Todo y nada


Eynard_ Perfil Casi literal

Retornarse a las vueltas, recordar el pasado, la nostalgia junto con la melancolía crean un texto nostalcólico. Las palabras se encierran y no se escriben solas. El mundo respira cada vez con mayor dificultad y nuestras manos se entorpecen cuando un verso se estanca en el camino o cuando el párrafo ya no crece sobre una hoja inmensa, una hoja digital, una hoja materializada en papel, qué más da porque parece que ya no alcanzan las fuerzas, porque parece que el mundo se viene abajo aunque ya sabíamos que abajo estaba. Es triste, doloroso y nos da un no sé qué de impotencia saber cómo cuesta avanzar. Proponerse un plan parece ser bueno: diez páginas en un día y en un mes serán trescientas o cinco poemas en un día y en un mes será un poemario de ciento cincuenta poemas. Si lo anterior era triste esto es patético porque, creo, no hay nada peor en el mundo —o mejor, quizás— que un plan imposible, desviado tortuosamente porque la vida así lo quiere y nos vamos dando cuenta de nuestra ineficacia, nos vamos dando cuenta que nuestras fuerzas no son tan fuertes como suponíamos porque preferimos dormir un poco más, detenernos un poco más en el desayuno, en el almuerzo, en la cena, en la refacción, la plática matutina o vespertina o nocturna o de mediodía se alarga y se alarga hasta donde ya no podemos ver ni siquiera el horizonte. Y luego sabemos que escribir es una necesidad, lo repetimos si nuestro descaro es tan descarado y ya nada importa, sabemos que eso es así pero la comodidad nos va ganando y solamente pensamos lo que se quiere plasmar y lo pensamos tantas veces hasta que se vuelve parte de nuestro discurso habitual y olvidamos escribirlo porque ya se fusionó con nosotros, con esos huesos con sus tejidos y sus músculos que nos mantienen de pie, están en uno mismo: el discurso y la carne, pero nada escrito. Y más tarde resulta que hay cosas imperativas en el mundo: el maltrato animal, el hambre, la explotación infantil, el desempleo, la violencia cotidiana, la violencia organizada, la violencia intrafamiliar, la prostitución involuntaria, la prostitución infantil, la esclavitud legal, el tío enfermo, el abuelo que ya no es como antes y le quedan pocos días, tu hermana que se quebró la nariz, un dedo, que está embarazada, tu hermano que va mal en las clases, el borracho inmediato, el borracho más lejano, los amigos que siempre están para algo, se acerca Semana Santa y tu alcoholímetro te quiere decir algo al oído, mucho sol, incendios forestales, la zafra de la caña que seguimos tomando, con la que nos seguimos emborrachando, este país que no lee y cuál es nuestro papel entonces, nos podemos preguntar; este país que tiene libros pero no lee y no sabemos qué hacer, nuestra frustración, nuestra falta de plata como para detenernos una vez en la vida aunque decidimos dormir un poco más y etcétera, etcétera. Tantas cosas que hay, que existen, que se nos imponen y nosotros que queríamos escribir sobre la caída del atardecer, el sol que es tan grande y tan bravo, valiente y cruel y es inefable, la luna que nos vuelve locos, que nos dilata la piel y las pupilas. En fin, tantas cosas por hacer, tantas cosas por escribir, tantas cosas por cantar, por mover, por succionar, por cambiar mientras seguimos con el párrafo a medias, mientras seguimos con el verso infinito, mientras seguimos con todo y con nada.

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