Panamá sin papeles


Lissete E. Lanuza SáenzA menos que vivan debajo de una roca, todo el mundo ha escuchado de los Panama Papers. Los mal llamados papeles de Panamá están en todos lados, son el centro de todas las noticias. No todo el mundo sabe la raíz del problema, pero aun así todo el mundo tiene una opinión. Es lo común. Así somos: opinamos sin saber.

Igualmente, para los no iniciados, permítanme explicar. El nombre se refiere a una filtración importante de información que ocurrió en las oficinas/servidores de la firma de abogados panameña Mossack y Fonseca, cuyo principal negocio es la incorporación de sociedades anónimas. Esto no es ni nuevo, ni sorprendente. Todo el mundo sabía a lo que Mossack y Fonseca se dedicaba, y cuando digo todo el mundo me refiero no solo al gobierno panameño, sino al francés, al estadounidense y la comunidad internacional en general.

De por sí, incorporar una sociedad anónima para un extranjero no es un delito. Lo que sucede es que la legislación panameña, al solo tasar las sociedades que realizan operaciones en el país, se “presta” para que sus sociedades sean mal utilizadas. Esto tampoco es novedad y es más: esta es la razón principal por la que Panamá ha modificado sus leyes en los últimos años, principalmente respondiendo a la presión de una comunidad internacional, misma que ahora parece reaccionar como si la idea de que alguien pudiera estar utilizando sociedades panameñas para evadir impuestos fuera la noticia del siglo. Pero no lo es. Ellos sabían. Todo el mundo sabía.

Lo que es peor: Panamá no es, ni por cerca, el único lugar con una legislación parecida. Hasta Google sabe que las Islas Vírgenes Británicas tienen una legislación aún más favorable que Panamá si se quiere, digamos, para redireccionar dinero; pero Panamá es el blanco fácil. El que no resuelve el problema pero lo maquilla. El que permite a los que están a cargo seguir aprovechándose.

No tapemos el sol con un dedo. Hay un problema aquí ―y un problema grande―, pero no es un problema únicamente de Panamá. Y hasta que todo el mundo esté dispuesto a aceptar, no solo su parte de culpa, sino además su parte de responsabilidad, terminaremos siempre en el mismo lugar: tapando el solo con un dedo, mientras que, por detrás, nos aprovechamos de su luz.

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