Deconstrucción para un mundo caótico


LeoNo cabe duda de que la centuria pasada se caracterizó por sus implacables cuestionamientos y con ello hizo tambalear la totalidad del sistema de valores establecidos por la cultura imperante en el mundo occidental. Las críticas hechas al sistema de valores platónicos recuerdan la propuesta radical de Artaud de atreverse a destruir por completo las bases culturales existentes para construir algo nuevo. Precisamente esos son los intentos de Heidegger, Nietzche y los representantes de la escuela deconstructivista al demostrar y criticar abiertamente al sistema idealista que hasta el día de hoy tiene enormes repercusiones en la cultura, para establecer un sistema de pensamiento postmetafísico acorde a los aires postmodernistas que se comenzaron a respirar en las últimas décadas del siglo pasado.

La deconstrucción, como su nombre lo indica, no es más que la demolición sistemática del sistema de pensamiento que ha generado todo ese mundo de apariencias que envuelve a la realidad. Como sistema de pensamiento cobra materialidad a través del lenguaje, por lo que es inevitable que uno de sus campos de mayor incidencia sea sobre la estructura discursiva y, por tanto, se convierta en un método para desentrañar de una manera diferente y alterna los textos canónicos construidos bajo el sistema de oposiciones platónicas que, de alguna manera, han ido estableciendo un principio de ordenamiento dentro de la heterogeneidad amorfa de la realidad.

Ahora bien, de acuerdo con los semiólogos, la realidad misma, con sus avatares y altibajos, tiene una naturaleza discursiva; es decir, que todo en la realidad expresa algo. Más allá de los fenómenos naturales, este carácter discursivo se evidencia, principalmente, dentro de las creaciones humanas, donde existe una clara intención comunicativa. Es posible encontrar un discurso, ya sea latente o develado, en todas las instituciones sociales y los sistemas de pensamiento. Sin duda, muchos de estos discursos se fundamentan en axiomas, en enunciados aceptados por las mayorías como verdaderos o valiosos a partir de los cuales se construirá todo un sistema de relaciones que estructurarán, inevitablemente, una forma discursiva susceptible de ser develada.

En cualquier grupo, en cualquier institución, se espera que sus integrantes se ajusten a ciertas pautas de comportamiento y acción, las cuales se encaminan y refuerzan ciertos principios establecidos en una forma discursiva, la mayor de las veces de manera intrínseca. Sería lógico pensar, entonces, que una de las tareas de la crítica, en su acepción más globalizadora, sería la de señalar y encauzar todos los aspectos que se desvíen de estas formas discursivas con el fin de la preservación, no digamos ya de un grupo o institución, sino de una cultura totalizadora que irremediablemente priorizará ciertos principios en detrimento de otros.

En ese aspecto cabe destacar que la actividad crítica puede asumir un papel de ente regulador y, en algunos casos, estar dirigida hacia la consecución de ciertos fines que propicien y potencien de manera positiva el mantenimiento de un sistema de valores, como sucede con aquellos que refuerzan una sociedad patriarcal, aquellos que resaltan las bondades de la cultura europeizante o los que justifican la existencia de una clase o casta dominadora, por citar algunos ejemplos.

Por supuesto que la crítica puede ser una valiosa herramienta utilizada para subrayar “lo deseable”, “lo normal”, “la tendencia” o como se dice en los últimos tiempos “lo políticamente correcto”. Sin embargo, mientras sea esa su única misión no pasara de ser una lacaya, una sirvienta en manos de toda una estructura dirigida por poderes ocultos que constantemente están estableciendo las pautas que regulan, casi sin darnos cuenta, las formas de actuar y limitan nuestros pequeños espacios individuales de libertad.

La deconstrucción como método, principalmente con Foucault, puede tener alcances mucho más amplios que cuestionen las bases mismas en que se fundamentan las instituciones y los sistemas políticos, sociales y económicos establecidos, de tal modo que puedan no solo señalar sus yerros, sino destruirlos en sí mismos. Quizá sea por esta razón, muchos de sus críticos (principalmente los de raigambre conservadora) la vean como un sistema amenazante y dentro del sistema de poder tan solo ocupe un lugar marginal dentro de las corrientes de pensamiento, al menos por ahora.

Si bien es cierto que en los cada vez más estrechos círculos académicos existe un reconocimiento y una valoración, el impacto que ha podido generar socialmente hasta hoy es mínimo dado su carácter subversivo. Es de esperarse que, en las sociedades actuales, que tienden al conservadurismo y a la perpetuación de los valores tradicionales, esta metodología sea vista como una excentricidad posmodernista; en otras palabras, como un harapiento al que por lástima se le puede dar un mendrugo de limosna; o quizá, tal vez, como una especie de tara inevitable surgida como una terrible consecuencia de darle voz y libre expresión a las masas “incultas”.

Derrida, De Man y sus seguidores centraron más el interés de aplicar los principios del método deconstructivista en los estudios literarios y con ello proporcionaron una visión diferente e innovadora para leer y analizar críticamente un texto. Esta visión implica, de alguna manera, desarmar de nuevo el texto siguiendo el rastro de aquellos elementos o expresiones accidentales que parecieran traicionar el supuesto “mensaje esencial” que da el texto mismo. Estos indicios pueden llevar al crítico a plantear nuevos desarrollos teóricos opuestos a los planteados por una crítica tradicional. De ahí que una de sus tareas principales sea la revisión de las posturas académicas de la crítica tradicional en aquellos textos canónicos con la finalidad de presentar una postura distinta y opuesta a la ya conocida.

La aplicación del método deconstructivista en los estudios literarios puede ir mostrando un camino para su aplicación más amplia en otros fenómenos culturales. No es posible crear nuevos paradigmas si se conservan atisbos y remanentes arcaicos del pensamiento. Un cambio siempre requerirá la innovación, abordar un problema viejo desde un punto de vista novedoso, original y, si se quiere, excéntrico. Lo interesante de la crítica deconstructiva es que siempre aceptará la infinitud de posibilidades para interpretar una forma discursiva, razón por la cual cualquier crítica termina relativizándose. Esto implica un duro golpe para las interpretaciones que han sido aceptadas oficialmente. Asimismo, abre posibilidades de interpretación al aceptar el hecho de que los signos solo cobran un sentido y un significado en relación con otros signos, y al desterrar la idea de univocidad por la de plurisignificación.

Ante los abusos del imperialismo neoliberal, ante la idealización de modelos machistas en una sociedad competitiva y patriarcal, ante la imposición de una cultura europeizante, de un sistema de creencias dogmático y castrante, de valores que coartan la libertad, de regímenes que propician la explotación desmedida de los recursos y del potencial humano, ante tantos grilletes que esclavizan, casi sin darnos cuenta, hay sobradas razones que justifiquen la existencia de la crítica deconstructivista. Más que una opción, es un imperativo en este mundo dominado por la violencia, la guerra, las injusticias y la opresión. Sus horizontes pueden ser infinitos si se logra superar esa primera visión prejuiciada de esnobismo trasnochado que suele predominar en círculos pseudo-intelectuales con aspiraciones posmodernistas.

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