Lo «otro» y lo diverso


Sergio Castañeda_ Perfil Casi literalNo soy partidario empedernido de lo que se considera políticamente correcto. por el contrario, soy crítico por el peligro que vislumbro cuando esto, en nombre del pluralismo, puede transformarse en mera pose con el único objetivo de encajar dentro de tendencias de nuestro tiempo que suelen caer en paternalismos, adoctrinamientos periféricos y soslayados autoritarismos. No me agrada ese tipo de actitudes que suelen darse porque, entre otras cosas —y si me permiten decirlo al estilo del aquel bigotón alemán que se enamoró de Lou Andreas Salomé—, allí donde muchos miran corrección política, yo veo demasiado purismo. Purismo que, al final del día, se aleja de toda honestidad.

El pensamiento posmoderno nos propone, entre muchas cosas, la comprensión de un mundo conformado por la multiplicidad y la diversidad. Por ello se manifiesta la reivindicación a los sectores históricamente oprimidos e invisivilizados. Se trata de una visión emancipadora que, más allá de términos de inclusión —pues el peligro cae en la búsqueda de uniformidad de perfiles eurocéntricos—, conquiste un tipo de autonomía y validación por las diversas formas y prácticas a la hora de concebir el mundo y conducirse en él teniendo entre las premisas el reconocimiento de la diferencia, la cual no nos hace mejores o peores, sino precisamente diferentes.

Por ello es tan importante hoy en día la descolonización y el cuestionamiento  ante lo que nos imponen a través de diversos métodos como algo normal y natural. Y es que los perfiles occidentales del prototipo de la personalidad supuestamente idónea nos trascienden gracias a la bastedad y eficacia de métodos sugestivos y alienantes. Debido a esto es que «el otro» (el que no se circunscribe a dichos estereotipos) y sus prácticas distintas a las aceptadas se convierte en la amenaza y en lo que se desea evitar porque nos confronta respecto a nuestra posición social, nuestras carencias y nuestras dudas existenciales. Es entonces, en un mundo social, donde el ente aceptado debe tener el mayor nivel adquisitivo posible, consumir, alinearse a las costumbres eurocéntricas, ladinizarse, cumplir con los roles de género impuestos… Y todo lo contrario suele ser no solo incomprendido, sino además violentado.

Pero ¿y si le apostamos un poco a la desobediencia e intolerancia respecto a la imposición y coacción del derecho inalienable de ser diversos? Todos, de algún modo, somos «otros». No hay nada en estado puro. Más allá de tendenciosos discursos de inclusión y tolerancia, se trata de humanismo y de conservar, con nuestros actos, la dignidad humana del otro reconociéndolo como tal sin el afán de despersonalizarlo, encuadrándolo a nuestras costumbres. Sucede que a veces minimizamos, bajo cualquier pretexto, actitudes descalificadoras y violentas (racistas, clasistas, machistas, homofóbicas) desde la posición de ciertos privilegios sociales; pero toca ver más allá de la superficie y reconocer que esas prácticas solo nos orillan a la lucha estéril de todos contra todos. Démonos una oportunidad para reconocer lo diferente como parte de la naturaleza, un chance para reconocer lo que consideramos “lo otro” como parte constitutiva de “lo propio” y que incluso cuando “lo propio” nos traiciona, es “lo otro” lo que puede salvarnos.

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