Noche de diciembre y dolor en esta delgada cadera


Sergio Castañeda_ Perfil Casi literalAquella gélida noche de diciembre excedían los bailes excéntricos, las danzas frenéticas. Eran noches repletas de nostalgia colmadas de viajes extraviados. Acostumbraba a asistir a ritos vacíos buscando perderme, ingenuamente, en festines bulliciosos para ignorar angustias inherentes a nuestra condición humana. Aparecían caricias falsas de cuerpos inundados en destierro sonriendo tras un orgasmo. Las voces escupían alaridos de silencio.

El vodka barato fue uno de los pocos testigos de aquella noche de extravíos juveniles que jugaban con el porvenir, que rezaban hincados en un altar destrozado por experiencias inalcanzables, por jactancias inexistentes, por necesidades creadas por las estructuras sistémicas que imperan. Niños jugando a lo imposible, a lo improbable.

Un ebrio amanecer en ese purgatorio desabastecido desde aquel entonces, una mañana gris donde la tierna caricia la dibujó una vez más la madre de ayer y de hoy, la madre de siempre. El arrepentimiento no existe en esta ocasión, resultaría inútil, todo lo contrario sucede con el aprendizaje y las reflexiones tras aconteceres convulsos: estas resultan fundamentales, digámoslo así; casi obligadas.

Es un recuerdo que acaricio, no desde algún tipo de jactancia estúpida sino desde la crítica honesta y profunda de mi modesta condición humana. Y es que no es necesario desechar todos los demonios internos que coexisten en uno, quizá y aunque no se crea, lo enriquecedor es aprender a vivir con ellos en una dialéctica constante. ¿Acaso se puede vivir sin aflicciones internas, tan débil es nuestra búsqueda de plenitud? ¿No son, pues, la contradicción, la autodesconfianza, la neurosis y la crisis, entre otras, más que problemas psicológicos, problemas filosóficos que abren variedad de rutas para encarar el absurdo y el sin fondo del fondo, desde nuestro propio pensar?

Mientras escribo esto el dolor sigue ahí, tan fijo aún en mi memoria como en mi delgada cadera. Lo siento, querido Charles, pero no: no eres el único poeta a prueba de las jodidas balas.

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