Lo invaluable


María Alejandra Guzmán_ Perfil Casi literalEn estos días vino a mi memoria la historia del dios griego Cronos, dios del tiempo, quien según el mito devoraba a todos sus hijos para que estos no se levantasen en su contra. Irónicamente, el mito sobrevive a pesar del tiempo, porque pareciera que este refleja la manera en la cual vivimos en la actualidad.

Si bien es cierto, en la conclusión del relato griego, Cronos arroja a todos aquellos hijos que había devorado, pareciese que en plena era posmoderna, el tiempo nos consume, tal como lo narra el mito en el inicio. A mi parecer, esta percepción equivocada estriba en el hecho de que vivimos en un mundo globalizado donde el capitalismo es el modo de producción imperante, un sistema que nos ha hecho creer que “el tiempo es dinero”.

Por ello, existen dos términos que suelen confundirse en esta época: valor y precio. ¿Qué es el valor? ¿Qué es el precio? El precio es cuantificable, el valor no. El valor es aquella percepción que tenemos respecto a la importancia de las cosas, qué tan preciadas son por nosotros y, quizá de manera inconsciente, solemos cuantificar esa valoración. Cualquier cosa que produzcamos podría tener un precio, pero el tiempo invertido y el amor puesto en nuestras diversas labores no lo tiene, pero sí posee valor.

No pretendo que nos volvamos indolentes y nos rehusemos a percibir ganancias económicas como remuneración a un trabajo realizado, pero sí que pongamos los pies en la tierra y nos demos cuenta de que nuestro tiempo tiene valor, no precio.

El valor del tiempo no debería cuantificarse o medirse, más bien debe aprovecharse y disfrutarse. El tiempo es sinónimo de oportunidades y, por supuesto, dentro de esas opciones podemos ocupar parte de él para nuestro quehacer laboral (cabe mencionar que ese tiempo también debería ser grato), pero hay una infinidad de dimensiones de nuestra vida que merecen ser valoradas.

No quiero sugerir para qué debemos aprovechar el tiempo, eso compete a cada quien, pero sí puedo proponerles que no caigan en la ilusión de que el tiempo tiene un precio, porque ese espejismo nos destruye, reduciendo las posibilidades de vivir aquellas experiencias que la parte más profunda de nuestro ser anhela sentir, puesto que una de las grandes frustraciones de esta época radica en manejar el tiempo de una forma equivocada.

Y recordando al dios Cronos, el tiempo sí se ha convertido en aquello que parece consumirnos de instante en instante. Pero de nosotros depende cambiar esa errónea percepción y convertirlo en un amigo, en un fiel compañero de vida. No olvidemos que el tiempo es simplemente, invaluable.

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