La nueva letra escarlata


María Alejandra Guzmán_ Perfil Casi literalHablar de La letra escarlata significa adentrarnos a un mundo complejo pero interesante y, sobre todo, aún vigente. Es el aquí y el ahora de una sociedad que cubre sus flaquezas con ropajes de doble moral. Para bien o para mal, esa letra resplandece en el entorno que nos rodea.

En mi caso particular, considero que el valor de esta novela va más allá del ámbito literario. Nathaniel Hawthorne ilustró por medio de Hester Prynne, la protagonista de la obra, el rostro de muchas mujeres que han sido juzgadas con crueldad por sus “malas” acciones durante siglos. Y aunque Hester de cierta manera se sentía arrepentida por sus acciones, cualquier lector podría cuestionarse: ¿en qué se basa su arrepentimiento? ¿Acaso estriba en imposiciones morales?

Lea a Hawthorne. Devore cada una de sus páginas hasta darse cuenta de que Hester Prynne podría ser cualquier mujer. Podría ser mi amiga, su hermana, usted o yo misma, según lo que la gente decida, pues vivimos en una sociedad que asigna a diestra y siniestra cualquier calificativo severo a las mujeres cuando ellas resuelven tomar la vía contraria a aquello que les fue inculcado en el hogar.

No sé si quienes opten por las vías contrarias a la moral que les fue inculcada estén en un error o estén en lo cierto, pero el derecho a elegir nuestra escala de valores y prioridades es inherente a cualquier ser humano, hombre o mujer, así acierte o no. Es libertad en toda la extensión de la palabra y nadie puede recriminarnos el uso de ese derecho.

Por desgracia vivimos en una sociedad que exalta la libertad masculina y repudia la femenina, especialmente en el ámbito sexual y emocional. La sociedad entera se ha adueñado de las decisiones de las niñas, las jóvenes, las adultas y las ancianas. Y por ello, cada vez que una mujer trasgrede las reglas impuestas socialmente, es repudiada en sobremanera.

Y alguien dirá: “Es que las mujeres son madres en potencia”. No obstante, la decisión de ejercer ese rol también debería ser optativa y no impuesta, pues la sobrevaloración de este papel ha generado que a las mujeres se nos impongan cargas morales sumamente pesadas. Ese peso lo llevo yo, mi madre, mis amigas, primas, hermana y quizá, si yo me convirtiese en madre, mis hijas.

La letra escarlata quizás ya no es una “A”, pues ya no somos tan mesurados en nuestro hablar; pero aún permanece, en las mentes de quienes se consideran a sí mismos dueños de las buenas costumbres, el deseo de colocar una gigantesca letra “P” en el pecho de cualquier mujer que consideren inmoral.

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