¿Qué sucede cuando debatimos?


María Alejandra Guzmán_ Perfil Casi literalEl ser humano tiene la capacidad nata de comunicar aquello que piensa, siente o imagina. Por otro lado, la habilidad para expresar puntos de vista basándose en argumentos sólidos por medio de un diálogo abierto y elocuente, se aprende gracias al entorno social que nos rodea.

En teoría, esta capacidad debería cultivarse en los hogares y reforzarse durante la formación primaria, media y universitaria de cualquier persona, sin embargo, me atrevería a decir que las cosas no suceden de esa manera porque no hemos aprendido a dialogar ni a debatir ideas de forma adecuada en el ámbito familiar y, mucho menos, en el académico.

El ser humano en general, aunque se jacte del progreso científico y tecnológico que hasta ahora hemos logrado, carece de la elemental capacidad de generar discusiones de una forma constructiva y respetuosa, y peor aún, es incapaz de escuchar a sus interlocutores de forma crítica pero a la vez empática.

Tristemente nos desenvolvemos en un ámbito social que tiene una aversión hacia lo que llamamos “debate”. Y no me refiero al debate como figura mediática de discusión formal, sino al simple hecho de discutir dos puntos de vista opuestos, incluso contradiciendo cualquier argumento que para nosotros no sea válido. Dicho así suena incluso subversivo, pero ¿quién dijo que debíamos estar siempre de acuerdo con los demás? Y por otro lado, ¿quién nos hizo creer que para rebatir un argumento hay que ser groseros, irracionales o violentos?

El ejercicio del debate está negativamente estigmatizado porque no concebimos un diálogo amistoso entre ecologistas y petroleros, entre grupos pro-vida y pro-elección o entre religiosos, panteístas, agnósticos y ateos, entre otros casos, lo cual lamentablemente es verdad en cierta manera, sin embargo, creo que la raíz de esa incapacidad para escuchar al otro sin juzgarlo prematuramente y de no tolerar puntos de vista contrarios a los nuestros radica precisamente en el hecho que se ve como enemigos a quienes tienen ideas distintas a las nuestras.

Por otro lado, el respeto total a la libertad de expresión se ha quedado solamente en papeles y no se traduce en realidades concretas. Quien piensa diferente a mí no debería ser mi enemigo, todo lo contrario; aquella persona cuyas ideas contradicen las nuestras, es simplemente un ser humano cuya experiencia de vida, formación y criterio le han llevado a tener otra visión de la realidad que quizá diste de la mía, pero eso no le hace superior o inferior a mí en ningún aspecto.

Debemos tener un criterio sumamente objetivo y racional para darnos cuenta que la divergencia de opiniones es un factor positivo, que en las discusiones respetuosas hay una gran oportunidad de generar profundos cambios sociales y de construir mejores escenarios en ese sentido.

Por desgracia hemos sido víctimas de una formación familiar y escolar que nos enseña a callar, a no contradecir, a asentir ciega y mecánicamente ante aquellas figuras que representan autoridad. No obstante, en nuestras manos está la posibilidad real de cambiar ese esquema desde nuestros círculos sociales más cercanos.

Etimológicamente, la palabra discutir proviene del latín discutĕre que significa resolver, lo que deja en evidencia que a lo largo de la historia, la humanidad ha tergiversado ese significado original, agrediendo y hasta matando a quien expresa ideas distintas.

Para concluir, creo que si queremos erradicar totalmente la violencia a nivel universal, debemos empezar por ser pacíficos en el uso de nuestro propio lenguaje, incluso cuando debatimos. Usemos la capacidad de debatir, no para combatir, sino para construir.

¿Quién es María Alejandra Guzmán?

¿Cuánto te gustó este artículo?

Califícalo.

3.7 / 5. 3


Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

desplazarse a la parte superior