La línea de la historia (I)


Juracán_Perfil Casi literalNo se ha dictado sentencia todavía contra los funcionarios públicos que protagonizaron los actos de corrupción de la última década, ni contra los que no fueron alcanzados por el escándalo o sencillamente presumen de inocentes, y ya están hablando de reformas a la Constitución. ¿Se trata nada más de un llamado de atención para que las malas prácticas sigan, pero con estrategias diferentes?

Aceptémoslo: Guatemala es un país donde los valores éticos que se proclaman deben ajustarse periódicamente a los intereses y conveniencia del grupo social o partido político en el poder. Estos valores deben escogerse cuidadosamente y emplearse con mucha cautela para que puedan enorgullecer a los abusadores y asimismo brindar consuelo a los abusados. Ni una palabra que incite culpabilidad o resentimiento. ¿Hay rapiña en las oficinas del seguro social? Conviene entonces hablar de solidaridad. ¿Quebró un banco y dejó a sus inversores en la calle? Es justo entonces hablar de respeto. ¿Lo pueden matar a usted igual por cinco quetzales que por diez mil? Ahora hablamos de igualdad.

Y es de este modo que la terminología con que nos referimos a crímenes en los que todos somos cómplices o víctimas está cuidadosamente planificada. No es nada extraño que el concepto que esté de moda sea corrupción y no sencillamente robo, nepotismo, enriquecimiento ilícito o abuso de poder. Estos son términos que sí podemos asociar a la administración pública, mientras que corrupción, así a secas, pertenece a ese lenguaje bíblico con el que vienen idiotizando a la población desde hace siglos.

Cooptación se dice ahora, y no tráfico de influencias, o traición a la patria, porque así parece un término técnico, especializado, ajeno al contexto internacional de la guerra fría, evitando así que una gran cantidad de analfabetos funcionales puedan entenderlo. No son siquiera las seis de la mañana y en la radio cristiana que de facto me obligan escuchar, la voz sigue repitiendo: «Somos una tierra con orgullo. Queremos conservar nuestro orgullo, ¡Consuma Café Quetzal!» Y de ahí en adelante: «Seamos buenos guatemaltecos, contribuyamos con nuestro esfuerzo a construir un mejor país», y el largo etcétera al que ya estamos habituados: que recen, que acepten las dificultades como «pruebas» de Dios. ¡Esfuérzate y sé valiente!

Y así como quien no quiere la cosa, el discurso va vinculando al consumo, al nacionalismo, a la exhortación al trabajo con la tolerancia pasiva y, para que parezca irrebatible, lo terminan sustentando en la obediencia al dogma. Pues bien: me parece que un cristiano medianamente instruido podría rebatir dichas prédicas citando algunos libros, por ejemplo, Eclesiastés y Jeremías; pero aquí es donde radica la inmoralidad de los predicadores: saben muy bien que no es a cristianos instruidos a quienes se dirigen, sino a trabajadores analfabetos, o analfabetos funcionales, que escasamente tendrán el tiempo para leer la Biblia, un libro de por sí bastante complicado, no digamos otros. Para los otros fieles que cuentan con un capital más allá de su fuerza de trabajo, el discurso se concentra en otros temas: la familia, la obligación de tributar a la Iglesia y al Estado, y ahí sí, «come y bebe», que es lo que Dios quiere.

Puede que parezca pesimista, pero es muy difícil creer en que haya una verdadera intención de transparentar la administración pública, sobre todo cuando los corruptores siguen libres y todavía no conocemos a quienes vinieron en sustitución de los capturados. Más bien pareciera que toda la campaña mediática en torno al escándalo solo sirve para encubrir a los mandos medios implicados (y que seguramente vendrán al relevo), a la vez que le dan un lavado de cerebro y de conciencia a la clase media.

Un cambio auténtico empezaría por la educación, pero ahí todo queda intacto. Basta con ofrecer ante la diz que «indignación ciudadana» al esbirro de Joviel Acevedo. ¿Y las escuelas que están cayéndose, cuya condición empeora con el invierno?

Recordemos que básicamente el ser humano es un animal inadaptado: debe aprender de sus semejantes a sobrevivir y comportarse dentro del colectivo, pues la naturaleza ya ha sido trasformada por las generaciones que le antecedieron. De su adaptabilidad al colectivo depende, no solo su sobrevivencia, sino la conciencia que como individuo tenga del mundo.

La conciencia es, por lo tanto, un estado en el que un individuo puede servirse de los conocimientos del colectivo para mantenerse en comunicación con sus semejantes y adaptarse a la sociedad en la que vive. Pero si en lugar de ciencia y conocimientos transmitimos religión, si en lugar de arte y cultura fomentamos farándula y el único ejemplo con que cuentan las nuevas generaciones es la contradicción entre el discurso oficial y su precaria forma de sobrevivencia, ya sabemos a dónde irá a parar ese instinto: a una doble moral en la que se utiliza el discurso religioso, moralista y políticamente correcto en el ámbito privado mientras que en el ámbito social esto no se aplica, y en vez de ello, se actúa astutamente y se emplea con cuidado el resentimiento, la venganza, la manipulación estratégica de las necesidades de los demás. O en última instancia, la violencia.

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