Valores «tradicionales»


Rubí_ Perfil Casi literal¿Vamos para adelante, Guatemala? Esta fue la pregunta con la que concluyó una publicación de facebook que llamó mi atención el pasado miércoles primero de junio y hecha por una persona a la que admiro y aprecio en demasía. Y es que cuando cualquiera de nosotros se siente atacado, ofendido, molesto o discriminado, las redes sociales funcionan a nuestro favor, permitiéndonos señalar atentados en contra de nuestros derechos civiles individuales. Tal vez no cambiemos nada con una simple publicación que tendrá vida un par de horas o unos cuantos días, pero podemos hacer correr la voz estimulando el debate y el cuestionamiento de aquello que violente nuestra libertad como individuos.

La publicación en cuestión denunciaba la discriminación que sufrió mi amigo y su pareja (que conforman un hogar homoparental), quienes solicitaron en un colegio privado —cuyo nombre sale sobrando— que su hija sostuviera las pruebas preliminares de admisión previas a la inscripción correspondiente al ciclo escolar de 2017. Alegando apego a los valores tradicionales, la solicitud de los padres fue rechazada. Las razones son más que obvias.

Esta situación me llevó a indagar el discurso de los aclamados valores que férreamente llevaron a esta institución educativa, que se define como “moderna”, a negarle el derecho a la educación a una niña guatemalteca que no tiene la culpa de la obcecación moralista del país en el que nació. Visité la página oficial del colegio y efectivamente encontré contradicciones en aquel perfil rutilante cual producto que garantiza la satisfacción plena del padre de familia, demasiado ocupado para no permitir que el colegio y el internet resuelvan las inquietudes existenciales de sus hijos.

Primero: noventa años de promoción de la excelencia educativa. Esto no lo discuto porque desconozco los efectos posteriores que la educación brindada en aquel lugar produzca en los egresados. Con lo viciado que está el sistema educativo, no defendería a ninguna institución por costosa o lujosa que parezca. La cantidad de años es impresionante, tanto como el estatismo de su sistema de creencias.

Segundo: educación integral, es decir, desarrollo de las cuatro dimensiones humanas (mente, cuerpo, espíritu y corazón). Tras el desarrollo de la mente hay toda una línea de educación positivista, quiste del que no conviene separarse, pues las arcas se vaciarían y los clientes (perdón: los padres de familia) optarían por una opción menos riesgosa para la formación académica de sus hijos. Si  este lugar que vende educación desarrolla la dimensión del corazón y el espíritu, cómo no pensar en el impacto emocional que causa en un niño el rechazo a las personas de su círculo familiar, quienes trabajan por su educación. ¿No es esto contradictorio?

Tercero: trascendencia. Según el enlace previo, nada resulta más discordante que afirmar la exploración y el cuestionamiento del todo, así como la ampliación y aceptación de la realidad mundial, cuando los hechos revelan desvergonzada e infundadamente una fatua tara anacrónica amparada bajo el velo imaginario de los valores morales tradicionales. La discriminación por el desconocimiento de los derechos de las parejas LGTB contradicen de frente esas coloridas frases enarboladas para marear cual serpientes encantadas a los clientes. El doble discurso es evidente, pues lo que en verdad dice es “aceptamos la realidad, entendemos el siglo en el que vivimos, pero todo lo vemos desde nuestro cómodo rincón”. ¿Dónde estaba la gente de esta empresa educativa en junio del año pasado cuando el Tribunal Supremo de Estados Unidos hizo pública la legalización del matrimonio entre personas del mismo sexo? ¿Acaso no se enteraron incluso de que facebook creó una herramienta para aplicar la bandera gay a las fotografías de perfil? Me resisto a creer que estos eventos hayan pasado desapercibidos para esta gente. Es más, si se conoce el tema de la diversidad sexual y se apela a una aceptación de la realidad del entorno, ¿en qué momento, entonces, se recurre a los valores tradicionales? Ni más ni menos que al momento de la manifestación de los mismos prejuicios de siempre.

Los tres ejemplos anteriores son solo una muestra de tantas contradicciones que encontré en el discurso inserto en el sitio publicitario del “colegio élite”. Me asqueé de encontrar hasta la saciedad la sentencia «valores tradicionales» como un atractivo anzuelo jugoso. El negocio de la educación es nauseabundo porque la empresa educativa, por no ponerse en riesgo de que el resto de padres de familia saquen a sus hijos del colegio si permiten el ingreso a una pequeña de padres homosexuales, se dan la libertad de perder así un cliente potencial, así como de negarle a la niña el derecho a la educación. La situación es absurda.

La visión no se cumple. Una institución que está preparada para las necesidades del siglo XXI no puede funcionar en virtud de la discriminación. En el alegato filosófico tampoco hay concordancia, pues en el caso de una pareja homosexual de padres de familia, no hay en la consideración de la dignidad inherente. ¿Respeto? ¿Valorar a las personas y las cosas? En el caso de mi amigo, no veo ni el respeto ni la valoración de su familia. Esta venta de valores contrapuestos es aberrante.

La perspectiva es lamentable, pues indagar en la Constitución Política de Guatemala solo revela sus vacíos estructurales, mismos de los cuales las empresas privadas educativas, aprovechándose de su naturaleza, toman ventaja propagando el sistema de discriminación, sometimiento y relegación; en este caso, de una pareja de homosexuales. Si por un lado la Constitución defiende los derechos del estudiante de la educación brindada por el Estado, por otro lado no defiende la discriminación de esta índole por parte de instituciones educativas privadas. A su vez, el apego a los valores morales tradicionales del centro educativo tampoco está amparada por la Constitución. Esta es una atribución deliberada; he ahí vacío constitucional perjudicial para futuras situaciones similares.

¿Cuántos casos más habrá sin hacerse públicos? ¿Cuántas instituciones educativas en Guatemala tendrán el mismo filtro de prejuicios?

Mientras la obstinación moral constriña los derechos de los ciudadanos independientemente de sus preferencias sexuales, mientras la educación privada sea una plataforma de pagos en línea y fotografías más que ensayadas para ser publicadas en redes sociales, mientras no cortemos el cordón umbilical del positivismo, respondo a la pregunta inicial de este artículo: no, no vamos hacia adelante en Guatemala.

¿Quién es Rubí Véliz Catalán?

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