El país del primero dios


LeoCada cierto tiempo, demás está decir muy seguido, el “cachurequismo” se inviste de oficialidad en este país donde el realismo mágico se hace prosa y cotidianeidad. Hace alguna semanas, unos absurdos diputados tirados con onda, atentando contra una de las conquistas más grandes de los países occidentales —la conformación de estados laicos—, quisieron imponer de manera obligatoria la lectura de textos bíblicos en el sistema educativo con el pretexto iluso de que es el remedio para solucionar la violencia imperante en nuestra sociedad, una verdadera ofensa a la inteligencia, pues no se toma en cuenta que nuestra violencia actual es el resultado de la coyuntura miserable que ha existido en este país de vetustas desigualdades. No cabe duda de que, ante la impotencia de buscar soluciones prácticas y fundamentadas en los principios de las ciencias sociales, a la ignorancia no le queda otra alternativa que recurrir a la superstición barata que venden las iglesias; y, peor todavía, como si la ignorancia necesitara afianzar su reinado, lo hace con la arrogancia que ofrece un cargo público.

Hoy, el honorable presidente de la república, salido de la comedia más burda y decadente que este país puede ofrecer, parece no querer dejar atrás su vocación histriónica para ofrecernos el primer show de su período presidencial: nada más y nada menos que dos oficios religiosos agradeciendo a “dios” su llegada a la tan codiciada silla, como si hubiera recolectado sus votos por intervención divina; como si ese dios hubiera tocado la mano de cada uno de los borregos que conforman su rebaño. Pero tras bambalinas, oculto de todo el público, los dinosaurios de siempre se ríen porque una vez más lograron salirse con las suyas. Los mismos dinosaurios que pusieron como preámbulo de la Constitución de 1956 una invocación a ese dios son quienes ungieron al nuevo mesías para que proteja sus intereses de clase. Por cierto, es con esta invocación constitucional que la ignorancia arrogante ahora trata de revertirnos a un Estado fundamentalista disfrazado de democracia moderna, cuando en realidad no dejamos de ser un rincón perdido del mundo incapaz de salir de su propia miseria, olvidado por dios y por el mismo diablo. Con esta sentencia solo queda sellados nuestra vocación y destino de superchería mientras los oportunistas terminan de extraer el poco jugo que todavía queda de la pulpa de estas tierras.

Lo más triste es que la gente común, en su arraigado candor, cree todavía que el elegido tiene la venia y bendición del todopoderoso, y se llenan la boca dando gracias a dios por su arribo, creyendo con optimismo que será el redentor de la patria y soñando en un país ideal que aún es imposible de divisar en lontananza. Esto solo puede suceder en Guatemala, el país en donde la religión es una droga balsámica para hacer más soportable la miseria; donde la religión es el mejor consuelo para mantener la cabeza baja; donde la religión es la mejor arma, más terrible todavía que el fusil, para mantener la sujeción del rebaño.

No cabe duda que la presidencia del ungido es legítima, y su legitimidad radica, precisamente, en que se yergue como reflejo ideal del pueblo al que domina. ¿Qué gobierno se puede esperar de un pueblo que para todo tiene un “primero dios…”? “Primero dios y este año nos va mejor”, “primero dios y este año consigo trabajo”, “primero dios y tendremos para comer”, “primero dios y gano el examen”, “primero dios y será un buen gobernante”… Y así, se nos va la vida con un sinfín de “primeros dioses”, delegando nuestras responsabilidades ciudadanas a un ser inmaterial que está y no está en todos lados, mientras los servidores públicos siguen corroyendo las arcas nacionales y los encopetados empresarios dirigen el feudo a sus anchas.

Dejemos que Suecia, Islandia, Noruega, toda la Europa caucásica tenga los mejores niveles de alimentación, de salud, de educación, de seguridad. Al final, son países que arderán en el infierno debido al pecado de tener una alta calidad de vida y de velar por los derechos humanos de sus habitantes. Nosotros, aquí, sigamos purgando nuestras penas que, “primero dios”, Guatemala algún día será el paraíso.

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