Nuestra negritud


Corina Rueda Borrero_ Perfil Casi literalMucho se ha hablado este mes acerca de nuestras raíces negras. Se han presentado investigaciones acerca de nuestros ancestros y personajes afrodescendientes que han marcado la historia panameña, así como estudios que muestran que el ADN del panameño promedio tiene un 33% de genes con ascendencia negra. Entonces, ante esto me pregunto: ¿qué nos hace negarnos como tal?

Sí, estamos en el mes de la etnia negra y estamos en el decenio de los afrodescendientes, y si bien estas fechas sirven hasta cierto punto para crear campañas y conciencia sobre nuestras raíces, todavía nos hace falta mucho por reconocernos dentro de una historia en donde se nos ha obligado a perder nuestra identidad cultural bajo el concepto de «integración» que no ha hecho más que enajenarnos y creer que existe un modelo único a aspirar: el del hombre blanco eurocentrista.

Las ropas coloridas del África y los turbantes fueron reemplazados por sacos, corbatas y vestidos monocromáticos; los afros y trenzas fueron colonizados y se nos hizo a aspirar a tener el cabello lacio y bien planchado. Del mismo modo deseamos blanquear nuestra piel y cambiar el color de nuestros ojos, todo por no ser parte de la negritud, tan marginalizada. Nos hacemos creer que para «ser mejor» había que renunciar a cómo habíamos nacido y soñar con el estándar vendido por el blanco europeo.

Ni siquiera después de la abolición de la esclavitud se fue —ni se es aún— completamente libre, porque talvez rompimos con las cadenas físicas pero las mentales se siguieron imponiendo. Los estándares de vida se midieron en base a la forma de vivir de quienes habían controlado nuestra libertad y se nos hizo olvidar nuestras costumbres y nuestra forma particular de concebir la espiritualidad; que nuestros ancestros alguna vez fueron libres en un continente lejano hasta que un día fueron apresados y lanzados a su suerte.

El ser negros y reconocernos como una nación que tiene inminentemente raíces afrodescendientes, es aceptarnos como parte de una historia llena de dolor y sufrimiento, pero al mismo tiempo, es vernos como parte de una amalgama de mestizaje, saber que una parte de nosotros también carga con el peso de quienes a su vez usurparon tierras e hicieron sufrir bajo condiciones inhumanas a miles de hombres y mujeres esclavizados. También es vernos como símbolo de constante resistencia, porque si parte de esa herencia ha llegado a nuestros días es porque hubo y hay una lucha contra la mimetización; también es saber que somos el resultado de la opresión, de las violaciones sexuales por parte de europeos esclavistas sobre las mujeres negras y de una constante obstinación al cambio que aún se resiente a nuestros días.

Debemos saber quiénes somos y vernos en la historia que se nos ha ido negando: lucha, pasión y resistencia; y que el olor al coco, el rugir del mar y el sabor del palenque son símbolos de discernimiento ante la opresión blanca. Ante todo, somos el resultado de muchas cosas que necesitan conocerse antes de retornar a nuestros orígenes.

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