Maestros


Carlos_ Perfil Casi literalEn algún momento escribí sobre mi admiración por los maestros de primaria que se encargan de abrir las mentes jóvenes o no tan jóvenes al milagro de la escritura y la lectura. Esa apertura crucial hacia el lenguaje escrito que se ha sistematizado en las escuelas, pero que se da también de otras maneras, siempre encierra algo de fe, la energía de una promesa. “Un futuro mejor”, dicen frecuentemente algunas personas para justificar su educación, o los padres que se esfuerzan por que sus hijos estudien, lean, aprendan.

Mi madre, que fue maestra y que lo sigue siendo, se encargó de que aprendiera a leer y a escribir cuando yo aún no iba a la escuela. Recuerdo aquel ejercicio diario que disfrutábamos acostados en una hamaca, en El Jícaro. En mi caso, el aprendizaje de la lectura fue también un acto de amor. Y si no me garantizó un futuro mejor —pues esto resulta tan relativo—, sí encontré en la lectura una posibilidad de gozo. En el fondo, las personas que pasan horas de su vida leyendo lo hacen porque encuentran en ella una forma de placer.

Pero además de mi madre, tuve otros maestros que de alguna forma marcaron mi vida y mi gusto por la literatura y por la poesía. Maestros que me permitieron darme cuenta de que la formación es permanente y la tarea de la actualización y el reconocimiento es inagotable. Personas a quienes hoy continúo admirando en una lucha inacabable.

Actualmente estoy compartiendo con un grupo de jóvenes y adolescentes mi primera experiencia docente y me sorprendo del desafío que representa para la gente que enseña el sencillo hecho de que los estudiantes demuestren interés sobre los temas que se empeña en mostrar. El curso es de cuento, por fortuna; y es cuento hispanoamericano. Y mi cerebro ha reconocido y reconstruido ese gran corpus de historia, de relatos, de autores y autoras, de anécdotas y conceptos. En realidad siento que es una de las etapas de mayor aprendizaje que he realizado ya que implica una revisión completa, una sistematización ordenada. Algo hay de esperanza y alegría, eso sí, cuando observo que algunos estudiantes se entusiasman y toman un tema como propio, lo asumen, lo reconocen e indagan. De alguna forma la puerta ha quedado abierta ahí.

Después de esta experiencia no puedo sino continuar valorando la figura del docente y enfatizar y descubrir de nuevo mi admiración. Y ahora, con más ganas, desearles a todos y todas las profesoras que su labor es indispensable y que mi felicitación para ellos es honesta.

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