Escritores, países de nacimiento, nacionalidades e identidades


Alfonso Guido_ Perfil Casi literalLeyendo una biografía de Italo Calvino me sorprendo al enterarme de que, muy contrario a lo que yo daba por hecho, que por tratarse de un escritor italiano ―una verdad absoluta dentro de la historia de la literatura y de la que nadie tiene dudas, claro está― habría nacido en Milán, Roma, Sicilia, Florencia, Turín, Génova o cualquier otra ciudad o poblado sin importar cuán grande o pequeño, pero perteneciente a Italia fin de cuentas, tal como la lógica, el sentido común y Dios manda en estos casos, en realidad nació en Santiago de Las Vegas, en Cuba.

Sin querer ahondar en las causas que dan lugar a este tipo de fenómenos, me resulta curioso que en el ámbito literario universal estas anomalías de origen e identidad no son casos que se cuenten con los dedos de la mano, y por el contrario, son más comunes de lo que uno podría imaginar. Siempre me he preguntado, por ejemplo, por qué en las enciclopedias (tanto literarias como generales) Joseph Conrad aparece como un autor británico, si en realidad nació en la villa de Berdyczów, en Polonia (en Polonia por aquel entonces, porque hoy es parte del norte de Ucrania). Desde luego, Conrad escribía sus obras en inglés y adoptó la nacionalidad británica, pero aun así no puedo evitar pensar en Kafka y en Eliot: el primero escribió toda su obra en alemán y no por eso dejó de ser checo, y el segundo adoptó la nacionalidad británica y no por eso dejó de ser un autor estadounidense tanto en enciclopedias como en antologías. El caso de Elías Canetti (del cual, para darle más énfasis al desbarajuste que vengo documentando, nótese para empezar el origen de su apellido) es similar al de Conrad (o quizá peor): fue un escritor británico que nació en Bulgaria, pero que escribió su obra en alemán. ¿?

Como expliqué anteriormente, casos como el de Calvino, Conrad y Canetti no son los únicos. Isaac Asimov y Vladimir Nabokov, dos grandes exponentes de la tradición literaria estadounidense del Siglo XX, nacieron en Rusia. En un contexto más cercano, el boliviano Ricardo Jaimes Freyre nació en Perú, la argentina Alfonsina Storni nació en Suiza, la mexicana Elena Poniatowska nació en Francia, mientras que tres de los máximos renovadores de las letras hispanoamericanas del siglo XX no nacieron en el país del que dijeron ser: el cubano Alejo Carpentier nació en Suiza, el argentino Julio Cortázar nació en Bélgica y el mexicano Carlos Fuentes nació en Panamá.

Podremos darnos cuenta de que todos estos casos son distintos, por ejemplo, a los de Rudyard Kipling, George Orwell y Salman Rushdie, escritores británicos nacidos en la India durante la época en que esta aún era colonia inglesa, o el de Albert Camus, nacido en Argelia cuando esta aún era colonia francesa. Pero a pesar de que tanto India como Argelia lograron su independencia, incluso mientras que estos autores (excepto Kipling y Camus, por un par de años apenas) aún vivían, Kipling y Orwell hoy figuran como autores imprescindibles de la literatura británica (al igual que seguramente lo será Rushdie a su tiempo) y Camus figura de igual forma en la francesa. En este punto, sin embargo, no puedo evitar hacer la comparación con el caso de José Martí ―similar en forma, pero de fondo radicalmente distinto―, que nació en Cuba bajo el yugo de la colonia española, que en vida nunca fue testigo de una Cuba soberana e independiente como tal (llegando, incluso, a morir en batalla en la búsqueda de este cometido), y quien, sin embargo, jamás se consideró español, y por lo contrario, quizá se trate del cubano “más cubano” que haya existido jamás, el hombre cuya identidad nacionalista sea acaso la más íntegra en toda la historia de nuestro continente.

Para ver este tipo de anomalías de identidad, muchas veces ni siquiera es necesario ver más allá de nuestras fronteras cercanas. Aquí mismo, sin siquiera salir de Centroamérica, podremos encontrar muchos casos lo suficientemente reconocidos como para notar que a lo largo del siglo anterior y en lo que va de este siglo, este fenómeno se ha convertido en una tendencia circense: la escritora Gloria Guardia, aunque nació en Venezuela, resulta que no es venezolana, sino panameña (y no solo panameña, sino además nicaragüense; aunque de esto último solo hasta ahora me acabo de enterar); Claribel Alegría toda la vida ha sido una salvadoreña nacida en Estelí (Nicaragua), al igual que Carlos Martínez Rivas un nicaragüense nacido en la ciudad de Guatemala; Roberto Castillo fue un hondureño nacido en San Salvador, Horacio Castellanos Moya un salvadoreño nacido en Tegucigalpa, ciudad en la que también nació el guatemalteco Augusto Monterroso.

Sin ir más lejos, esta revista tampoco se salva de este fenómeno de identidades, ya que hace algún tiempo contó con una columnista nicaragüense que nació en Guadalajara, un columnista guatemalteco que nació en Managua y además aún cuenta (dicen por ahí) con un editor nicaragüense que, sin entender del todo la condición de su confusa identidad, hoy por hoy resuelve por decir que procede de una nación que hace más de siglo y medio dejó de existir. Así de tristes y/o románticas suelen ser estas anomalías de identidad.

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