La levedad del corazón


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literalMe estoy imaginando qué ensarta de estupideces dirían los sindicados de corrupción que están siendo juzgados en estos días en Guatemala si estuvieran inmersos en la mitología del Antiguo Egipcio y les tocara que seguir a Anubis, el dios de la Necrópolis con cabeza de chacal, hacia el juicio final.

La cultura egipcia tiene un mito que me fascina. El juicio de Osiris narra cómo es juzgada un “alma”. Entre las deidades involucradas en este mito se encuentra Anubis, que le indicaba al espíritu de los muertos cómo llegar a la Duat, el “otro mundo”.

Cuando la persona fallecida era guiada ante el tribunal de Osiris, el dios de la resurrección, Anubis extraía el Ib (el corazón que representa la conciencia y la moralidad) y lo depositaba en uno de los dos platos de una balanza. El otro plato contenía la pluma de Maat, diosa de la verdad y la justicia. Entre tanto, un jurado integrado por dioses le hacía preguntas sobre su pasada vida y, dependiendo de las respuestas, el corazón aumentaba o disminuía de peso. Thot, el dios de la escritura, anotaba los resultados y se los entregaba a Osiris.

La levedad del corazón indicaba su paso a la eternidad. Por el contrario, si había demasiado peso, entonces la sentencia negativa de Osiris alimentaba al monstruo Ammit, la bestia devoradora de los muertos. Este ser con cabeza de cocodrilo, piernas de hipopótamo y melena, torso y brazos de león se encargaba de la segunda muerte, que suponía el final de su condición de inmortal para el difunto. Simplemente se esfumaba, dejaba de existir para la historia de Egipto.

Las noticias en Guatemala se llenan del espectáculo que dan en los tribunales los cínicos sujetos involucrados en políticas y negocios criminales. Unos dicen que se han convertido al cristianismo después de tres meses de estar en prisión y afirman que “el abogado defensor es Jesucristo y el fiscal acusador es satanás”.

Me gusta mucho más la historia de Anubis, ya que la persona misma es quien afronta el peso de sus propias decisiones y no le pone motes de “buenos” y “malos” a las divinidades en las que cree, en las que se esconde y de las que espera redenciones milagrosas. Incluso dice mucho más el detalle de la pluma en la balanza que el discurso descarado que hacen ciertos grupos sobre la presunción de inocencia y el debido proceso que jamás han sido respetados por el dinero.

Aunque las divinidades de otras latitudes y temporalidades resultan más atractivas y creativas, ya es exasperante que siempre esperemos justicias divinas y que no exijamos una terrenal y pronta. Han pasado demasiadas décadas para que casos terribles lleguen a juicio y se pronuncien sentencias para algunos de los culpables.

A la par del caso Cooptación del Estado, también está en tribunales el caso de  Marco Antonio Molina Theissen, un niño de 14 años que el ejército desapareció en la década de 1980. El Ministerio Público hizo responsable a cuatro militares por desaparición forzada. Tenemos tantos muertos por criminalidad y omisión en el pasado y en el presente, que el corazón del país entero ha de pesar demasiado. Lo triste es que ya tenemos nuestro propio monstruo devorador de existencias para el olvido alimentándose de la impunidad en la que están cimentadas nuestra memoria y nuestra indiferencia.

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