Dear Ladino People


Angélica Quiñonez_ Perfil Casi literal.jpgImagino que ya todos nos calmamos con el asunto acerca de qué significa ser «chula» o llamarse María, ¿verdad? (¡¿Verdad?!) En fin. No vine a patear la colmena, pero sí diré que me llamó la atención la variedad de reacciones en mis feeds de redes sociales. Y lo más curioso es que absolutamente todos tuvieron una opinión para sangrar likes en pro de su ladinismo, pero menos de dos personas pueden darme una definición propia para el término «etnicidad», es decir, sin que la copiaran y pegaran de la RAE.

El asunto local ya pasó, pero ahora que Estados Unidos protagoniza otro escándalo racial, no deja de inquietarme cómo funcionan las percepciones modernas de etnicidad allá en el civilizadísimo norte y aquí en las tinieblas macondianas. Los problemas son numerosos, complejos y prácticamente imposibles de resolver de la manera democrática porque gran parte de estos asuntos se resuelven con empatía. Y si algo nos encanta más que las selfies con filtro de belleza es la capacidad para ignorar lo que nos incomoda o perturba. A nadie le gusta ser el malo de la historia, especialmente porque es más adorable y convincente jugar siendo la víctima.

No quiero armar un debate acerca de qué es racista y qué no, pero sí quiero refutar los únicos puntos de vista que me parecen ridículos, ignorantes y peligrosos. Primero, sí existe el racismo, y existen posiciones con mayor o menor privilegio que otras en este respecto. Segundo, hacernos los ciegos a estas diferencias es lo que facilita escalar hacia el odio y la violencia. No estoy diciendo que mañana van a comprar sus antorchas de tiki y acelerar a través de una manifestación, pero los guatemaltecos somos especialmente hipócritas y resentidos cuando se trata de reconocer la culpa.

Es más fácil decir «hay cuestiones más importantes que eso» o que «todos somos Guatemala», que tomarnos un par de horas para leer, preguntar y entender a fondo cómo piensan y sienten las personas que no crecieron como nosotros. Existen más de veinte idiomas, un marcadísimo pasado colonialista y al menos cinco mil años de historia en este pedazo de tierra que ahora habita Guatemala. ¿En serio van a decirme que no existe la pluralidad? ¿Van a decirme que ustedes solitos abarcan la totalidad de semejante historia? El mismo presidente Trump se rehusó a reconocer la culpa de los grupos racistas y supremacistas blancos por aquello de perder votantes. Entiendo que sea más fácil preservar el sistema que, silenciosamente, a muchos nos beneficia.

Más de alguien me dijo que destacar y defender las diferencias étnicas solo ahonda la sensación de «otredad» y la capacidad discriminatoria: falso. Suprimir aquello que nos hace únicos —como nuestra historia y nuestra cosmovisión— para caber dentro de un estereotipo, tampoco es inclusión. Después de todo, ¿quién les dijo que existe el chapín ejemplar? ¿La publicidad de Pepsi? ¿Ese mensaje-cadena de WhatsApp falsamente atribuido a García Márquez? ¿El seflie que se tomaron en la feria de Jocotenango?

La manera en que mejor he entendido la necesidad de una identidad es a través del arte. He conocido y leído autores y cineastas de diferentes lugares del planeta y eso me ha acercado a entender que mi viaje vital no es mejor ni más fácil, ni peor ni más difícil, que el de otras personas. Historias basadas en experiencias personales, como las de Chimamanda Ngozie, Junot Díaz, Arundhati Roy, V.S. Naipaul y Jhumpa Lahiri, entre otros, me han hecho descubrir la diversidad en este planeta y la manera en que moldea otras identidades. Volviendo a aquella alusión sobre los eventos de Charlottesville, este año completé una serie web que me ayudó a entender por qué es importante esta conversación sobre etnicidad y que también desató controversia en Estados Unidos.

Dear White People, creada por Julien Simien e inspirada en la película homónima, debutó en Netflix este año con un tráiler acusado de ser anti-blanco. Cientos de personas cancelaron su cuenta del servicio de streaming demostrando claramente por qué necesitamos este tipo de reflexiones. La serie sigue a un grupo de estudiantes de Ivy League que manejan diferentes discursos sobre diversidad y tolerancia. Todas las historias intersecan puntos importantes en la conversación sobre raza, clase, educación y sexualidad.

Obviamente, Dear White People le encanta a esa ínfima demográfica millennial intelectual que aprecia su humor incómodo y sarcástico. Sin embargo, lo que cautiva es la reacción que ha suscitado en redes sociales y cómo ha hecho conciencia de aquellos detalles aparentemente irrelevantes que perpetúan actitudes racistas. La franqueza y comicidad con que Simien enfrenta los prejuicios no se compara con nada que yo haya visto en Guatemala, y creo que ahí está mi verdadera preocupación con esta sociedad donde no le hacemos frente a los problemas porque preferimos taparlos con la valla de Guatemorfosis.

De nuevo, yo tampoco soy la persona indicada para ofrecerles la cátedra doctoral sobre etnicidad (y estoy más que dispuesta para escuchar a la persona que me la ofrezca consciente y pacíficamente). No todos los racismos son iguales, sin embargo, creo que hay un enorme potencial para entendernos si sacamos la cabeza de esa comodísima victimización y revisamos bien nuestro privilegio, nuestra mentalidad y nuestro discurso. Nada cuesta educarse, especialmente antes de abrir la boca. Tampoco me voy a portar cursi para pedirles que nos abracemos y empecemos un diálogo, pero sí les diré que es más fácil entenderse cuando todavía podemos reírnos y no cuando contamos heridos y muertos en la prensa.

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