¿Por qué leer los clásicos?


Siempre he dicho que una persona que puede escoger su libro favorito sin dudar es una persona que no ha leído mucho. Dicho esto debo admitir que tengo una lista corta de aquellos libros que han causado una impresión en mí, y aunque esa lista ha ido creciendo con los años, hay libros en ella que alguna gente considerara muy comerciales (véase Harry Potter), pero también hay libros que otra gente considerara aburridos (véase Ensayo sobre la ceguera).

De todos los libros en mi lista, sin embargo, el único por el que todo el mundo me mira con algo de duda es El conde Montecristo, de Alexandre Dumas.

Lleva rato en mi lista. Lo leí por primera vez a los 12 años en una versión condensada, de esas que les damos a los jóvenes cuando no confiamos en ellos. Un par de años después leí la versión completa y me enamoré con locura; tanto que por un momento consideré aprender francés para poder leer la versión original.

Dumas murió hace 150 años aproximadamente y su obra es universal. Muchos clásicos lo son. A pesar de eso, el término clásico suena a esos libros que te obligaban a leer en la escuela, libros aburridos y con los que no tenemos nada en común. La mayor parte de la gente no los lee y aun así los juzgan. Pero valen la pena. No porque la gente diga que son buenos —aunque eso debería darnos ya una pista— sino porque la gente ha dicho que son buenos durante muchísimo tiempo.

Al final, los clásicos son clásicos porque se narran historias universales y exponen sentimientos e ideas que no envejecen. Amor, odio, familia, rencor, El conde Montecristo tiene todo esto y más. Y sí, Dumas puede haber muerto hace muchos años, pero sus palabras y su legado permanecen.

Leamos los clásicos. No porque nuestros profesores digan que deberíamos ni porque suenen conocidos, sino porque si a lo largo de la historia, que es cruel y siempre termina poniendo a la gente en su lugar, tantas voces se han puesto de acuerdo para decir que algo vale la pena, podría ser cierto. Pero aun por encima de todo eso, leamos los clásicos para que nadie nos cuente la historia de lo que es bueno o malo, de lo que la historia recordará y lo que no. Leamos los clásicos para que nuestra voz también cuente. Leamos los clásicos para descubrir o debatir por qué lo son.

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