El placer no es egoísta


María Alejandra Guzmán_ Perfil Casi literalSi quieren navegar contracorriente, busquen el placer. En esta era posmoderna, cuando la historia se escribe a base de tuits, las acciones hedonistas podrían considerarse un acto revolucionario. Por siglos, la felicidad y el placer han sido satanizados por quienes creen tener la verdad absoluta entre sus manos, sin embargo, no hay idea tan retorcida como aquella que estigmatiza negativamente las sensaciones placenteras.

No es cuestión de repetir mecánicamente y a cada momento que «hay que vivir la vida». Además que la premisa se encuentra gastada, es una frase ambigua, redundante y quizás un tanto amorfa (o mejor dicho, deformada a punta de publicidad y mercadeo). En tal caso, lo importante estriba en responder estas preguntas: ¿Cómo viviremos esa vida? ¿Interiorizando voces ajenas? ¿Obviando el dolor propio y el de los demás? ¿Reforzando ideas viejas y empolvadas? ¿Disfrutando a cada poco de los pequeños placeres que provienen, muchas veces, de fuentes desconocidas e inesperadas? ¿En medio del caos?

Por otro lado, hay quien asocia la búsqueda del placer con la finitud de la existencia: «La vida son dos días», dicen por ahí. Sin embargo, es válido cuestionar si la búsqueda del placer debiese vincularse a nuestra condición mortal. Así también, quienes condenan las acciones hedonistas, por lo general son personas que fueron educadas para seguir al pie de la letra convenciones morales que nunca se han atrevido a cuestionar porque es posible que ahí se encuentre una zona cómoda de la cual, quienes censuran risas y alegrías, temen escapar.

Critiquen el placer si lo desean. Hagan pedazos con sus palabras a quienes se estremecen en los sitios públicos al calor de otros labios o a la gente que ríe a carcajada limpia cuando lo considera necesario. Censuren cuanto quieran, no sin antes darse la oportunidad de experimentar aunque sea por un instante todo aquello que les parece un placer egoísta.

Ojo, no se trata de que el dolor nos sea indiferente y que la huella de reminiscencias dolorosas, tanto individuales como colectivas, deba desaparecer; eso sería deslegitimar lecciones valiosas adquiridas a base de experiencia y memoria histórica. Más bien se trata de cuestionar nuestras ideas sobre el placer; reflexionar cuántas renuncias innecesarias hemos hecho en nombre de un moralismo inútil que quizá pretende sacrificar la manera más sublime de buscar genuinamente el bien común y un sentido para nuestra existencia.

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