Portar cámara y ser fotógrafo no es lo mismo


Mario Ramos_ Perfil Casi literalPor MARIO RAMOS |

«Fotografiar es colocar la cabeza, el ojo y el corazón en un mismo eje».

Henri Cartier-Bresson

Una noche de febrero de 2012, en medio de una terrible nevada, presenté en una galería de arte en Washington DC mi primer libro: Framing Time (Enmarcando el tiempo), una colección de puertas y ventanas que retrata la belleza en medio del deterioro, el abandono y la indiferencia.

Después de todo el protocolo, palabras, agradecimientos y unos cuantos vinos, una señora —muy amable, por cierto— se acercó a mí para felicitarme por el trabajo. Mi cámara estaba a mi costado, en una mesa junto con algunos libros, y la señora al verla me preguntó si era mía, a lo que respondí que sí. Luego, ella prosiguió: «¡Wow, qué bonita su cámara! Ahora veo por qué sus fotos son tan buenas», y sin darme tiempo de responder, concluyó: «Muy bonito su trabajo, un gusto conocerlo».

No supe qué decir. Por suerte se me atoraron las palabras en la garganta y no pude responder más que con una falsa sonrisa. Luego se volteó y siguió viendo los cuadros que colgaban de las vigas del salón. Su comentario, que a primera vista parecía un cumplido, en realidad no lo era. Por un segundo pensé en explicarle que no es la cámara lo que hace buena o mala a una foto, sino el ojo artístico de la persona que la toma; pero decidí no hacerlo.

Después de algunos años, y luego de reflexionar de forma inversa el comentario de aquella mujer, no me cabe duda la certeza del refrán «El hábito no hace al monje». Este adagio aplica perfectamente al surgimiento acelerado de individuos que por el simple hecho de cargar una cámara en sus manos se hacen llamar a sí mismos «fotógrafos». Si bien es cierto que la definición de fotógrafo se resume en una persona que hace fotografías —especialmente como actividad profesional—, esta es también un arte y como tal depende de una técnica que el artista utiliza para expresar emociones.

La fotografía es más que presionar el botón y capturar imágenes sin emoción, sentido y estética. En ella está la oportunidad de eternizar instantes, documentar historias, expresar sentimientos y cambiar perspectivas. Es el desahogo del alma a través de una imagen. El escritor francés Henri Beyle, mejor conocido como Stendhal, dijo que la novela «es el espejo que se coloca a lo largo del camino de la vida»; y la fotografía, definitivamente, lo es también. Incluso, en su historia relativamente breve, la fotografía ha logrado captar momentos muy importantes que habrían caído para siempre en el olvido.

Si vemos a través de la historia reciente, la fotografía vino no solo vino a revolucionar el arte sino también la manera de contar historias, de documentar los sucesos de la humanidad, tal como lo afirma el escritor nicaragüense Roberto Carlos Pérez en la reseña que escribió acerca de Framing Time: «¿Quién podría olvidar la fotografía que data de 1945, en la cual un infante de marina besa a una enfermera en Times Square? O ¿quién podrá olvidar la espeluznante imagen capturada en 1972 que muestra a una niña desnuda huyendo de las bombas que le quemaron el cuerpo en la Guerra de Vietnam mientras que gritaba «¡quema!, ¡quema!»? ¿Y el rostro de la adolescente afgana capturado en 1984 después de que, descalza, cruzara las montañas tratando de escapar de los bombardeos rusos, y cuya hiriente mirada el mundo no pudo ignorar?».

La fotografía es mucho más que tomar fotos: también es técnica y concepto. Es idea, estética y mensaje, un encuentro personal entre el artista y su luz. Desde luego, alguien capaz de comprender esto también comprenderá sin ningún problema que no todo el que carga con una cámara debería ostentar el título de «fotógrafo», que encierra tanta responsabilidad, no solo artística, sino también humana.

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