El abrazo de la serpiente


dulcinea-gramajo_-perfil-casi-literalEn el ámbito de la tierra hay formas antiguas, formas incorruptibles y eternas; cualquiera de ellas podía ser el símbolo buscado. Una montaña podía ser la palabra del dios, o un río o el imperio o la configuración de los astros. Pero en el curso de los siglos las montañas se allanan y el camino de un río suele desviarse y los imperios conocen mutaciones y estragos y la figura de los astros varía.

Jorge Luis Borges. La escritura del dios

La exuberante y salvajemente bella Amazonia es a su vez el bosque húmedo más grande del mundo. Al ser un territorio con vida propia no necesita apoyarse en el lenguaje articulado para imponer sus símbolos. Se comunica a través de su propia música que solo comprenderán aquellos que sepan escuchar e interpretar sus impetuosos rugidos.

El viaje para para quien pretenda penetrar en ella no permite exceso de equipaje. La ligereza y la intuición son vitales. «Todo lo material solo llevará a la locura y a la muerte». La inconmensurable selva amazónica y su río que serpentea 6,000 kilómetros de vida salvaje son el escenario majestuoso de este largometraje nominado al Óscar en la categoría de mejor película de lengua no inglesa. Narra el encuentro entre lo divino y lo humano. Lo divino es representado por un chamán cohiuano de nombre Karamakate y lo humano por dos exploradores que son dos y uno a la vez, es decir, representan a toda una cultura, a toda una especie, a todos los hombres.

Ciro Guerra, el director de la película, afirma que en vista de que el filme carece de personajes femeninos, la selva funge ese papel protagónico como madre divina poseedora de la gran botica de la naturaleza colmada con plantas únicas, mágicas y sagradas de poder sanador. En contraparte de este escenario de magia, sueños y misticismo, aparecen los pioneros colombianos del caucho, que irónicamente se ufanan de llevar civilización a tierras de caníbales y salvajes. Como buenos invasores y depredadores, además de desasosiego y fusiles, llevan un arma infalible de destrucción: el cristianismo.

Lejos de la civilización llevan destrucción, exterminio, esclavitud, sometimiento; demostrando con esto servir a un dios bipolar, avaro y violento. 40 años más tarde ese mismo lugar al que prometieron salvar de la barbarie se ha convertido en un sitio poseído por el delirio, en una cárcel mental donde sus habitantes han sido despojados de su esencia, de sus raíces; es decir, de su lenguaje, su conocimiento, sus ritos, sus creencias, su espiritualidad; convirtiéndolos en seres que solo son capaces de transitar en el camino de la locura con un falso mesías que proclama ser su salvador, su redentor. Todo esto bien podría ser una metáfora respecto a lo abyecto que puede ser creer en un dios invisible e ignorar la grandiosidad de la naturaleza.

Los exploradores (un etnólogo alemán y un biólogo norteamericano) no ven a los indígenas como salvajes. Más bien los observan como seres poseedores de una gran sabiduría ancestral, y por esa razón quizá la selva los abraza y les revela sus misterios más sublimes y entrañables.

Esta película evidencia el sacrificio personal por un ente superior. Karamakate, al ser el último sobreviviente de la tribu de los cohiuanos, sabe que al morir su cultura y conocimientos se perderán a pesar de sus prejuicios respecto a los blancos; por eso intenta transmitir esos conocimientos, logrando finalmente, con el segundo explorador, ese traspaso de conocimiento al beber la planta sagrada Yakruna.

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