El mundo y el quehacer poético poetizable: prefacio (III)


Eynard_ Perfil Casi literal

Quiero tratar de ver el horizonte.

Intento saber qué estoy haciendo aquí, por qué caigo en la necedad de volver a escribir; primero unos versos que a nada me llevarán en esta vida seguramente, a lo mejor solamente a la salvación y/o destrucción de algo que todavía no estoy seguro qué. Luego, por qué me estremezco cuando leo el epígrafe del poema «Ella» de Klauz Steinmetz:

Tú: toda cierta.

Yo: todo ficción

Celan

Esto es raro y es más raro lo que pasa después, una razón inentendible e inexistente en donde nuestro cuerpo reacciona con estímulos emocionales de lazos sentimentales, físicos, extrafísicos, metafísicos, metapoéticos, hermenéuticos, existenciales y crudamente realistas.

«La poesía es conocimiento, salvación, poder, abandono. (…) La revela este mundo; crea otro», dice Octavio Paz y qué más razón tiene. La poesía se alimenta de poesía, dice Sabastívonas, y esto provoca crear más poesía y son más mundos hasta encontrarnos con multiversos dentro del mismo ver.

Con la poesía nos empoderamos nosotros pequeños individuos indivisos e individuales, valga la redundancia, y también una sociedad puede empoderarse, apropiarse del poder de la palabra, vanagloriarse de esa palabra que la hicieron suya porque el poeta solamente fue un medio, el canal de transmisión de esa palabra que ahora es universal al alcance de todos y para todos y que, creo, ya va llegando un poco allá por el horizonte. Ahí está el cartero con los versos de Neruda. Creo que dentro de este concepto entran los inmortales versos de «verde que te quiero verde», de García Lorca. José Hierro decía que la poesía es oscura, invaluable e insostenible, que la vemos, la leemos pero siempre se nos escapará de las manos y de nuestra cabeza porque es inentendible, va más allá de nosotros mismos pero siempre nos toca directo al corazón, directo al espíritu como «Tú: toda cierta / Yo: todo ficción» que me ocurrió a mí. Aquí hay un cosmos, una visión de una realidad que viene desde la naturalidad de algo físico, de una verdad material hasta una desconfiguración de nuestro organismo como lo conocemos porque se convirtió en metáfora y eso es el poder de la palabra, la metáfora que viene a elevar y a potenciar nuestros significados. Con estos versos creo que estamos en medio del amparo y el desamparo, el golpe que nos despierta en este mundo cada mañana y con el que seguimos viviendo como si fuera nuestra obligación y, aún así, continuamos siendo la certeza y la ficción, cada uno en lo suyo y como pueda bregar hasta ese horizonte tan preciado, tan querido, que se ve tan inalcanzable.

Regresando a José Hierro, este decía que nadie sabe qué significa esto de «verde que te quiero verde»: «A uno le gusta, le llega, pero, en verdad, no se alcanza a comprender su significado».

Entonces me pregunto otra vez, hacia dónde vamos, qué podemos hacer, qué estoy haciendo aquí y cuál es la propiedad, la característica, la razón de todo esto. Obviamente no tengo ni idea pero ya sé que toda pregunta es una necedad.

Ernesto Sabato concluye:

Uno dice silla o ventana o reloj, palabras que designan meros objetos de ese frígido e indiferente mundo que nos rodea, y sin embargo, de pronto transmitimos algo misterioso e indefinible, algo que es como una clave, como un patético mensaje de una profunda región de nuestro ser. Decimos silla, pero no queremos decir silla y nos entienden. O por lo menos nos entienden aquellos a quienes está secretamente destinado el mensaje, crítptico, pasando indiferente a través de las multitudes indiferentes y hostiles. Así que ese par de zuecos, esa vela, esa silla no quiere decir ni esos zuecos, ni esa vela macilenta, ni aquella silla de paja, sino yo, Van Gogh, Vincent (sobre todo Vincent): mi ansiedad, mi angustia, mi saludo: de modo que son más bien mi autorretrato, la descripción de mis ansiedades más profundas y dolorosas.

Pues bueno, ahí está y siento que no queda de otra que decir que siento y pienso que estamos como que medio jodidos.

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