Patrones que aplican en arcoíris


Diana Vásquez Reyna_ Perfil Casi literal«Y son muchas y múltiples las manifestaciones: son gritos, insultos, desprecios, gestos, golpes reales, golpes deseados. Son privaciones, aislamientos forzados, imposiciones, limitaciones, controles.
Agresiones, violaciones, muertes».

Vivian Guzmán

Un día nacemos en un hospicio de país que no ejerce como tal. Es un camino de terracería en eterna construcción, el polvo se eleva entre sus varias y extenuantes partes derruidas, oxidadas y a punto de caer al vacío como sus puentes, con innumerables vehículos atascados en hora pico.

Y luego de nacer, crecemos inmersos en supuestos. Se supone que los éxitos y la vida deben ir y venir como peldaños de escaleras eléctricas que no perdonan tropezones. Hollywood y los mass media nos dibujan la línea con todos los ajuares al hilo: la casa, el carro, el perro, los hijos. La monogamia supuestamente para toda la vida en la estructura matrimonial fue planteada desde sus orígenes para que también —supuestamente— ofrezca, en mayor o menor medida dependiendo el sexo, derechos y beneficios. El canje absoluto de la felicidad.

Y después está la realidad: las supuestas familias perfectas, entre las que entran las desgranadas por la migración forzada, por la pobreza, por la violencia. Entran los amores escondidos en moteles de carretera con nombres obvios de canción de Selena. Están los castillos de cristal y de nubes que tienen bajones, desilusiones y tristezas al primer golpe, al segundo, al tercero, al cuarto hasta muerte. Están las abnegaciones de madres sin sus contrapartes para el cuidado de los hijos. Están los roles rosas y azules para defender posturas que, además de arcaicas, se van convirtiendo en monocromáticas.

Nadie se pregunta qué hace el amor romántico y la cultura de machos y hembras para acrecentar la misoginia en la binariedad concebida como natural. Nadie se pregunta por qué en lugar de ofrecer propuestas distintas de unión y acompañamiento, las masas se decantan por lo que conocen, incluso si lo han aprendido mal: encajar en un modelo que ejerce violencia como pueda, con celos, con control, con miedo de no subir las escaleras eléctricas como todo el mundo lo debe hacer.

Luego vienen las canciones, los poemas, las comedias románticas, los estándares de tacones o de reggeatones aceptables, incluso la literatura de vacas sagradas. Las ideas tan irreales de lo que debemos ser como mujeres y como hombres, porque no hay más.

Después se descubre que no, que no somos de la binariedad, que no encajamos por más que hemos intentado, sacrificado o escondido. Entonces somos parte de un arcoíris liberador. ¡Qué bonita es la diversidad! El viaje nos dura meses, años, hasta que ¡PUFF!: caemos en la cuenta de que repetimos la heteronormatividad con su añejada violencia, ajustándola con todo y golpes a los colores vivos que cada junio ondean la bandera del orgullo.

Tantas posibilidades reducidas al mismo patrón que debe funcionarnos a todos, incluso en arcoíris. ¡Que viva el amor romántico con su dolor de tango y rancheras! Con sus imposiciones, con sus historias de finales felices, con sus engaños y sus cortavenas, con sus ritmos sabrosamente latinos, crueles, vengadores, sufrientes.

Pensando en ello le pregunté a Oliverio Girondo sobre el amor; su plataforma digital me respondió:

«Aunque me he puesto, muchas veces, un cerebro de imbécil, jamás he comprendido
que se pueda vivir, eternamente, con un mismo esqueleto y un mismo sexo».
(Fragmento de «16», Espantapájaros, 1932)

Ha de ser que para tener un matrimonio y sus variantes, y no repetir patrones de violencia que muchas veces se perpetúan, también necesitamos revisar nuestra propia génesis de abandono y precariedad, así como conocer de historia, estadística y literatura.

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