Una impresión beat: Yonqui, de William Burroughs


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literalEn la universidad escuché de la Generación Beat y vi representados en varios de los estudiantes su supuesta influencia. No hizo clic. No es una lectura obligatoria en la carrera de letras, como muchas que deberían serlo para motivar el pensamiento crítico, sobre todo las “underground”. No se incluyen, paradójicamente por el poco tiempo que se tiene para hablar de libros, y menos si abordan temas molestos y que crean “escándalos” en clase: sexualidad, drogas y la degradación del ser humano como consecuencia natural de un sistema fallido y contra la moral burguesa de su época. ¿No trata toda la literatura de lo mismo? Sí, pero los Beat lo hicieron con un ritmo distinto: destilaban una ficción vestida de realidad no apta para que todos la admitieran.

Casi una década después de esas primeras presentaciones me topé con un artículo que abrió mi apetito sobre el autor “más raro” de esa generación, según algunos críticos: Willilams Burroughs.

Encontré un texto humano, desquebrajado, como las generaciones perdidas entre guerras. Con lecturas acumuladas se percibe fresco, crudo, viceral y honesto, si cabe eso en un análisis literario. Quizá sea porque dicen que fue el más autobiográfico. No encontré en Yonqui lo que años atrás me indicaban sus “pupilos”: poses al cuadrado, jóvenes haciéndose los interesantes degradados, poetas malditos del pasado o del futuro, quien sabe.

La vida y la obra son dos cosas muy distintas. Muchos mueren en el intento de escribir sus inconsistencias. Burroughs, con apariencia de banquero, dibuja en su relato a un drogadicto que pareciera mutar en forense analizando el camino que la droga trazaba en sus venas, expresaba parcamente fascinante sus circunstancias más rastreras convirtiéndose en drug dealer, en ladrón de borrachos, en encarcelado, en paciente con síndrome de abstinencia.

Pareciera que los verdaderos escritores renacen después de nadar en el alcohol y la locura, quizá sea cierto. Los abismos matan la bondad que no sirve para relatar devastadoras posibilidades humanas, claustrofóbicas experiencias que no sabemos si despiertan, duermen o deliran. Los desperdicios de la noche anterior pueden convertirse en revelaciones magentas.

No comparto la idea de ser un artista pordiosero que mendiga el vaso de cerveza, pero definitivamente comparto que se deben vivir miles de vidas en un solo instante, las más macabras se viven estando sobrios y con dolores de cabeza, lo demás es vanidad insolente, creatividad sujeta a una experiencia adictiva que va consumiendo las mejores neuronas y las más pacientes esperas.

En Yonqui no hay protagonistas que presumen sus adicciones, hay especialistas en la codependencia, en la irrealidad, en una muerte lenta.

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