Redes sociales, censura y fusil al hombro


Jimena_ Perfil Casi literal«Así, en lo sucesivo, cada vez que aparecían ovejas negras eran rápidamente pasadas por las armas para que las futuras generaciones de ovejas comunes y corrientes pudieran ejercitarse también en la escultura».

Augusto Monterroso

El pasado 30 de junio, Día del Ejército en Guatemala, varias personas en redes sociales —incluyéndome— expresaron su rechazo a la institución castrense, a lo que esta significa para la historia del país, pronunciándose además sobre la importancia de la memoria histórica. Todo esto se llevó a cabo desde diferentes puntos de vista y áreas de desarrollo.

Las redes sociales, a mi modo de ver, han permitido que nos conozcamos con menos reservas. Al ser utilizadas como medios de expresión nos exponen a un relacionamiento nuevo, con menos simulación, menos hipocresía y menos de eso que algunos llaman «buena y delicada educación». A través de Facebook y Twitter llegamos a conocer los sentimientos, creencias religiosas, posicionamientos políticos, juicios de valor, reconocimientos, avales, desacreditaciones e intereses comunes de las demás personas, expuestas ahí de forma pública y sin los filtros que generalmente hay en las relaciones sociales tradicionales.

Las reacciones nunca se hacen esperar demasiado y lo que llamó mi atención en esta ocasión fue cómo una vez más los fantasmas del pasado nos invadieron. Las reacciones de rechazo hacia las opiniones que se consideran contrarias a la propia son altamente nocivas, con poco o nulo argumento y casi siempre viscerales en su totalidad. Como pueblo subyugado históricamente es fácil dilucidar por qué nos resulta tan difícil generar debates que puedan llevarnos a crecer, modificar o fortalecer nuestras opiniones.

Dentro de los sectores más conservadores y reaccionarios, esta intolerancia pasa de la falta de respeto a la violencia, tal como sucedió durante la Guerra Interna. Estos sectores tienden a desacreditar, exponer falacias ad hominem, insultar e inclusive a amenazar al mejor estilo de la temible Policía Judicial: con tortura y muerte. Los fantasmas del anticomunismo que permearon en la sociedad desde mediados del siglo XX siguen hoy presentes, pero claro: ahora dentro de las capas medias, con generaciones de jóvenes que en su mayoría son absolutamente indiferentes ante la historia, la política y la problemática socioeconómica del país, y que solo repiten discursos que les han enseñado los medios de comunicación vendidos al mejor postor, las universidades privadas, el catedrático de la universidad pública bien entrenado por el sistema o inclusive sus propios padres, que ante el horror de la guerra, decidieron encerrar a sus hijos en una burbuja de aislamiento y alinearlos a la forma de pensamiento aceptada y alimentada por el mundo globalizado, el consumismo extremo y la creación de necesidades falsas.

Como parte del reaccionarismo impetuoso, algunos sectores de la sociedad censuran y se atreven a exigir la eliminación de una simple publicación en Twitter, Facebook o WhatsApp, además de adjudicarse la bandera de la verdad y pretender corregir o llamar a la reflexión y a la mesura; critican y hasta mandan a callar a quien «esté mal» cual escuadrón de la muerte y señalan de anacrónico, comunista, come niños, resentido, atrasado o simplemente loco a todo aquel que no se alinee a los temas de mercado, las tendencias y la moda; pero sobre todo, casi a modo de linchamiento, señalan a todo aquel que exige justicia para los desaparecidos, las mujeres ultrajadas y los niños y niñas violentados por un Estado represor. Oprimen a todo aquel que sueñe con la Guatemala en la que quepamos muchos mundos en igualdad de condiciones y oportunidades.

El pasado 30 de junio también pude ver en las redes sociales cómo varias personas enaltecían a los «héroes de la patria», sin embargo no fui imprudente y pasé mi timeline de corrido ante sus publicaciones. No pretendo censurar y cambiar la forma de pensar de nadie, pero sí exijo que respeten la mía. Cerré la computadora y recordé las fosas comunes, las pruebas científicas de ADN para identificar osamentas, las investigaciones antropológicas e históricas, el trabajo arduo de tantos y tantas compañeras en las calles y las lágrimas, pero también las risas y la valentía de todos los que trabajan por hacer de este sitio perdido un lugar un poco más habitable.

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