Encubiertas


Vivian Mayén_ Perfil Casi literalAl estar frente a la computadora sin saber sobre qué escribir, agobiada por una lluvia de ideas, empiezo a pensar en todas esas escritoras que con sus primeras novelas no lograron más que el rechazo, para luego convertirse en grandes novelistas como las conocemos hoy. Tampoco puedo dejar de pensar en qué hace que una novela guste más que otra. El lector es quien tiene la última palabra, pero es la editorial la que decide qué publicar, sobre todo cuando nadie conoce al escritor o a la escritora.

A Gabriel García Márquez, sus dos primeras novelas: La hojarasca y El coronel no tiene quien le escriba, no le dieron el reconocimiento que obtendría con Cien años de soledad. Sin embargo, una vez que se volvió uno de los escritores más leídos, el público regresó a esas primeras novelas y les colocó la etiqueta de “obras maestras”. Un lector no muy asiduo pensará que Cien años de soledad fue la primera novela de García Márquez, y esto hace pensar que es muy fácil alcanzar el renombre de escritor reconocido a nivel mundial. Ese a quien todas las editoriales quieren traducir y publicar.

Es aún peor cuando en la tapa del libro aparece el nombre de una escritora. Las escritoras, algunas, han recurrido a utilizar pseudónimos masculinos para que los prejuicios no afecten la calidad de la obra o la decisión de publicarlas o no. Jane Austen publica sus novelas Emma, Pride and prejudice y Sense and sensibility con el nombre de “A lady”; Louisa May Alcott escribe Little Women bajo el pseudónimo de A.M. Barnard; las hermanas Brontë: Charlotte, Emily y Anne, utilizaban los pseudónimos Currer Bell, Ellis Bell y Acton Bell.

Más cercano a nuestros días, las escritoras han optado por utilizar solo las iniciales de su nombre. Pamela Lyndon Travers publica sus trabajos, entre ellos Mary Poppins, como P.L. Travers; Joanne Rowling famosa por la serie de libros de Harry Potter, es mejor conocida como J.K. Rowling, aunque también usa el pseudónimo masculino Robert Galbraith en The Cukoo’s Calling; y Ericka Leonard, que con su trilogía de Fifty shades of Grey publica bajo el nombre de E.L. James.

No solo las mujeres han utilizado pseudónimos para sus publicaciones. Los hombres han hecho uso de ellos también, pero por diferentes motivos. Las escritoras los han utilizado como mecanismos que les permita la publicación de sus obras, aunque en años anteriores experimentaban más discriminación que ahora. Los prejuicios, los lugares de trabajo limitados para los hombres son solo el producto de imaginarios construidos alrededor del rol que debe jugar la mujer en la sociedad. Aunque con el tiempo parece ser más fácil publicar como escritoras, el prejuicio sigue siendo una sombra al acecho.

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