El patriarcado nos viste de reinas


Corina Rueda Borrero_ Perfil Casi literalEl pueblo donde mi mamá creció es conocido por sus carnavales. Cuatro días y cinco noches de fiesta, murga, culecos y carruajes. Días y noches en que la austeridad se borra del vocabulario de las tunas y la clásica rivalidad entre las reinas de Calle Arriba y Calle Abajo llega a su punto cumbre.

Es difícil explicar qué es un carnaval en Las Tablas si no se es de Panamá, pero para hacerles un resumen antes de pasar a la parte que me concierne, básicamente se trata de lo siguiente: durante esos días y noches cada una de las dos tunas tiene a su Reina (desde hace dos años hay tres reinas en lugar de dos, pero por ahora, para simplificar la historia, supongamos que solo hay dos). Estas reinas son seleccionadas entre sus calles y se les preparan desde niñas para asumir este rol de ser soberana durante el carnaval. Estas se someten a estrictas dietas y a prohibiciones porque deben cuidar su imagen, porque saben que cuando el día del carnaval llegue, cuando pase por la calle de la tuna contraria le van a cantar hasta sus ancestros, es decir, le van a sacar todos los trapos sucios, personales y familiares, con canciones que se preparan con meses de anticipo para atacar a la reina contraria.

Durante estos días cada tuna hace alarde de lujosos carruajes y vestimentas cubiertas con plumas y brillantes. El pequeño parque del pueblo se abarrota de cisternas con agua para los culecos y se quema hasta la última correa de cohetes para enterrar la sardina y demostrar cuál tuna es mejor que la otra. Todo esto para que al final cada tuna se autodenomine la ganadora.

Miles de personas llegan a Las Tablas para ver este espectáculo y derroche de recursos, algunos llegan simplemente a emborracharse sin ver ni un carro alegórico, pero mi punto ante todo esto es que hasta las televisoras quieren transmitir esta famosa guerra entre calle y calle donde las mujeres son carne de cañón y a la vez se les endiosa como patrón de belleza, se les compara con otras ex reinas de su calle y se les exige la perfección como obligación: desde el cabello hasta las uñas, con vestidos extremadamente pegados e incómodos —porque una vez puestos se les cosen para que queden al molde—. Todos los días deben ponerse coronas o arreglos pesadísimos. Por otra parte, a su alrededor desfilarán sus princesas, niñas que no llegan ni a los diez años y que desde entonces se someten a llenar esos estándares de belleza perfecta que deben alcanzar para, algún día, ser ellas también reinas.

Sé que muchas personas me van a saltar encima por lo que estoy escribiendo, pero una realidad es que, más que una «tradición» del pueblo panameño, el ser reina siempre ha sido una forma patriarcal de encismarnos para pelear entre nosotras las mujeres y mantenernos ocupadas en asuntos banales. Pues que algo sea una «tradición» no quiere decir que la tengamos que defender a capa y espada. La ablación femenina en países africanos es una «tradición» y no por eso vamos a defender que se les mutile. De igual forma, este tipo de tradiciones que tenemos en Panamá nos violenta sistemáticamente y de forma sutil.

Después de todo ha sido la tradición la que nos ha inculcado el machismo y la misoginia. Es gracias a la tradición y a frases tipo «siempre ha sido así» que las mujeres hemos sido apartadas de la historia y se nos han vetado de las mismas oportunidades que los hombres. Es gracias a la tradición que la sociedad espera que no seamos más que muñequitas de porcelana, bien arregladas y bien vestidas. Es por la tradición que estamos enfrascadas en hacernos daño entre nosotras en vez de construir puentes que nos permitan destruir las condiciones de desigualdad.

¿Quién es Corina Rueda Borrero?

 

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2 Respuestas a "El patriarcado nos viste de reinas"

  1. María Elena Márquez dice:

    Excelente contenido con mensaje clarísimo Y pertinente que esperamos promuev la reflexión.

  2. marioperrito dice:

    Muy interesante.

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