Adiós, genio camaleónico


Sergio Castañeda_ Perfil Casi literalNo tengo dudas respecto a que mi sensibilidad tiene un antes y un después de ser arropada por la música de Bowie. Hasta hace unos años conocía su obra superficialmente, es decir, sus clásicos y algunas canciones más. Luego, supongo que por demanda de los astros o de mi necia y dichosa búsqueda de entrometerme e indagar la raíz de la genialidad condensada en cuerpo y mente humana, surgió esa inquietud por escudriñar su obra musical performática, y entonces descubrí, como no podía ser de otra manera, a un intrigante artista que se encuentra contundentemente presente en esta subjetividad que soy.

Profundas transformaciones, múltiples mutaciones en un delgado cuerpo de ojos indescifrables y sonrisa enigmática. Pionero con su identidad andrógina, transgresor de convencionalismos, virtuoso de la música, prolijo en su performática conceptual. El hombre estrella ha realizado su última metamorfosis y quién sabe si no se ha encaminado por fin al universo que tanto encantaba a su sensibilidad y el cual se expande sin que nuestra mente pueda saber con certeza hacía donde.

Artistas de obras colosales como la de Bowie, artistas de imágenes, melodías y conceptos están en peligro de extinción en las nuevas generaciones que deambulan perdidas y confundidas entre la cultura chatarra y su irritable suavidad, o entre algunos pseudo-géneros musicales que dibujados como “festivos” realizan apologías a la misoginia y a la violencia armada.

El Duque Blanco era consciente que su tiempo se agotaba pero su sed de infinito lo impulsó a realizar su última producción discográfica titulada Blackstar, un disco que a primera vista se vislumbra complejo, ambiguo e intrigante, pero que ahora tras la partida del autor se aclara y cobra mucho sentido. Está hecho por alguien que al toparse de frente con el inevitable y cercano fin de su existencia, reconociendo el paso inexorable del tiempo, encara su situación a través de su genio creativo y su anhelo ya nada sombrío de inmortalidad.

Se ha ido un grande de verdad, de un tamaño que solo será vislumbrado a la distancia, con el pasar del tiempo. Nos ha dejado un legado que traspasará generaciones, un legado intempestivo. Creador de una obra que ha movido el suelo durante décadas, ayudando a la sensibilidad de un mundo repleto de barbaries que grita por auxilio. Se ha ido un artista que apostó por la honestidad y la intensidad durante este efímero tiempo en el que transitamos por el llamado globo terráqueo y quien deja eyectado un noble aporte a la contradictoria especie humana. Gracias, genio camaleónico, por haber existido. Hasta siempre.

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