Haruki Murakami: el escritor maratonista


Eynard_ Perfil Casi literalEso es escribir una novela. Acudir en busca de lo oscuro, de lo que no sabes de ti. Si lo intentas, puede salir bien.

H. M.

Haruki Murakami es mundialmente conocido por el éxito de sus libros en cuestión de ventas y, por lo tanto, de lectores fanáticos desde hace aproximadamente unos 20 años, lo que nos dice que puede ser un escritor de best-seller o un escritor de culto, pero que se anda jugando la vida literaria entre la delgada línea de ser uno de esos escritorcillos que escriben mucho de las historias que todo el mundo quiere leer, así de efímeras y banales, o ser un escritor con cierta profundidad y ritmo narrativo interesante que encontró la fórmula para ser leído por miles y miles y miles y miles de personas en todo el mundo (cosa que le ha ocurrido a Kundera, Umberto Eco, Camilo José Cela, García Márquez, etcétera, en un abrir y cerrar de ojos) y a pesar de todo eso desde hace varios años anda sonando escandinavamente para el fulminante Premio Nobel de Literatura. Sin embargo, el mismo Murakami afirma que ningún escritor lo quiere, ni los de los best-sellers ni los escritores serios porque, a su parecer, él está en el intermedio de ambos, a lo mejor el único lado en donde verdaderamente se ganan lectores.

Pero bueno, el asunto es escudriñar un poco sobre este fenómeno literario japonés de Murakami o, más bien, el mismo Murakami, lo que él dice, lo que ya sabemos de él de por sí, sus libros y eso: hijo único que nació en Kioto el 12 de enero de 1949 y que creció en medio de discos musicales y gatos. Por cierto, ese mismo año, 1949, se fundó Adidas en Alemania, Mao Zedong es elegido presidente en China, nace Joaquín Sabina, Zizek, Süskind, Carlos Bianchi, Ken Follett, Bruce Springsteen, Ángeles Mastretta, Pablo Escobar, y el Barcelona gana La Liga en España. Pues bueno, quién lo diría, pero el 12 de enero de 1816, en Francia, deciden desterrar a toda la familia Bonaparte, Kwang-Su es coronado como emperador de China en 1875, nace Jack London en 1876, muere Ramón Gómez de la Serna en 1963 y también Ángel González en el 2008, entre otras cosas que siempre se nos pasan de largo tales como la publicación de 1984 de George Orwell, El Aleph de Jorge Luis Borges o El segundo sexo de Simone de Beauvoir (para aquellos y aquellas entusiastas feministas), etcétera y cien etcéteras.

Pero el asunto es Murakami, este tipo que es nieto de un monje budista, hijo de profesores de literatura japonesa y que fue mesero de un restaurante italiano, estudió literatura en la Universidad de Waseda, trabajó en una tienda de discos, es amante de la serie Lost (compró la casa en Hawai en donde se filmó la primer temporada), odia las entrevistas, las fiestas literarias y salir en público pero en una de esas, algo así como cada diez años, le gusta hacer entrevistas virtuales con sus lectores que de fijo, más tarde, se convierten en libro. Siempre estarán aquellos que lo perdonarán por escritor excéntrico y raro y otros aquellos que dirán que es una muy interesante estrategia publicitaria de sí mismo. Pues bien, Murakami empezó a correr maratones tres años después de los que empezó a escribir: lo primero a los 33, lo segundo a los 30. De tal modo, después de tan cruciales decisiones en su vida el señor Haruki se duerme a las diez de la noche para despertarse a las cuatro de la mañana e iniciar su entreno diario por las calles en las que se encuentre, sea el literario o el deportista. Este proceso de corredor la compara a la del novelista: «son dos actividades de larga distancia», puesto que para escribir también es necesario entrenarse física y psicológicamente. Igualito que para correr 42 kilómetros, 21 o algún similar.

Centrándonos al tema, la epifanía del escritor ocurrió el 1 de abril de 1978, a las 13.30 en el estadio Jingu de Tokio, en medio de un partido de béisbol «con una cerveza en la mano y un sol abrasador», jugaban los Yakult Swallows y los Hiroshima Carp: «en el instante en que Dave Hilton hizo una jugada perfecta supe, de repente, que iba a escribir una novela. Fue una sensación muy cálida, que todavía puedo sentir si la rememoro. Luego, volví a casa y me puse a escribir». Aquí comenzó una nueva etapa, la que aún continúa, pues la anterior había sido como dueño del Peter Cat, un club (bar) de jazz en donde confiesa que era muy feliz porque escuchaba música desde la mañana hasta la noche, además de ser libre, algo muy difícil en Japón ya que por allá la gente prefiere la armonía de la rutina a la libertad.

Haruki Murakami es el escritor que se identifica con la libertad y la soledad de Manuel Puig (raro, ¿no?), es el escritor —Murakami— que solo quiere contar buenas historias, que quiere que sus lectores bailen al ritmo de sus palabras como en los mejores conciertos de jazz «cuando los pies no pueden parar de moverse», pero que también escribe sobre el «aspecto oscuro de las cosas», la oscuridad de su mente con recursos de identificación de la cultura popular que encuentra a la mano (Mcdonald´s, Coca Cola, The Beatles, Rolling Stones…), la soledad de las personas que viven en un estado de caos constante y que, curiosamente, puede comprobar a través de catástrofes mundiales en relación con la venta de sus libros, ya que parece, según dice él, que el mundo aprecia mejor sus libros en tales situaciones límite (diría Sartre): después de la desintegración de la Unión Soviética, después de la caída del muro de Berlín, después de los atentados del 11 de septiembre en Estados Unidos, después del colapso económico de 1995 en Japón y de un atentado con gas sarín en el metro, también en Japón. A partir del caos, las ventas se disparan.

Murakami, dice también, quiere causar un desconcierto en sus lectores, provocar que se cuestionen sobre el sentido de la historia, de su historia, el fluir de su conciencia en relación con la firmeza o endeblez de su existencia… En esto, se deja la piel por completo.

P.D. Murakami y yo: una historia conflictiva. Mi historia con este japonés tuvo su comienzo con la novela Al sur de la frontera, al oeste del sol (1992), que inmediatamente consideré una obra maestra y vino la seguidilla de novelas suyas, unas cuatro más o menos, y al mismo tiempo, una debacle total, casi en caída libre se fueron mi encanto y entusiasmo, directamente al diablo que los parió: lo que no se ama se desprecia en medio de la fría y turbia indiferencia o del asco total sobre todas las cosas. Para no extenderme en ello, diré que a él lo condenaron una serie infinita de constantes previsibles en los argumentos de sus novelas que simplemente provocaron mi desencanto inminente. Pues bueno, resulta que hace un mes me encontré con una entrevista vieja de este señor en donde habla de su epifanía como escritor en un partido de béisbol (a mí me gusta el futbol, pero entiendo que en gustos se rompen géneros, y le di un punto a favor), después, en la misma oración decía que con cerveza en mano (otro punto con bonus incluido), y al final termina diciendo que ni le cae bien a los intelectuales ni ellos a él porque es un popularón al final de cuentas (por huevudo se merecía otro punto a favor). A esto le agregamos que tuvo este bar de jazz en donde se dedicaba a vender tragos y comida hasta la madrugada (punto por identificación que me tocó hasta la médula personal) y a esto le agregamos su afición maratonista (que esta ya me la sabía, por cierto), entonces me dije que todos merecemos una segunda oportunidad en la vida y esta notita termina siendo como la resucitación-reivindicación de mi primer desprecio hacia Haruki Murakami, el escritor más leído de Japón y creo no equivocarme al decir que seguramente también es uno de los escritores más leídos en el mundo.

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