Del acoso al cuestionamiento


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literal“El pensamiento dominante se niega a analizarse a sí mismo para comprender aquello que lo pone en cuestión”.

Monique Wittig

Hace unos años, amigas de distintos orígenes me dieron pinceladas de feminismo, que aún estoy aprendiendo y que agradezco infinitamente. Dentro de la teoría hay algo que se denomina micromachismos, eso que afrontamos todas las mujeres todos los días y que han sido tan normalizados que pasan desapercibidos, e incluso, se reclaman como “caballerosidad”.

El acoso viene en todos los tamaños, colores y lugares. También de todo tipo de hombres (muy raras veces de mujeres), y no siempre sucede en la calle, sino en la oficina, la escuela, la universidad, la casa, el consultorio.

El 26 de abril me tocó ir a un consultorio. Una amiga me había referido a un especialista y sin pensarlo mucho acudí por tres razones: porque me sentía realmente mal, porque estaba cerca de casa y porque mi amiga me lo había sugerido. En efecto, el diagnóstico del médico que me atendió me pareció lógico y muy atinado, me mandó a hacer exámenes y me dijo que si tenía los resultados, me atendería de nuevo ese mismo día.

Al momento de recibirme por segunda vez, la amabilidad del médico se duplicó, ya hacía bromas sobre que me debería “casar con un médico”; que me haría el 50% de descuento en una operación (sin factura, claro) por ser yo y porque él era él, “muy equitativo con sus pacientes”, aunque era la primera vez en la vida que me veía. Y al despedirse, me sujetó fuerte del brazo, me atrajo hacia sí y casi me besó en los labios. Me doblaba la estatura y casi la edad.

Creo que la rabia por impotencia me curó un poco la congestión y la fiebre que tenía ese día. Ese episodio me recordó que en mi anterior trabajo había pasado algo parecido con un par de fotógrafos que creían tener el “derecho de coquetear” o “buscarle los labios” a la compañera que “les llamaba la atención”. Esto me remontó a muchos años atrás, cuando otro estúpido insistió tanto hasta que le acepté un café en una librería mientras esperaba a mi pareja. No le bastaron mis objeciones, mi “no” ni el decirle que no me interesaban los hombres; insistió con que me fuera con él a su casa. Me levanté de la mesa y me refugié en los libros.

Una nota de prensa indicaba que las mujeres en Guatemala sufrimos acoso desde los 9 años. El primer tipo que me dijo que se sentía atraído físicamente por mí era un tipo de unos 35 años, casado y con hijos. Yo tenía 10 años, uno de sus hijos tenía mi misma edad.

La repetición crea hábitos, y es por ello que los hombres se habitúan a acosar y muchas mujeres se habitúan a ser acosadas. Esos hábitos también se mantienen con las ideas creadas sobre los roles de género y la sexualidad, que le sirven al pensamiento dominante.

En su ensayo No se nace mujer, Monique Wittig escribe: “En el caso de las mujeres, la ideología llega lejos, ya que nuestros cuerpos, así como nuestras mentes, son el producto de esta manipulación. En nuestras mentes y en nuestros cuerpos se nos hace corresponder, rasgo a rasgo, con la idea de naturaleza que ha sido establecida para nosotras”.

Conozco muchas más historias de mujeres muy cercanas o no tan cercanas. Ninguna nos libramos. Las preguntas que propongo para darle otra perspectiva al tema del acoso va hacia los hombres: ¿Alguna vez acosaste a una mujer? ¿Qué tan sincero podés ser?

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