta un poema porque ellos se olvidan que el escritor también come y que para comer tiene que comprar su comida… Lo de Rosa Montero sí fue una barbaridad sin ética ni moral.

  2. Eugenio E. Tòrrez Dìaz dice:

    El tema desde su perspectiva de editorial, esta bien planteada , El planteamiento del problema surge con el titulo UTOPÍAS DEL LECTOR, ya que entonces esto nos hace preguntarnos ¿es el lector en si un utópico o es el proceso de enseñanza y aprendizaje de a través de la lectura una utopía o un lector frustrado e irrealizable en el momento que realiza su actividad cognitiva o en el momento que pone de manifiesto sus macros o micros habilidades del lenguaje entre las que se incluye al lector ? pero al leer el articulo te das cuenta de que no tiene nada que ver con el lector en si sino que simplemente desde un enfoque de editorial-mercado tecnista se desarrolla el tema que en si necesita entonces titularse LAS UTOPÍAS MERCADOTECNISTAS DEL LECTOR, pero menos utopías del lector, ya que eso es aceptar o poner al lector dentro de un Plan o proyecto cognitivo como irrealizable en el momento de su formulación o desarrollo.

  3. luisloaz dice:

    Comentario y sin venene incluido: ¡pues hombre! ¡felicidades por la publicación!, sin quererlo te estas adentrando a la crítica económica de un fenómeno de mercado. Puntos a destacar: observar el libro como un producto de mercado, pero es que a veces se nos olvida que una cosa es la satisfacción que nos causa el libro (a muchos niveles) y otra es la argamasa de recinas maderadas, cuero y fibras de polimeros que constituyen el libro físico; ¿Porqué triunfa el best seller? porque al final son los consumidores los que se llenan de las satisfacciones que esos libros prometen. Lo que resaltas en un problema de mercadeo; si supieran hacerme ver la magia (por cualquier medio que fuera) de que leerme Madame Bobary me cambiará la perspectiva de mundo, me hará sentirme mas cerca de mis emociones; pues al final vas y lo compra. Para el que me tilde de capitalista solo puedo decir que antes de la revolución industrial el acceso a libros era restringido y costoso; hemos llegado a una época en la que su valor (altisisisismo y mas allaá) no se compara con su precio (relativamente barato). Poco a poco y con el trabajo de muchos (una buena editorial, que se plante a dar a conocer el trabajo, autores honestos en su forma de vivir además de su escritura, profesores, bibliotecarios, empresarios y lectores) se podrá ir despertando el gusto por la lectura y el libro, como una droga que te atrapa y de la cual con las dosis justas y en el momento exacto crean una adicción alucinante

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