«Si me matan»


Dlia McDonald Woolery_ Perfil Casi literal«Si me matan» es el título de una nota que circula por Facebook y que pretende visibilizar la lucha contra los medios y su divulgación de los casos de femicidio, tan evidentes en México y en muchos otros países. Me ha llamado mucho la atención aunque no es la primera vez que sucede: en este extremo del mundo estamos siempre tan visibles ante cualquier país que ya no es noticia cuando los medios muestran encabezados como «La encontraron muerta por ahí y era…».

No son solo los medios quienes nos estigmatizan. Vivimos en esta sociedad patriarcal y machista, y por nuestra culpa, nuestra culpa, por nuestra grandísima culpa aceptamos lo que nos dicen que seamos y negamos que somos nuestra propia leyenda urbana. Y es que estamos tan acostumbrados al femicidio que no lo vemos porque empieza en la niñez, desde la educación religiosa que se nos daba en casa y en la escuela, misma que establecía que las mujeres estaban para adorno reproductivo y para nada más. Se nos decía que «las que salen mucho, se visten cortito, usan tacones y ropa a la moda, y que no salen de los bares o lugares de diversión, se merecen que las violen». Y ni hablar de lo que opinan de los o las trabajadores/as sexuales, o de los niños y niñas que son violados y destruidos por estructuras machistas.

Todavía en el siglo XXI las tónicas del siglo pasado nos persiguen: antes decían que para tener derecho y acceso aunque fuese a la masa del tamal, la única opción para las mujeres era el matrimonio y entre más jóvenes se casaran, mejor: una boca menos que alimentar.

Adoctrinadas ante la orden de guardar silencio, ante el maltrato físico y emocional del padre, el hijo y el esposo, nos volvieron insensibles a lo que pasaba a nuestro alrededor porque la burbuja era muy gruesa y apenas nos dejaba ver que nos sumergían en la enorme burbuja del qué: ¿Qué pasaba con las mujeres solas y con sus hijos? ¿Qué eran y qué se merecían si habían sido abandonadas a su suerte por maridos que las tenían supeditadas a ellos, a sus dictaduras y decisiones? ¿Quiénes eran las que venían del campo sin opciones de trabajo y qué hacían sus empleadoras ante la conducta del marido con ellas? ¿Qué pasaba con los hijos de esas familias? Y las hijas, ¿qué derecho tenían si querían vivir sin replicar ante lo que no estaban de acuerdo?

En México matan mujeres del mismo modo que en Guatemala arden los hospicios para niñas, y las sobrevivientes al cabo de los días desaparecen o aparecen muertas en un rincón de la ciudad. Lo mismo que en Honduras, Nicaragua o aquí en Costa Rica: matan mujeres y lo hemos sabido siempre: lo único que ha cambiado es el silencio.

Vivimos en una sociedad que nos hace ser cómplices y victimas de algo que se ha vuelto tan sutil como el racismo, el machismo y la intolerancia de todo tipo, en donde las mujeres hemos sido señaladas por una esvástica, nuestra letra escarlata pintada en la frente para que no opinemos y aun menos digamos cosas como «¡Sí creo en el aborto!», entre tantas otras. Al final, si nos encuentran muertas habrá sido porque el asesino sabe bien que la justicia duerme a nuestras espaldas.

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