Septiembre cruel


Carlos_ Perfil Casi literalEl mes de septiembre inauguró la temporada independentista en los supermercados. Ávidos por acaparar las tendencias de mercado estacionales, los vendedores se apresuraron a decorar sus locales con rincones típicos en los que ofrecían, dentro de su batería de mercancías, todos los productos necesarios para que los “chapines” pudieran celebrar en su plenitud las fiestas patrias. Güipiles, chinchines, marimbitas y demás artículos con fines decorativos.

Cuando era niño y escuchaba la palabra Guatemala, siempre representaba para mí un lugar lejano. Aquella ciudad enorme que una vez descubrí con sus edificios brillantes y tan altos que había que doblar por completo la cabeza para verlos completos. Ese es un recuerdo hermoso: una vez le llegué contando a mi abuela las cosas que había descubierto en la ciudad, el lugar de los Paiz y de los McDonald’s y las pizzas; comidas que adquirían para mí un cariz de exotismo y lujo. También recuerdo los debates en el grado cuando, junto con otro grupo de chicos, tratábamos de explicarles a nuestros amigos que Guatemala no solo era esa ciudad lejana, sino también el mismísimo Jícaro donde crecíamos y jugábamos.

Si he tenido un país, si pudiera decir que lo tengo, diría que es algo así como un padre muy pobre al que conocí ya tarde: primero a través de su literatura, que fue el espacio por donde comencé a construirme una idea más completa de él; luego a través de su historia, cargada de dolor, traición e ignominia. Acaso ambos espacios construyeron relatos en los que trataba de encontrar mi experiencia cotidiana, pero saberme guatemalteco siempre fue una tarea complicada. En algún momento escribí en este mismo espacio que no tenemos un país sino una madeja de palabras atoradas en la boca del estómago. Palabras aún por decir, historias aún por construir y de cuya ausencia nace una identidad construida sobre la apatía, el racismo y la amnesia.

También releí, a principios de mes, el artículo de Juan Carlos Llorca sobre su reacción ante la petición del colegio de mandar a sus hijos “disfrazados de inditos” para celebrar las fiestas patrias. ¿Para cuándo vamos a prohibir estas prácticas? Lo único que hacen es reforzar los roles sociales basados en un ideario económico que es el mismo sobre el que se construyó nuestra lógica colonial de explotación, y sobre la que se construyó también Estado.

Antes de pensar en lo guatemalteco en relación a “lo típico”, deberíamos de pensar que eso “típico” proviene de sectores sociales que nunca han sido considerados guatemaltecos, excepto cuando se trata de vender una imagen atractiva y folclorista al extranjero. No podemos decirnos guatemaltecos sin entender quiénes vivimos aquí, sin entender que una gran mayoría de la población tiene una procedencia étnica maya que estuvo aquí mucho antes de que su territorio fuera invadido, y que continúa aquí a pesar de toda la violencia con que se ha tratado de negarla. Y tratando de ver claramente que, quienes nos hacemos llamar mestizos, somos un porcentaje, una parte de esa gran población tan heterogénea que conforma el país.

Como saldo positivo, observé este septiembre que cada vez hay más cuestionamientos sobre qué celebramos cuando hablamos de independencia. Muchos medios no se conformaron con el nacionalismo chapín y simplón, sino que hicieron algunas revisiones históricas que cuestionaban las fiebres patrióticas de otros años. También vi una gran cantidad de artículos y cuestionamientos que aún falta que nos hagamos de forma generalizada: la independencia de Guatemala de la Corona española, su posterior anexión a México y las disputas regionales que concluyeron con la separación de los estados ha sido resignificada. Faltaría en un futuro relacionar esta historia con la historia de las ideas que conformaron el Estado de Guatemala, la evolución de las constituciones y todos los fenómenos que nos han llevado a estar hoy donde estamos. Solo mediante estos diálogos será posible afrontar tantas amenazas, cada día más tangibles contra el territorio, los recursos naturales y la dignidad de nuestras vidas.

Septiembre siempre entra con sus lluvias y el gris de sus cielos hermosos. Siempre le he tenido miedo porque muchos de mis septiembres han sido tristes, por una u otra razón. A lo mejor este ambiente me ha ayudado, desde hace mucho, a no interesarme por las multitudes que toman las calles celebrando una patria que existe solo para ellos.

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