Entre falocracia playera y otros males patrióticos


Corina Rueda Borrero_ Perfil Casi literalNoviembre es conocido como el mes de la patria en Panamá. Hay cinco días libres por fiestas nacionales y desfiles que hacen alarde de bailes, marchas, música y donaire. Escuelas y bandas independientes visten sus mejores galas y salen a las calles a mostrar su repertorio después de largos meses de práctica. Pero en este terruño no todos desfilan en estos días, muchos deciden tomarse este tiempo como un descanso del trabajo y se escapan de esta ciudad de plástico para tomarse un aire y olvidarse de los edificios perpetuos, las calles ahuecadas, las murallas vencidas y las personas que pasan ocho horas escondidas del sol en oficinas congeladas.

Talvez por eso, entre otras cosas, en un país tropical como lo es Panamá las playas son el principal atractivo para pasar tantos días libres, pero algo ha hecho que hasta esta experiencia, la cual debería ser relajante, se haya tornado agobiante gracias a la misma gente que concurre, o mejor dicho, que “infecta” estos santuarios de naturaleza y paz.

Las toneladas de basura encabezadas por las latas de cerveza, la burda demostración de piruetas con automóviles modificados que aceleran sus motores causando un ruido peor que el de los claxon en hora pico, y los altos decibeles de las bocinas que instalan para “deleitar” —en contra de la voluntad— a todos los que asisten a las mismas playas, se han vuelto pan de cada día, razón de peso para que varios desistamos de la idea de ir a pasarla bien a estos sitios públicos y para que otros tantos apoyen la idea de privatizar, o sea, elitizar, el acceso a las playas para usos recreativos.

Se me ha olvidado la cantidad de veces que he tenido que agacharme a recoger basura ajena en una playa para poder acostarme a tomar sol y leer un libro sin sentirme en medio de la cochinada, incluso en una ocasión vi cómo una persona terminó de hartarse una bolsa de papas de considerable tamaño y tirarla a un río en el que me bañaba. De la rabia fui a buscar la bolsa y me acerqué a decirle que se llevara su basura. ¿La reacción que recibí? Una amable cara de “esta mujer está loca”.

La última que me pasó, y que casi me arruina mis días libres este año, fue la poco gloriosa competencia por quién tenía el mejor equipo de sonido y podía hacer retumbar más fuerte la playa. A este acto lo bauticé como falocracia playera, es decir, la competencia entre especímenes machos por demostrar su hombría a través de la prueba de sus inversiones económicas en carros modificados. Estos competidores se situaron estratégicamente a no más de cinco metros de distancia entre ellos, abrieron el maletero de sus vehículos modificados y empezaron a hacerlos sonar. Cada vez que uno de ellos sentía que el carro del otro sonaba más, subía más el volumen del propio para pifiar que éste era mejor, que tenía invertida más plata y que su inversión había surtido el efecto que esperaba: demostrar su poder colonizador en la playa mientras violaban el espacio personal de otros a quienes no nos interesaba en lo más mínimo escuchar música, y mucho menos la que ellos consideraban “música”. Esta usurpación auditiva resume nuestro fracaso como humanidad al creer que grandes estéreos pueden reemplazar a las olas acariciando la arena. A pequeña escala hasta en esto omitimos los cantos de la naturaleza.

Entre todo lo que he mencionado, lo peor es que son estas mismas personas las que gritan emocionadas “¡Viva Panamá!”, “A Panamá se le respeta” o cualquier otro eufemismo que corresponda al falso nacionalismo que tanto abunda últimamente como si el simple hecho de inflarse pecho diciendo que se es panameño hiciera que se recoja por arte de magia la basura que se acaba de tirar al suelo, o hiciera respetar las libertades individuales y colectivas de los demás. No soy una experta certificada por el Comité de Símbolos Patrios de la República, pero pienso que hago más patria haciendo lo segundo que vociferando con todo el aire de mis pulmones el Himno Nacional.

Estas actitudes tan básicas y formas de “hacer patria” durante todo el año —no solo en noviembre— se han convertido en toda una proeza y una lucha constante, por eso invito a quienes les interesa “hacer patria”, si así desean verse dentro de la restricción nacionalista, a ser personas mínimamente civilizadas. Créanme cuando les digo que patria no solo son tantas cosas bellas, sino también nuestros actos.

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