Época de manifestaciones


Alfonso Guido_ Perfil Casi literalEs época de corrupción descarada y de marchas y protestas en Guatemala. El pueblo hace uso de su derecho a alzar la voz (que no es lo mismo a ser escuchado, claro está) y su derecho a tener fe en que sus exigencias tendrán resultados concretos; que el presidente y la vicepresidenta, en efecto, renunciarán a su cargo tal como el mismo pueblo lo exige, o por lo menos, que muchos de los fantoches de su gobierno serán enviados a la cárcel sin ningún tipo de contemplaciones.

Mientras tanto, otros menos idealistas, más pesimistas, acaso desencantados de tanto romanticismo social sin resultados concretos, acaso más realistas (honesta, triste y terriblemente realistas), indiferentes, curiosos y aburridos, miramos todo desde la tangente; y mientras que esperamos pacientemente a que pasen las marchas y el tumulto de las manifestaciones para poder encontrarnos con algunos amigos en un café del Centro, nos hacemos concienzudamente la siguiente pregunta: ¿para qué sirven este tipo de manifestaciones en un país como Guatemala?

  • Opción A: Para que el poder del pueblo se haga valer y que la expulsión de un gobierno incompetente y corrupto sea un hecho ineludible.
  • Opción B: Para que el gobierno, divertido y muerto de risa, tome las exigencias del pueblo y se las pase por el trasero.

Lo invito a preguntarse, a conciencia, cuál de estas dos opciones será el resultado de las marchas que van y las que vienen.

Apostaría 1,000 libros de mi biblioteca a que el gobierno cuyo pueblo —con todo el derecho que le corresponde— desea expulsar del poder, terminará, como si nada, el período reglamentario para el que fue electo; muy a pesar de su incompetencia y su cínica y escandalosa corruptibilidad, pero sobre todo, muy, pero muy a pesar de las exigencias del pueblo que lo eligió y al que se debe. ¿Alguien que se anime a apostar?

Si tuviera más libros, duplicaría la apuesta. Y sí, aún la duplicaría si en vez de unos cuantos miles, fueran un millón de personas las que se hubiesen ido a congregar frente al Palacio Presidencial el recién pasado 25 de abril o los que se congregarán en alguna de las marchas venideras. Sé que de ninguna forma podría resultar perdedor porque estamos en Guatemala, y porque aquí no es la voz del pueblo la que manda a pesar de sus 15 millones, y de sus manifestaciones pacíficas en serie (y quizá no tan pacíficas, habría que ver las que vienen) y de lo que sus idealistas románticos se empeñan en creer. Quizá tampoco perdería mis libros si en vez de Guatemala se tratase de cualquier otro país de Latinoamérica.

Véase el ejemplo de las manifestaciones en Venezuela, apenas, menos de un año atrás: trifulcas, vandalismo, muertos, centenares de heridos y hasta presos políticos; ¿de qué valió la pena la sangre de los eufóricos e idealistas manifestantes “caídos” (asesinados) en Caracas y en otras ciudades, si hoy ya nadie los recuerda? Sólo queda el dolor de los padres que perdieron a sus hijos, de las esposas que perdieron a sus esposos (o viceversa), o de los hijos que perdieron a sus padres, porque la sangre, la libertad y la lucha no sirvieron de nada: Venezuela sigue siendo un circo, la inflación sigue al alza, la economía por el suelo (y colmo para ellos, el precio del petróleo aún no logra despegar), la escasez de productos de consumo sigue siendo una realidad innegable y Caracas hoy por hoy continúa siendo la ciudad más peligrosa del mundo; mientras tanto, el incompetente de Ricardo Maduro, por el que tantos manifestaron para sacarlo del poder, por el que tantos perdieron la libertad y por el que tantos otros perdieron la vida, sigue allí como si nada, haciendo el ridículo día tras día desde el Palacio de Miraflores, escupiendo y vociferando estupideces que se empeña en documentar en televisión abierta para la vergüenza del pueblo venezolano ante el mundo entero.

Sé que entre mis lectores habrán muchos fervorosos activistas cívicos y manifestantes de las próximas marchas a realizarse en la ciudad y cuya postura y entrega es respetable y hasta admirable, pero mucho cuidado con las pasiones innecesarias, y sobre todo cuando son por causas inútiles: no vale la pena arriesgar la libertad o la vida por una causa perdida desde el momento en que elegimos a nuestros gobernantes.

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