El libro vacío y Los años falsos, de Josefina Vicens


Carlos_ Perfil Casi literalHay dos cuadernos.

El primero es el gran rumor al que José García lucha por acceder: «no escuchar las voces, sino el gran rumor» dice, en algún momento, como el signo al que debe aspirar su escritura. Ese enorme rumor del pensamiento que jamás cesa, que siempre está presente y que es también el rumor del mundo. Un sonido sedimentado y sórdido. Es una especie de laboratorio, un pararrayos que recibe absolutamente todo, desde las tormentas más nebulosas de su tristeza hasta los más lejanos recuerdos de una infancia acelerada.

El segundo cuaderno aguarda en blanco. Es la Obra, así, con mayúscula. Su fin es recibir lo que del primer cuaderno salga depurado, limpio. En ese cuaderno, José García escribirá aquello definitivo. Armará finalmente el esqueleto de esa ¿novela? que haga que las flores nazcan y que los adolescentes se amen o se suiciden. Ese cuaderno permanece, permanecerá intacto, limpio. Ese cuaderno es El libro vacío, que es el título de la primera novela de Josefina Vicens publicada en español en 1958.

El protagonista de la novela es el pensamiento. En algún momento, José García (que también podría apellidarse Robles o llamarse Rubén o Zaira o escritor, a secas) se pregunta cómo sobrevivirá su relato: ¿qué historia será la que sostenga ese gran libro que al final no llega a ser nada? Pues no hay nada en él además de ese pensamiento que se lamenta y que lo desespera, que lo pone a dudar, que lo descubre como un escritor frustrado, agobiado por la rutina y la familia a la que odia pero por la que profesa un amor tierno y honesto construido sobre la rutina y la perseverancia. «…el envejecer juntos es una forma de no envejecer. La diaria mirada tiene un ritmo lento y piadoso». Pero la escritura está ahí, como un verdugo inevitable: un amo siniestro e implacable, como dijo Truman Capote. Es una voz que lo acusa, que le demanda las horas de su sueño y su convivencia conyugal. Una adicción vital que trata de dejar en varios intentos pero que irrumpe contra el silencio de los días. Hay algo que se arraiga en el escritor, un hecho que simplemente le impide dejar de escribir. La escritura es de alguna forma la consumación reflexiva del pensamiento, la idea de que no estamos solos cuando pensamos. El lenguaje, el idioma de los otros siempre estará ahí.

«Y lo único que honestamente puedo expresar es que lo que quisiera escribir, o ya está escrito en los libros que me conmueven, o será escrito algún día por otros hombres, en unos cuadernos que no se parecerán en nada a los míos, tan tristemente llenos, éste, de impotencia, y el otro de blanca e inútil espera».

Josefina Vicens. El libro vacío.

También está la tristeza por el paso llano de los años. La frivolidad con la que en ocasiones se mide el tiempo. Podríamos decir, con el vano afán de ordenar y clasificar, que tiene ese nombre, que le queda bien la etiqueta de “novela de pensamiento”. Pues es un texto cuyo protagonista es la reflexión introspectiva que roza en un par de ocasiones la vida. Esa otra historia que se dibuja percibida siempre con el matiz de la derrota: la familia, el hijo enfermizo, el otro hijo enamorado, la esposa comprensiva y fuerte, el amigo fiel de la oficina, la amante que aparece y se va como un espejismo que lo acusa aún después de años. Porque al final, por mucho que García reflexiona sobre la frivolidad con que midió en su vida el paso de los años, sabe también que los años quedan. La historia de su vida no es ni será nunca una línea sino una especie de esfera hecha por la memoria, consciente o inconsciente.

El libro vacío de Josefina Vicens es una obra maestra de la narrativa mexicana. Expone de forma muy directa, y como muy pocas obras lo han hecho, los dilemas de un escritor maduro que se rehúsa a morir sin una novela, que se manifiesta sólo en la imposibilidad de su escritura.

Así como José García (o Vicens) tiene dos cuadernos, Josefina Vicens publicó dos únicos libros en su vida. Al igual que Rulfo, condensó toda su producción en dos textos, mediando entre ellos un silencio de 24 años. Leo un poco sobre su vida y me entero de que se conocían, ella y Rulfo, y que jugaban ambos con la idea de un tercer título: esa obra imposible, ese texto mítico e inexistente (Cordillera era el título de la supuesta tercera novela misteriosa que Rulfo escribía). El segundo libro de Vicens es Los años falsos (1982), y está dedicado a Alaíde Foppa. Otra novela impecable, perturbadora, con una gran cantidad de posibles matices y lecturas. Trata sobre la vida de Luis Alfonso, hijo de un padre homónimo que estaba involucrado en el panorama político local y que muere accidentalmente cuando su hijo era un adolescente. A pesar de su edad, el hijo se ve obligado a ocupar el lugar de su padre y en el proceso ve cómo traiciona, poco a poco, toda la admiración que le profería.

Se convierte en “el sostén de su familia”, sin desearlo. Hereda de su padre el carácter del “hombre de la casa”. Se vuelve el progenitor ficticio de sus hermanas menores, y el esposo de su madre, que lo acepta con una comprensión sumisa. Que revive a través de él al padre perdido. Hereda también a la amante y vive en ese suplicio de borrar de a pocos su propia identidad y de sustituirla con esa otra identidad paterna, violenta y hostil que su padre tenía. La autora denuncia en la obra el patriarcado en la organización familiar, que se establece como un vínculo amo-esclava cuando se da cuenta de la nueva autoridad sobre sus hermanas y sobre su madre. Esta denuncia se proyecta también hacia la organización política, donde el machismo adquiere un matiz obsceno a través de una corrupción desenfrenada.

Luis Alfonso se da cuenta cómo es él quien en realidad se queda enterrado bajo tierra y cómo su padre comienza a cobrar vida a través suyo conforme transcurren los años de su duelo. Este efecto se ve matizado con la flexibilidad de la voz narrativa, que transcurre desde la primera persona del muchacho hasta el nosotros del dúo que se forma con su ausencia.

Me dio mucho gusto haberme encontrado casi casualmente con estas dos novelas. Considero que su lectura representa no sólo formación, sino una verdadera paliza para cualquier persona que desee escribir. Da golpes intensos a través de esa cotidianidad que muchas veces limita la otra realidad con la que tercamente insistimos en involucrarnos. Las dos son construcciones extraordinarias que niegan y a la vez afirman la impotencia del escritor ante la página en blanco.

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