No me vengan con que somos iguales


Lissete E. Lanuza Sáenz“Por más rascacielos que tenga la ciudad, mientras la mujer sea juzgada y el hombre no, seguimos siendo una aldea.”, me dijo hace ya un tiempo una de esas amigas bellas que te manda la vida para enseñarte cosas. Me permito citarla porque no encuentro mejor manera de comenzar, y además, porque me dejó pensando.

Y no es solamente porque esté de acuerdo con ella, y lo estoy. Seguramente lo están la mayor parte de las mujeres. No, me dejó pensando porque en Panamá pareciera ser que las únicas que creen en la mítica igualdad de género somos las mujeres; y ni siquiera todas.

“Somos iguales”, me dicen por la calle. Lo dicen también en la televisión. Me están vendiendo la idea. De vez en cuando sucede algo y aparece un portavoz del gobierno para reafirmarlo. Sacan bonitas campañas en la televisión. Me voy tragando el cuento. Después de todo, en apariencia, hemos avanzado bastante. Tenemos los mismos derechos políticos. Hay mujeres legisladoras, jueces. Hasta tuvimos una presidenta. Pero no nos dejemos guiar por estas excepciones. No somos iguales. Todavía la sociedad espera que trabajemos ocho horas y vayamos a casa a cocinar. Que seamos madres primero, mujeres después. Que estemos sonrientes, nos vistamos recatadas y nunca levantemos la voz para no ser tachadas de “hormonales”, “histéricas” o “putas”.

Los hombres ganan más en la misma posición. No son juzgados por el tamaño de su tacón ni por el escote de su blusa. No dependen de la cantidad de maquillaje que se ponen en las mañanas. Y esto es solo en Panamá, donde supuestamente estamos cerca. Donde nos damos golpes de pecho porque somos un país avanzado.

“Hay otros países que están mucho peor”, me dijo hoy alguien, como si esto fuera motivo de orgullo. ¡No somos los más atrasados! Pero no hay orgullo en esto. Orgullosos podríamos estar si en este país no nos permitiéramos juzgar sin saber, formular juicios sin entender y alzáramos la voz en protesta cuando se toman decisiones arbitrarias, injustas y obviamente discriminatorias.

No se engañen, no somos iguales. No estamos ni cerca. Y mientras hombres y mujeres no podamos disfrutar por igual de un país sin juicios, sin habladurías y sin represalias, ¿cómo podremos serlo?

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