¿Cómo callan a las mujeres?


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literalLos hombres —una gran parte de ellos— tienen la característica de saberlo todo, o al menos creer y querer explicarlo todo mejor. Desde el comportamiento de un árbitro en el futbol hasta el comportamiento del dólar. Desde el último smartphone hasta los problemas migratorios con sus respectivos muros. Parte de esta característica consiste en hacer callar a su contraparte en una conversación, incluso sin darse cuenta, si esta es una mujer.

La periodista Rebecca Solnit en 2008 escribió: «Los hombres me explican cosas, a mí y a otras mujeres, independientemente de que sepan o no de qué están hablando». Dale Spender, citado por Jennifer Coates en su libro Mujeres, hombres y lenguaje, afirma que «mientras que los hombres tienen el derecho a hablar, se espera que las mujeres guarden silencio».

La brecha que existe entre hombres y mujeres en muchos ámbitos no puede permanecer maquillada. Las diferencias básicas prevalecen por mucho que sean las mismas mujeres quienes digan que se sienten liberadas e independientes, o que comparen al feminismo con el machismo, algo que la publicidad siempre trata de confundir.

¿Pero a qué viene todo esto? Pues al hecho de cómo las mujeres abandonan ese tradicional silencio y se articulan para hablar, luchar, defenderse, alzar la voz y denunciar; pero también de los mecanismos que se están utilizando para acallarlas e invisibilizar sus demandas.

El 26 de enero fue presentada en un foro público la Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario de Ixmulew-Guatemala. El foro se tituló «La Violencia Patriarcal Corporativa contra Defensoras de la Vida en territorios y sus ‘reparaciones’». Esta red fue formada en 2015 por diez mujeres; seis de ellas se encuentran en desplazamiento político territorial por riesgo a ataques y amenazas; dos de ellas tienen medidas de seguridad de la Corte Interamericana de Derechos Humanos porque han sufrido atentados.

En este espacio, las mujeres abordan los efectos que les han dejado en sus cuerpos la estigmatización, la criminalización y la judicialización (llevar por vía judicial un asunto que podría conducirse por otra vía, generalmente política) por defender sus territorios. Algunas de ellas han tenido que salir de sus comunidades en resistencia por haberse negado a las demandas de funcionarios corruptos o por las rupturas maritales que conlleva ser defensora. Culturalmente las mujeres deben quedarse en casa y en silencio.

En algunos de estos territorios altamente conflictivos repartidos por todo el país se cruzan el narcotráfico, los terratenientes y el militarismo, o se trata de lugares donde se han impuesto estados de sitio por intereses económicos de empresas nacionales e internacionales.

Defender los recursos naturales, defender una entidad indígena maya, defender los derechos colectivos y defender los derechos de las mujeres ante un falso desarrollo les ha costado la vida a muchas personas cuyos nombres no son reportados por los medios de comunicación.

Las integrantes de la Red contaron sus historias, las amenazas, los despojos, las intimidaciones, las violencias —incluida la sexual— que les han cambiado la vida radicalmente y que tienen consecuencias para las comunidades y para el país entero. Quienes escucharon estas denuncias y participaron también en el foro fueron la Plataforma Internacional contra la Impunidad, la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos en Guatemala y la Embajada de la Unión Europea en Guatemala.

¿Cómo se apoya a las y los defensores de derechos humanos? ¿Cómo se les escucha? ¿Cómo se protegen los cuerpos de las mujeres? ¿Cómo, si aún luchamos mundialmente contra un machismo que mata y que se encarna en figuras como Trump o las derechas blancas rancias y xenófobas?

La política sigue privilegiando a los hombres en los puestos de elección. Un 50/50 sigue considerándose innecesario para equilibrar cualquier balanza en los poderes del Estado. Tal vez es por ello que las políticas públicas sobre educación sexual y reproductiva o los castigos penales  para un violador no son tan importantes. Por otro lado, el neoliberalismo sigue ofreciendo ese desarrollo falso que acaba con recursos naturales y el tejido social. Aunque el neoliberalismo aminore el Estado, lo sigue utilizando.

En los casos donde se ha reconocido que las comunidades han sufrido violaciones de derechos humanos, las integrantes de la Red cuestionan: ¿cómo se «repara» la pérdida de una vida? Ellas consideran que parte de la reparación debería incluir la intervención de las empresas que causan conflictos, que se siga el dinero que ha servido para estigmatizar, intimidar, violar y asesinar; que se desbaraten las estructuras empresa-Estado corruptas y criminales.

Así como ellas cuestionan la palabra reparación, muchos cuestionarán como yo la palabra desarrollo. ¿Cómo funciona ese desarrollo que contamina ríos, destruye familias y enriquece a pocos a pesar de que las comunidades han dicho un rotundo no a proyectos mineros o hidroeléctricos en sus territorios?

El informe de Oxfam, «Desterrados: tierra, poder y desigualdad en América Latina», confirma:

«Las mujeres están en primera línea en las luchas por la tierra y sufren formas específicas de violencia como el acoso sexual, las agresiones verbales o el hostigamiento a sus familias. El asesinato de la activista hondureña Berta Cáceres por encabezar la resistencia a un proyecto hidroeléctrico expuso la extrema vulnerabilidad de las mujeres defensoras y la pasividad —cuando no la complicidad— de gobiernos, como el hondureño, que incumplen reiteradamente su obligación de proteger los derechos de la ciudadanía».

No se trata de gente irracional que no quieren progresar. Se trata de vidas que están en resistencia, soportando discursos de odio, la desinformación que impulsan grupos adinerados y violencias de todo tipo.

Las integrantes de la  Red de Sanadoras Ancestrales del Feminismo Comunitario son mujeres que luchan y enfrentan cada día los efectos de «la violencia patriarcal-corporativa y estatal en su manifestación neoliberal», creen en la reciprocidad de la sanación y ratifican el lema: «Vivas nos queremos, libres nos queremos, ni una menos».

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