La vorágine de un agujero negro


LeoSon muy pocos los espacios que hay para reflexionar sobre el quehacer artístico guatemalteco, específicamente sobre el quehacer teatral; de manera que cuando se abre una oportunidad, uno esperaría ver abarrotada la localidad. Lamentablemente, entre el gremio teatral nacional, todavía muy desunido, suele reinar la apatía y la desidia. Sin embargo tampoco puede decirse que fue un fracaso el proyecto del foro “Tras la evolución del teatro”, que se llevó a cabo los días miércoles 11 y jueves 12 de noviembre en la sala del Teatro de Arte Universitario, del Paraninfo. Y no se puede decir que fue fracaso puesto que entre los asistentes hubo un grupo regular de artistas que demostraron mucho interés en los temas expuestos, en su mayoría jóvenes con un bagaje de ilusiones que empiezan a incursionar en esta disciplina, lo cual termina siendo bastante saludable, porque sin duda que la renovación de ideas favorece, en primera instancia, a la expresión artística más que al capricho de egos personales en aras de protagonismo.

La iniciativa fue del colectivo La Maleta Producciones, quienes apoyados por la Escuela Nacional de Arte Dramático Carlos Figueroa Juárez convocaron a destacadas personalidades de la escena nacional que actualmente mantienen una actividad constante dentro del medio, con el objetivo de que expusieran sus puntos de vista sobre distintos tópicos que influyen en la creación teatral, tanto en lo referente a los valores estéticos de las puestas en escena como a factores extra artísticos que inciden y determinan esta labor en un país carente de políticas culturales y con una población que muestra poco interés por conocer la producción que aquí se realiza.

Una muestra de teatristas de diversas tendencias, escuelas y estilos conformada por Patricia Orantes, Edgar Hernández, Jorge Hernández Vielman, Guillermo Monsanto, Emerson Leiva, Estuardo Galdamez, Nelson Ortiz, Fernando Juárez y Roberto Arana, acompañados de tres periodistas culturales de algunos medios de comunicación, respondieron, en cada uno de estos días, varias rondas de preguntas sobre distintas temáticas relacionados con la profesión del teatrista y que de nuevo evidenciaron las múltiples problemáticas a las que se enfrenta hoy el artista, sin dejar a un lado la reflexión histórica y la preocupación por el desarrollo de esta actividad hacia el futuro.

Pero más allá de las conclusiones y de la discusión que sin duda es conocida por la mayoría de asistentes, la actividad representa un paso importante en la cohesión de un gremio que por primera vez comienza a dar muestras de trabajar en forma colaborativa, con miras a un bien común y sin golpes bajos o competencias desleales, como tradicionalmente suele ocurrir en este medio. Quizá pueda ser un primer paso, entre muchos más, para alcanzar puntos de convergencia y entendimiento que superen viejas rivalidades y rencillas personales.

Claro que, como sucede en estas actividades, siempre hay aspectos susceptibles de ser mejorados, entre ellos la poca difusión del evento, que probablemente no llegó a oídos de todas las personas interesadas, pero también el espacio restringido para la participación del público que, sin duda, tenía muchas cosas por aportar. Claro que, de alguna manera, la participación debía regularse para que la actividad no resultara caótica. Con todo y eso, la iniciativa termina siendo un valioso espacio para quienes están interesados en que exista un cambio cualitativo en la actividad teatral del país y una puerta abierta para futuros intercambios.

El viernes 13 de noviembre la actividad culminó con la presentación de la propuesta El agujero negro, a cargo de La Maleta Producciones, comedia del absurdo basada en el texto Azincurt, del francés Pierre Yves Millot, con la adaptación y dirección de Nelson Ortiz. Además de ser un admirable montaje, debe destacarse la acertada interpretación que el colectivo hizo no solo del texto sino de la estética del absurdo, que precisamente crea un universo poético a partir de la deconstrucción de relaciones lógicas que concatenan la cotidianeidad de la realidad. Desde que se ingresa a la sala se experimenta esa inmersión al universo absurdo que se contempla en la disposición de los elementos escenográficos cuya composición logra atrapar y despertar el interés y la curiosidad entre la audiencia.

Luego de una introducción lírica en voz del Tiempo, interpretado por Rocío Girón, tres personajes insólitos (Floque, Sbrodj y Centuria), como suelen ser los personajes absurdos, se encuentran en un departamento que Floque tiene en alquiler y atraviesan por una serie de peripecias extrañas que poco a poco, y en un discurso escénico bastante bien consolidado, van develando las verdaderas intenciones y la profundidad filosófica del contenido planteado en la puesta en escena, que muestra al ser humano dominado por fuerzas sociales tan poderosas que terminan cercenando su libertad hasta enajenarlo de su propia miseria.

Sbrodj busca alquilar una vivienda y llega a aquel departamento donde se han quitado las paredes de los cuartos para ampliar el espacio, que no tiene agua ni luz eléctrica y que, para colmo, tiene como única huésped a una muerta que –irónicamente– vive en la bañera (Centuria), pero que resulta siendo una plomera que en el pasado había sido astrofísica, creadora de una tesis que intenta explicar la formación de los agujeros negros, pero que al final termina siendo la amada vaca de Floque. De la casa, llama la atención una ventana (representada por un marco en el proscenio que juega con la profundidad del espacio) que da a la casa de los vecinos, pero que intencionalmente ha sido tapada para acentuar la atmósfera tétrica del lugar. Es allí donde los personajes reconocen o creen reconocer la existencia de un agujero negro que va devorando a su paso, en una vorágine, todo lo que encuentra hasta dejar el vacío. Ese agujero negro es una potente metáfora del sistema establecido que obliga a consumir y tragar todo lo que ofrece a quien se atraviesa en su camino, que es a la humanidad misma en su conjunto. El ser humano, irremediablemente, cae a la vorágine del consumismo, pero también a la vorágine de la superficialidad; y de acuerdo con la interpretación particular del grupo, a la vorágine de la violencia vivida en Azincurt, que es equivalente a la sociedad guatemalteca. El agujero negro se convierte en el verdadero protagonista de la anécdota.

A diferencia de los clásicos del teatro de la vanguardia francesa (Ionesco, Beckett, Adamov y Genet), que mantienen en las tesis de sus distintas obras una posición pesimista de la condición humana, Nelson Ortiz y su grupo adoptan una posición más optimista y redentora, pues al final, Sbrodj tiene la suficiente fuerza de voluntad para cortar con esa vorágine y “desalienarse”, con lo cual rompe el estereotipo del héroe trágico de la comedia del absurdo. En cierto sentido, aunque con una línea estética bastante diferenciadora, la temática recuerda, en algunos momentos, la crisis del protagonista de Sebastián sale de compras, de Manuel José Arce, con la diferencia de que Sebastián termina sucumbiendo ante el sistema.

Dos aspectos más que merecen ser destacados de esta puesta en escena son, primero, las caracterizaciones. Ya sea intuitiva o premeditadamente, las caracterizaciones representaron con mucha fidelidad a la típica y grotesca caricatura del absurdo, principalmente la de Nelson Ortiz, que interpretaba a Floque, que fue la más sostenida y precisa durante el desarrollo de las acciones aunque con algunos pocos problema de dicción. En contraste, la caracterización de Sbrodj interpretada por Luis Pedro López fue la más cercana a la naturalidad, lo cual en algún momento se sintió justificable para, precisamente, marcar el contraste entre dos personajes que parecían venir de realidades opuestas: Floque, proveniente de un pasado demasiado arcaico, grotesco e impreciso; y Sbrodj, de un presente claro y familiar al público, principalmente por las alusiones constantes que hace sobre términos propios de la red y que lo muestran como un consumidor innato no solo de tecnología de punta, sino también de cualquier tendencia que marque la moda.

Centuria, encarnada por Brenda Santizo, es un personaje intermedio: a ratos con una caracterización muy marcada; y en otro con una interpretación más natural pero sin llegar a los extremos opuestos de sus respectivos partener. Un punto de equilibro bastante balanceado. Sin embargo, con excepción de Sbrodj, los otros personajes, en algún momento, dejaron entrever formas de hablar muy propias del guatemalteco normal, lo que generó cierto contraste que parecía sacarlos de la línea plástica que iban dibujando con sus cuerpos.

El segundo de los aspectos es el acertado uso de la música y de los efectos sonoros interpretados por músicos en vivo (David Arredondo al violín y Ulises Chuc al chelo) y que contribuyeron en gran parte a la creación de la ambientación. Además, los rompimientos y las alusiones directas hacia los músicos concordaron siempre con la misma estética del absurdo e, incluso, evocaron influencias brechtianas.

Aunque menos trabajadas, las luces también ayudaron a generar la atmósfera propicia para la representación, aunque el exceso de cenitales proyectó ciertas sombras en el rostro que dejó escapar interesantes expresiones.

Finalmente, lo que contrastó con el discurso que se venía desarrollando fue la inclusión de textos muy explícitos que tenían la función precisa de dejar bien claro “el mensaje” de la obra, incluso, con cierto didactismo más propio de la fábula. Personalmente pienso que hacer muy explícitas las intenciones del trabajo escénico y las premisas de dirección, a manera de que al público le quede bien claro ese mensaje, puede mandar por la tangente la riqueza de evocaciones e imágenes sugeridas. Quizá sea justificable porque tal vez un público que no esté familiarizado con este tipo de estética (como seguramente sucede con mucho del público guatemalteco) puede perderse entre la connotación de las imágenes del absurdo. Sin embargo, con un poco de sensibilidad artística es posible que este mismo público o cualquier otro pueda establecer sus propias inferencias y relaciones sin necesidad de ser tan denotativo. A lo que quiero llegar es que el discurso estético es lo bastante rico, que no necesita subrayar ninguna de sus partes. Quizá la compañía necesite arriesgarse un poco más y confiar en la intuición del espectador. No obstante, estos detalles nimios no le quitan el brillo y la riqueza lúdica a la puesta en escena.

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