Caminar por la ciudad


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literal“Así es que volví a mi fonda y, andando por las calles oscuras, medité sobre esto y aquello como suele hacerse tras un día de trabajo”.

Virginia Woolf
Una habitación propia

Para conocer un lugar, para sentirlo próximo, es imprescindible recorrer sus calles, degustar las texturas de la ciudad, con sus sombras y luces; variar el paso con las inclinaciones del asfalto, escuchar sus murmullos, respirar el aire enrarecido o despejado y permitirse deambular con curiosidad a fin de procesar la experiencia. Esto es muy similar cuando se viaja, siempre querremos tocarlo todo con las manos desnudas.

Desde hace unos meses recorro la capital a pie, esta ciudad centroamericana tan insolente y hostil para el peatón. Se la han dado privilegios a los automóviles, no a sus conductores, al punto que colapsa día a día un poco más.

En medio de ese estrés diario y colectivo al final de cada tarde, me toma por lo menos cuarenta minutos y muchos enojos abordar una unidad del transporte público más “ordenado” que tenemos, para luego perder una hora y media más para llegar a mi destino. En Guatemala ejercitamos la paciencia todos los días. La espera es una constante. Perdemos incontables cantidades de vida mientras esperamos. Si uno fuera más sensible, perdería la cordura por aceptar voluntariamente desperdiciar la vida de tal forma.

Para no acabar como el protagonista de Un día de furia, decidí hacer algo distinto: la mayor parte de veces me muevo en bicicleta y si por alguna razón no la uso, camino hacia el centro histórico. La primera opción me devuelve una hora y media de vida. Caminar me devuelve más que horas.

Mi recorrido empieza en la zona 9 cuando salgo del trabajo a las cinco treinta de la tarde. Esta zona concentra una abultada parte del trajín laboral de la capital guatemalteca. Es uno de los centros neurálgicos con edificios, oficinas y restaurantes de todo tipo. El tránsito es espantoso, las calles están llenas de automóviles y ninguno se mueve, el ronroneo de carros solo expele gases que llegarán a la capa de ozono para carcomerla. Una rutina tóxica.

Camino una hora y media. Me despejo. Por lo regular veo que hay más hombres que mujeres en las calles. En unos minutos empezará a anochecer y recuerdo que nos han dicho hasta el cansancio que las mujeres no deben caminar solas por las noches. Pero sigo pensando en que si no tomamos las calles, ¿quién se adueñará de ellas?

Hay varias cosas que me llaman la atención, una de ellas es que muy poca gente camina en Guatemala, la vida es sedentaria, cansada y la mayoría prefiere evitar fatigas. Sé que hay muchos que no pueden llegar a casa ni en bicicleta, mucho menos a pie. No hay opciones para que una gran mayoría no pierda la vida en recorridos angustiosos y lentos.

En estos paseos de regreso a casa he tenido suerte. La violencia que se cuela todos días aún no se cruza conmigo sobre la séptima avenida, algunos piensan que la ciudad es una ruleta rusa, quizá. La séptima avenida entronca en el Centro Cívico, y luego cruzo hasta la bulliciosa y abarrotada Sexta Avenida. En el camino dejo drogadictos solitarios ocupados en sí mismos y pocos pasajes oscuros y poco amigables. La verdad, hay buena iluminación, al menos en las áreas comerciales. Ya en la Sexta Avenida, estar entre la gente y sus circunstancias, me hace sentir más cómoda.

Hay jóvenes que patinan o perfeccionan su baile, es poesía densa, es hermoso ver vida. La gente camina, grita, sonríe, vende lo que puede. Hay movimiento. Muchos quizá verán peligro, yo veo que los espacios que la gente toma a su manera recuperan un poco de humanidad.

Mi ciudad es una gran desconocida para quienes se mueven en cuatro ruedas. Conocerla para algunos representa riesgo, pero se puede tocarla con las manos desnudas, considerarla, perdonarla y recuperarla a sorbos para que no se pierda y desfigure con ideas colectivas de angustia, agresión, caos, desesperación, prisa.

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