Bailando entre recuerdos y sonrisas


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literalEl jueves 19 de marzo se presentó por segunda vez la novela Ana sonríe, de Denise Phé-Funchal. Los temas generales del libro se podrían englobar en dos: el suicidio y la familia, dos temas tabús en la sociedad guatemalteca. El primero por lo negativo: está establecido que se debe amar la vida, se debe sentirse libre pero no tanto (si se toma el suicido desde el foco existencialista y como la máxima expresión de libertad), etcétera. Aquí se estigmatizan los terceros, los cuartos intentos, no digamos a los decididos.

Ya solo ahí hay mucho de qué hablar. Después viene la familia. ¿Por qué digo que es tabú? Porque tengo la impresión de que solo hablamos de las cosas hermosas de la familia, de la unidad, de la solidaridad. Alguien me decía que “la familia son esos a los que uno cuida, respeta y ama, y de quienes recibe lo mismo”.  Los entretejidos capítulos de Ana sonríe nos muestran algo distinto. El cuidado, el respeto y el amor no son recíprocos, tampoco en cantidad ni calidad.

Los tratos que recibieron en casa y de la familia serán los fantasmas que esperan en la cocina a una de las protagonistas, Loreta. Una de las escenas que pasan ante el lector como filme nuboso en cámara lenta. La familia amolda el carácter, también la melancolía, la violencia, la resiliencia. A los cuatro años de edad, Ana conoce el odio, odia a su abuela Libertad. Entre el maravilloso concepto de familia también hay que decir, y es que no se dice, que en casa también se aprende a llorar, a odiar.

Las protagonistas de las novelas, tres mujeres, tres hermanas, Ana, Loreta y Lucrecia, bailan en su vida adulta entre recuerdos que parecieran profundos abismos. La técnica que se utiliza para entrelazar el pasado y el presente, mezclando los diálogos con la horizontalidad de la narración, particularmente me gusta. Lo veo como una exigencia para el lector. Phé-Funchal admitió que fue un experimento, que no se le dan bien los diálogos estructurados, pero considero que eso es un plus. Un diálogo como tal contrastaría demasiado con la atmósfera del recuerdo, con la velocidad del pensar.

Ana sonríe me trajo a la memoria Las horas, de Michael Cunningham: tres mujeres, tres tiempos, recuerdos, el suicidio, la familia, la sensibilidad, los hilos-puentes que conectan a los personajes. El primer capítulo, en ambos libros, empieza por el final. Siempre será un reto regresar los pasos y reconstruir las historias que mantengan atado al lector hasta la última página.

David Unger en la contraportada de Ana sonríe dice que la autora “ha retratado meticulosamente el gran mundo de las mujeres —sin caer en estereotipos o en crear una novela doméstica—”. ¿Es que son los hombres los expertos el mundo de las mujeres y los que definen qué son libros escritos por mujeres? En la presentación también escuché de la voz de un escritor que el “lenguaje femenino” de Denise suavizaba lo duro del libro. ¿Será que son ellos quienes siguen pensando en lenguajes femenino y masculino? Me gustaría escuchar críticas de hombres que no piensen en rosa cuando una mujer escribe un libro, sobre todo cuando el libro es más de lo que esperan.

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