Dejemos hablar al viento


javier-gonzalez-blandino_-perfil-casi-literalLos escritores más puros no se hallan enteramente en sus obras.

También han existido. Incluso vivido. Hay que resignarse.

/M. Blanchot/

La verdad es que llevaba meses dándole vueltas a este asunto. Tarde o temprano iba a admitirlo: la escritura es un acto fraudulento y no otra cosa que se quiera creer. Tengo a mano apenas un argumento para errar solo. Existe un engaño muy personal e involuntario que la psicología sabihonda —Jung, Skinner, incluso autores serios como Piaget— califica como «estímulo compensatorio». Es únicamente un sucedáneo. Una baratija. Es muy sencillo de comprender. El sujeto, amputado de vivir verdaderas experiencias —intensas y genuinas— se conforma con experiencias en miniatura. Réplicas vacías del epicentro individual. Un consuelo tristísimo y convenido.

Voy a esto: la escritura de ficción, contrario a la idealización acostumbrada, es una variante de un «estímulo compensatorio». El escritor se lanza avergonzado y a toda prisa a textualizar todas aquellos anhelos que no se le permite vivir a plenitud. Por miedos y otras chatarras morales. Puras supercherías.

Escribir, entonces, no es otra cosa que una confesión, el testimonio de una derrota personal. Una babaza incontenible. Quien escribe da tumbos en su presidio, confinado a enroscar la cabellera grasienta del idioma. Aquel olor que el fuego arranca de la piel. A dar arañazos en la pared —así se oye, así nos vemos—. Todas esas ansias que penden de uno como tábanos.

No hablo de una catarsis. ¡Cuánto se abusa de esta palabrita tan inexacta, ordinaria y reduccionista! La catarsis, en sentido opuesto, consuma el anhelo. Lo evacúa y nos desprende de él. La escritura en cambio —si algo aporta—, es la prolongación indefinida de la experiencia. La primera, en síntesis, es un coito vulgar; la otra, una eternidad individual; un susurro erótico. Octavio Paz sugería la «perpetuación del instante». Sí, es resabido, la escritura y el erotismo: una llama doble.

Escribir, finalmente, no es otra cosa que un acto de duelo y, sino personal, público. Probablemente este artículo, aunque no sea de ficción, también lo sea. Ahora no lo sé. Por lo pronto, dejemos hablar al viento.

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6 Respuestas a "Dejemos hablar al viento"

  1. Cecilia Treguas dice:

    Sus artículos me dan lástima. Apostaría bastante dinero a que algún día escribirá un libro acerca de cómo hacer buenos negocios. Pero ahora mismo no tengo dinero.

  2. Max Día dice:

    Es cierto que quienes tenemos el vicio de escribir lo hacemos más a menudo cuando nos sentimos basura, cuando nos damos cuenta que en la vida casi nada es cierto, cuando sabemos que somos un fracaso… apostaría a que la mayoría de poemas, apuntes, cuadernos, borradores de los escritores tienden más hacia esta forma desquiciada de escribir. Se trata de aquello que se escribe ciegamente, con furia, con desesperación. Pero eso, amigo, no constituye el auténtico y más alto grado en el arte literario. Las grandes obras, los libros profundos y necesarios, son los que ayudan a rescatar víctimas de naufragios, no los que provocan los hundimientos. Una de las peores metidas de pata en cada período de la historia literaria es valorar como genialidad aquello que los escritores crean cuando expresan lo peor y no lo mejor de sí mismos.

    Usted habla (ojalá me equivoque en mi interpretación y pueda usted replicarme) como si lo mejor y lo más valioso y lo más perdurable de escribir fuese similar a infectar a alguien de una enfermedad mortal que causa mucho sufrimiento.

    Al contrario, yo creo que escribir nunca es un placer, nunca es una descarga emocional, la «confesión de babaza incontenible» como usted dice, es decir, nunca lo es cuando se trata de verdadero oficio artístico. Que todos tenemos momentos horribles en los que, frustrados, cansados, aburridos, tristes y desesperados, garrapateamos la primera tontería emocional que se nos viene a la cabeza…bien, eso es innegable. Pero eso es solamente un paso, un ingrediente, solamente un obstáculo para superar, no la clave principal de la poesía.

    Hay libros enteros (y no digo que yo no los lea) con «babaza incontenible». Tales deberían servir más para que veamos qué es lo que no debemos hacer, lo que no debemos tener como horizonte de nuestra creación.

    Tratemos de escribir cosas que importan, intentemos volver a escribir para ayudar a alguien, bien esté a nuestro lado o bien vaya a aparecer en este mundo hasta dentro de muchos años. Hay que escribir para alguien, para algo, para rescatar del fango algún corazón hundido y derrotado. También hay que leer para alguien, buscando un tesoro perdido, para compartirlo, para ser alguien mejor, más auténtico, más completo. Leer y escribir son cosas que deben ir mereciéndose.

    Cuando se lee y se escribe en baldío, es horrible. Pero la memoria de haberlo hecho como la válvula principal de una lucha que pretendió ser más que fango… quizá esta memoria valga algo.

    En esta página leo a muchos jóvenes que escriben en su mismo tono. Cuanto de crítica haya en mi comentario, no crea que va únicamente hacia sus textos. Decidí escribirlo aquí, al pie de su último artículo, porque creo que usted es quien lo hace menos a propósito. Es decir, los demás (muchachos y muchachas) creo que lo hacen mintiendo mucho, por pose o por moda.

    Por ejemplo, hay un artículo reciente sobre Raskolnikov que parece escrito por un borracho mediocre que acaba de matar a su familia por imbécil. No quise comentarle a él, porque me pareció repugnante.

    Hay otro de una autora que parece querer decir que el oficio de escribir es tan (o menos) deleitable como la masturbación. Lo lamentable es que se trata de una autora que, aquí en Guatemala, sale en un canal de noticias. Imagínese lo que puede aportar la señora con sus burradas egoístas seudofeministas. Más repugnante todavía.

    Así que no lo tome a mal, joven. Soy un señor ya viejo que tiene (aunque la evita) la insoportable manía de dar consejos. No siga estas modas. Lea, piense, escriba, pero piense que cuanto escriba puede leerlo un niño o una persona muy enferma. Quizá así pueda ver las cosas, un momento, desde otra perspectiva.

    Saludos.

    1. Buenas noches, Max. Que gusto saludarle.

      Casualmente hoy leí este comentario, y quizás a mi favor podría decir, para empezar, que no bebo licor (por lo que nunca me he emborrachado), que tampoco he matado a mi familia (de hecho, vivo solo, en realidad: ni siquiera podría matar a un gato porque no tengo) y no sé qué tan mediocre pueda ser si vivo de hacer las cosas que más me gustan en la vida (una de ellas, por ejemplo, consiste en ser el editor de este sitio, en el cual tengo el honor de tenerlo a usted como lector)… Pero no: no vale la pena defenderme. Me agrada mucho más tenerlo a usted como lector (y bastante frecuente, por lo que veo). Para mí eso es más valioso que cualquier ofensa de su parte.

      Para mí es (y será siempre) un gusto que nos lea.

      Saludos cordiales,

      Atte.: El autor del artículo acerca de Raskolnikov.

      1. Max Día dice:

        Señor Alfonso Guido:

        Mi comentario hacia el texto del señor González Blandino pretende ser un juicio crítico sobre una postura de la que, según he notado, él habla frecuentemente.

        No pretendo en ningún modo descalificarlo u «ofenderlo» a usted como individuo. No lo conozco.

        Sin embargo, no me retracto de mi comentario, pues su réplica (más vergonzosa que su artículo) me confirma que usted practica una pose.

        En el espacio de su artículo en cuestión acotaré un poco mis impresiones, suponiendo que tenga a bien leerlas.

    2. Isabel Grushenka dice:

      Querido Lady Consejos:
      Por favor hazte la caridad de leer a Helene de Cixous o a Dostoievski, o a Camus de vez en cuando. Qué sé yo, cualquier cosita​ que rete un poco tu intelecto claramente calcinado por tanto Coelho y estudios bíblicos.

      P.D. Los niños y los enfermos no están en Internet para leer (Casi) literal. Probablemente están en 4chan o PornHub.

      1. Max Día dice:

        Señora Angélica Quiñónez:

        Ofrezco una disculpa por la brusquedad de mi alusión a un escrito suyo en el comentario al texto del señor González Blandino. No debo, sin embargo, retractarme. Confirmo mi opinión, salvo que agrego: «con todo respeto, señora». No volverá a ocurrir. Por último, me retiro de cualquier clase de conversación con usted.

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